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Apuntes éticos: Esperanza Guisán Y Un Utilitarismo Cordial E Ilustrado

1 de Mayo de 2013

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Apuntes éticos: Esperanza Guisán y un utilitarismo cordial e ilustrado

Édgar Roy Ramírez Briceño

“Probablemente, de todos los elementos que constituyen el goce humano, la libertad sea uno de los mayores, junto con los afectos privados y la solidaridad.”(E. Guisón)

“En un mundo que sufre, las ideas y los proyectos utilitaristas tienen evidentemente sentido y merecen respeto.” (I. Murdoch)

“Salvaguardar la racionalidad de la ética es tan importante como evitar el dogma.” (E. Guisón)

I

Tareas de la ética

“Si la moral existe… es porque existen problemas dentro del hombre, o en la relación hombre a hombre que es preciso solucionar. La moral existe no solo porque las cosas inherentemente van mal, como la concepción de Warnock supone, o porque el individuo es miope, corto de vista para su propio beneficio como Hume ya resaltó, sino porque la sociedad humana es la historia de las humillaciones y las alienaciones. Lamento disentir de Nietzsche y no ver más que estercoleros donde él encuentra grandeza y heroicidad” (1). Esperanza Guisán plantea la presencia del conflicto como justificación de la existencia de la ética: sin conflicto no hay ética. La moral es necesaria porque, para decirlo en lenguaje bíblico, la imagen y semejanza están muy desdibujadas o nunca quedaron bien; y, hay que reconstruirlas para no avergonzar a Dios o para no avergonzarnos de Dios. En otro registro, porque hay mucha cosa que solucionar, porque hay mucho menoscabo, dado que hay mucha pérdida de opciones positivas, porque hay mucha victimización y no solo de otros seres humanos, porque hay escasez de posibilidades de alegría, porque también vemos que la caverna no es un destino inevitable, porque puede haber calor y luz, porque el mundo no tiene que seguir siendo una porquería, porque el futuro alguna vez se podrá construir y no tiene que ser una caricatura del pasado, porque hemos vislumbrado que las cosas pueden cambiar si las cambiamos, porque nos percatamos de todo lo que perdemos en justicia, en alegría y libertad, si las cosas siguen igual.

La manera de enfrentar y resolver conflictos mide la calidad de los códigos y los proyectos morales, y la necesidad de su remozamiento en caso de que no puedan lidiar bien con los conflictos. No se vale partir del supuesto de que un determinado conflicto es irresoluble. Habría que descubrirlo y entender por qué es irresoluble: si es meramente falta de desarrollo de un mejor nivel moral, si es un aferrarse a unos prejuicios o a unos intereses. La complejidad debe mostrarse y exhibir cuáles son las razones.

La ética se mira a sí misma, se examina, se critica. En ese sentido, hay vocación de lucidez, de ilustración, e veracidad, de honradez para que las cosas no sigan igual: que la libertad de unos no sea la servidumbre de otros; que el poder de unos no sea la impotencia de otros. Para lograr una vida buena (libertad para todos, acceso a los bienes materiales para todos, acceso a los bienes culturales para todos, participación en la toma de las decisiones para todos) es preciso distinguir entre ideales y prejuicios, entre juicios éticos y juicios religiosos, juicios económicos, poner a la razón y a la imaginación a trabajar de consuno. Hay que sacar saldos y aprovechar acumulados: “… agudizar las capacidades críticas a fin de discernir lo que hay de valioso en cada una de las ofertas de la ética normativa, a través de distintas épocas y dentro de distintas corrientes y autores.” (2). No se comienza de cero, mucha agua ha pasado por debajo de los puentes. Hay diversidad de acumulados a los que se puede echar mano. Es la deuda con el pasado: cómo se enfrentaron conflictos, cómo se resolvieron, cuáles no se pudieron resolver, en qué contextos, con qué razones. Es una capacitación para juzgar el presente, la sociedad y el mundo que se vive. Estamos ante un entrecruce sano de teoría y práctica: sabiduría, saber vivir y saber convivir.

“Si la ética, al revisar normas y prejuicios que reducen a las personas a seres heterónomos y atemorizados, que imploran el favor de los señores y los dioses, devuelve a los seres humanos el dominio de sí y el dominio del mundo, la pregunta de por qué ser moral, cuando entendemos por moral una serie de normas contrastadas y reguladas por las razones, resultará tan ociosa como preguntar por qué disfrutar el día.” (3). Las propuestas que invitan a la heteronomía, a la obediencia ciega a una autoridad poderosa, y son menoscabadoras, aunque se presenten de otra manera, de las potencialidades humanas, de las posibilidades de felicidad, fracasan en su “invitación”, por falta de persuasión y buenas razones, a ser moral. En sentido contrario, es la ética liberadora (la que critica, la que sopesa, la que examina, la que se toma como objeto de examen, la que plantea el derecho a ser moral), la que se legitima como un fin supersuficiente (4) y se autorecomienda como aire limpio y comida saludable, como buena compañía y conversación inteligente y generosa.

“La tarea liberadora de la ética… consiste precisamente en revisar las obligaciones y deberes inherentes a los distintos papeles sociales” (5). La vinculación entre lo que somos y lo que hacemos socialmente están estrechamente relacionada con nuestro desarrollo ético. De ahí la importancia del examen crítico de las funciones sociales que nos ha tocado ejercer, para ver si estimulan o entorpecen lo que podemos ser desde el punto de vista ético, para ver si nos ayuda a ser una buena persona y no sólo un buen funcionario. Es preciso hacerse preguntas como las siguientes: ¿cuál es la contribución que un curso de acción hace al bienestar de todos? ¿Cómo los pone en el camino de ser mejores, de lograr la excelencia, la areté? ¿Cuál es la contribución de un programa de educación, de los servicios de salud? ¿Cuánto contribuye el curso de acción a la autoestima?

Es neceario reconocer que “…a no ser que nos situemos en un nivel crítico y sometemos a escrutinio los valores y normas heredados, nuestra conciencia será tan poco nuestra como poco nuestra es la lengua que hemos recibido pasivamente de una tradición” (6). Una parte del aprendizaje ético es espontanea, atmosférica, la recibimos con la socialización que nos hace miembros de una comunidad. De hecho, somos parte de una o varias comunidades como punto de partida. La historia, obviamente, no termina ahí, continua con el examen del acumulado recibido, con el examen crítico de la herencia ética. El objetivo del examen crítico radica en ver que se considera genuinamente valioso, que merezca conservarse y profundizarse, y que abandonar porque retrasa el despliegue eudaimónico de los seres humanos. No hay indiferencia, por tanto, se hacen evaluaciones aunque se sepa que son evaluaciones y conclusiones que luego podrán ser retomadas a su vez. La provisionalidad apunta a la revisibilidad y al proyecto de ir saliendo de diferentes cavernas.

Esperanza Guisán postula y defiende un derecho a ser moral porque esta frente a una propuesta ética crítica y expansiva de las capacidades humanas, que, por no quedarse en la caverna, no toma como una moralidad a “conjuntos cualesquiera de mores, costumbres, usos vigentes es una sociedad dada y en un tiempo dados” (7). Pasar por el tamiz de la crítica y ser construida a la luz de la condición humana (que pone requisitos de lo que se puede o no puede hacer con los seres humanos), son necesidades de la ética que se construye en la interlocución, en la lucidez, en la inclusión y en la libertad, y se juzga a la luz de la autoestima, de la autosatisfacción que produce y a la luz de la felicidad sin exclusión.

Para todo ello se sabe que es necesario la “posesión de recursos culturales, materiales y de índole diversa” (8). Hay aquí una autoreferencia virtuosa: la consecución de tales bienes no es superflua: es generar condiciones a la libertad, a la lucidez, a la interlocución. La autonomía no se construye con el vacío.

Hay un gusto heroico y gozoso en el planteamiento de Esperanza Guisán: grandes tareas que emprender y grandes alegrías que generar. Se aspira a posibilitar seres humanos que no sientan vergüenza por ser felices procurando la felicidad de los otros. No hay ninguna, ni la más mínima inclinación por un solipsismo ético porque la ética mira al bien de todos, al bien de sí mismo, es un intento de universalizar la felicidad y el bienestar: lo autocentrado y lo heterocentrado son momentos de un mismo proceso. Por ello, la calidad de la sociedad (instituciones, formas de convivencia e intercambio) se valora por la mejora de las opciones que produce en las personas.

No se quiere migajas de placer, ni pequeñas dadivas de gozo. La calidad del gozo es central, se quiere una excelencia en el goce. Proyecto, a todas luces, ambicioso en procura del areté: “el goce de la propia libertad, la autodeterminación, la programación de la vida de cada uno figuran entre los bienes preciosos patrimonio de la humanidad” (9). Por eso, los placeres se juzgan, se evalúan, se hace resistencia cultural y se renuncia al automatismo. El hedonismo ético en juego supone un proceso arduo de conquista y exige inteligencia, valentía y solidaridad, jamás será un logro solitario.

“incluso comer, beber y relacionarse sexualmente de un modo satisfactorio supone una serie de esfuerzos y refinamientos a los que muchos renuncian en aras de la inmediatez en la satisfacción del deseo” (10). El hedonismo del utilitarismo defendido con tanto entusiasmo por Esperanza Guisán no entraña ningún automatismo: habría que crear, y recrear, un arte de comer, un arte de beber y un arte de amar. Ningún recetario, ninguna vía fija y trillada.

La

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