Convencer y Convencernos
anniewlobosApuntes24 de Septiembre de 2015
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Literatura
Convencer y convencernos.
Convencer a los demás en una discusión con buenos argumentos es una tarea difícil, pero aun es más complicado poderse convencer uno mismo con parecidos razonamientos, sobre todo, cuando estamos pasando un mal momento y no parece quedar sitio para la esperanza.
En muchas ocasiones en que hemos entrado en una discusión, o la hemos iniciados nosotros mismos, lo hemos hecho con un convencimiento pleno de que teníamos toda la razón. Después de hablar o hasta de gritar, en muchas de las discusiones hemos salido como relativos ganadores o no ha quedado claro el resultado dialectico pero nosotros sentíamos que teníamos la razón de nuestra parte; en otras tantas, aunque nos moleste admitirlo, la razón quedaba más cerca que el interlocutor o interlocutores que de nuestro lado.
Falta de orden, que no de ideas.
En resumen, nuestra impresionante estrategia inicial, el plan de ataque dialectico que nos parecía claro y resistente como un diamante, se nos ha olvidado tan pronto como nos hemos acalorado con el fervor de la discusión.
La idea se ha quedado relegada a la mente en su lento proceso de desarrollo y comprobación, y la palabra hueca y agresiva ha pasado a ser el centro de la acción.
Tirar de las riendas.
Hacerlo así, poniendo en orden el razonamiento, y ordenando aún más su expresión verbal, equivale a volver a tomar el mando de nuestra debocada furia y, en definitiva, significa regresar a la razón a tiempo de evitar los consabidos e imperdonable arranques verbales.
Mantener el control de nuestros actos siempre es difícil, hasta en solitario, pero hacerlo cundo se esta enzarzando en una discusión lo es mucho más, a veces es una tarea imposible, porque el torbellino de la discusión nos arrastra con mucha más fuerza de la escasa de que, para entonces, disponemos en nuestra ya amortiguada inteligencia.
La razón de los débiles
Por todo lo expuesto, parece que la fuerza no reside en el volumen de nuestra voz ni el torrente de argumentaciones sucesivas, sino en el conocimiento y en la cuidada exposición del mensaje. No cuestión de atacar al contrario ni de cargar contra sus ideas sino de escucharle, analizar su discurso y llegar a la síntesis de la respuesta que creemos que es la justa, a favor o en contra, ampliando o disminuyendo su línea argumental, porque lo único importante de toda discusión es llegar a concluir con algo nuevo.
El convencimiento sólo puede hacerse con el conocimiento. Solamente hablando desde lo que se sabe se puede ser útil como maestro y eso es lo que se espera en un dialogo en el que se está trabajando para llegar a ver alguna luz. El conocimiento parcial, saber algo a medias, se traduce en una larga perorata, en párrafos imprecisos en extensión y contenido. Descartes quiso buscar la clave de nuestra existencia y la encontró en un escueto “Cogito ergo sum”, un “Pienso, luego existo” que venía a retirar los verbos de la duda, a eliminar las sombras de un sueño que pasaba por la vida.
La dura realidad
Sabemos que no somos Alberto Einstein ni Renato Descartes, ni siquiera a la altura del viejo Tales, o el lejano Lao Tse, pero no es una cuestión de talla, sino de enfoque. Lo más necesario es tener la calidad requerida para saber escuchar, comprender y objetar o añadir, la cantidad de sabiduría es algo secundario que también se puede lograr, pero requiere esfuerzo y constancia. No se puede triunfar sin esfuerzo, no se puede tampoco rebatir, una falacia si no disponemos de la réplica justa.
La vieja melancolía
Los antiguos describían la tristeza como producto de un exceso de los negros humores en el hígado, de ahí la construcción griega que vino a dar la castellana melancolía. La tristeza, la desilusión, el abatimiento y la más terrible depresión, son etapas en un camino de caída que es fácil de hacerse a la ida pero muy dificultoso para la vuelta a la normalidad si es que puede ser considerado normal el estado de felicidad.
La huidiza felicidad
La felicidad aunque no sea plena ni aspiramos a tanto, ha de ser no muy larga en el tiempo, ni muy intensa en nuestras sensaciones. La felicidad no es más que un sentimiento, y los sentimientos varían con muchos factores, desde el ánimo propio al ambiente que nos rodea, desde la realidad física a la ausencia o presencia de otras sensaciones.
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