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Cuento sobre la reencarnación


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2018  •  Ensayos  •  1.677 Palabras (7 Páginas)  •  233 Visitas

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Origen

Despertó en medio del bosque con el tacto rugoso de las escamas de la serpiente que se enrollaba a su lado. Lo sabía. Era hora de ir por él. No se molestó en llevar su vela de aceite, el brillo de las estrellas ya había descubierto la forma de atravesar las ramas de los encantadores árboles que despedían su fragancia natural, su síntesis de aceites esenciales, de humedad abrasadora y calma natural. Iba descalza, el frío del suelo le hizo recordar de dónde venía, ella descendía de cada una de las civilizaciones que una vez habitaron allí, no era una diosa, no era mortal, ella era energía en movimiento, cada deidad la había bautizado con el atributo más prominente que poseía, todo aquello por un intento desesperado de salvar la fuerza vital de ese celestial infierno; no le habían revelado su propósito, pero ella lo tenía claro; averiguarlo, descubrirlo y resolverlo. Su corona de lirios blancos perfumaba su larga cabellera negra, a pesar de que la belleza fue proveída por Freya, la diosa nórdica, no se atrevió a dar su melena color caoba, pero sí que le dió su rostro, sus ojos zafiro, su nariz respingada, su quijada delicadamente marcada, sus hermosos labios color coral, y sus puntiagudas orejas que no pertenecía a las hadas, sino de líder de valkirias, por supuesto, las guerreras no la acompañaban. Su agraciado andar asemejaba la danza de las hojas en medio de la brisa, su cuerpo aparentaba fragilidad, pero eso era porque nadie la había tocado, aún no, cualquiera que lo hubiese intentado estuviera parado en lo más profundo del orbis alia, el otro mundo; el otro infierno. Se detuvo, alzó sus orejas, cerró sus ojos y palpó el tronco para sentir la energía de su alrededor, amaba esa característica de los seres vivos, todo estaba conectado, cada cosa proporcionaba una pieza vital en el equilibrio del universo, todo pertenecía al ciclo ininterrumpible del dinamismo universal; tal como se lo había dicho maat, diosa del balance cósmico “el hombre debe aprender que debe haber pasión y paz, serenidad y emoción, caos y orden para poder vivir.” con determinación, su palma logró percibir a través de las grandes raíces que se desenvolvían como una melodía de miles de años de antigüedad, de la creciente fuerza viva en el subsuelo, no era magma, esa se había solidificado hace 3 años después Titán, tampoco era ningún alboroto de Hades, él se había ido a un planeta vecino desde que Virgilio había muerto, descartando la presión interna y el solitario inframundo, sólo quedaba una opción: él.

Siguió caminando entre la frondosidad, cada roca le señalaba el camino, cada escollo la impulsaba a su destino, así continuó su recorrido, sus ojos no necesitaban estar abiertos para saber que se dirigía por el rumbo correcto, lo confirmó cuando el olor a cipreses inundó su nariz, había llegado, bellos cipreses de 30 metros de altura adornaban la entrada de los peldaños de la conciencia, una sutil sonrisa se dibujó en sus labios, se sujetó el vestido para asegurarse de no estropear la delicada tela regalo de Minerva y con su mirada en el cielo empezó a descender por las escaleras de 7 escalones, sintió la punzada de cada vileza; recato dijo la primera, pensó en toda la pureza de su impoluto cuerpo; moderación dijo la segunda, pensó en que su boca jamás había probado alimento alguno; generosidad dijo la tercera, recordó el momento cuando ella dio energía a una majestuosa águila con la ala rota; esfuerzo dijo la cuarta, y entendió porque apreciaba tanto su espada Tizona, que algún día perteneció al Cid, esa espada le había costado mucho tiempo de búsqueda, alrededor de 2 días después de Titán; temple dijo la quinta, y se llenó de satisfacción al saber que nunca había rayado la imprudencia, ni una sola vez; desinterés dijo la sexta, y pensó en que no había objeto en toda la existencia que no fuera importante para el balance; humildad dijo la séptima y última, y pensó que a pesar de todas sus gracias ella jamás podría ser más que la fuerza donde habitaba.

Finalmente consiguió bajar al valle, admiró el bello lago que estaba en el centro, su agua tan apacible, tan serena; los alrededores del cuerpo de agua eran ornamentados por una capa de flores dormidas, bañadas por el gentil rocío, agitadas por la suave brisa nocturna; saboreó la imagen una vez más y sintió en su cuello la vena excitada, su pulso acelerado, le pareció curioso que ella tuviera sangre, la sangre que poseía era transparente y poco densa, un obsequio de Amaterasu, la recordó con mucho cariño, recordó cuando la poderosa Diosa del sol tomó con sus pálidas manos su corazón latente, recordó su penetrantes e hipnotizantes ojos negros, su cabello abundante como granos de arena en el desierto, y recordó su petición “purifica este infierno”, deambuló por la planicie, la sensación de tierra virgen y mojada bajo sus pies hacía estremecer sus piernas, sus ojos no bastaban para ver cientos de kilómetros

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