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Cultura - Modernidad

20 de Enero de 2014

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CULTURA – MODERNIDAD

Hay una experiencia vital que comparten hoy los hombres y las mujeres de todo el mundo. Llamaré a este conjunto de experiencias la ‘modernidad’. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos a una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, ‘todo lo sólido se desvanece en el aire.

si se suprimiera el título y el subtítulo -Seducciones y desengaños de la cultura moderna- quedaría un libro excelente: un recorrido sociológico en clave de ensayo por temas y autores de la predilección del autor. El libro tiene un título moderno y un subtítulo posmoderno. Al no guardar relación, uno acaba la lectura sin estar ni seducido ni desengañado, sino tan sólo desconcertado. En todo el libro no hay una definición o caracterización seria de lo que se entiende por modernidad, mientras que se analizan diversas formas de cultura sin atributos. En cuanto a su estructura, tiene la de una memoria o apuntes académicos reciclados, reescritos con soltura y claridad, pero al borde del esquematismo, con recorridos históricos galopantes y un manejo excesivo de fuentes secundarias. El soporte de todo es una antigua evidencia, la de 1988, cuando publicó la magnífica antología, Modernidad y posmodernidad.

Pero hoy día resulta de una candidez histórica extrema dar por sentado que estamos en una época posmoderna, cuando los avispados padres del invento (Lyotard, Vattimo) no querían ni oír hablar de ello desde hace años.

Conviene empezar a leer el libro por el último capítulo, pues en él se encuentra un buen resumen de lo que ha hecho y un espléndido apunte de lo que podía haber hecho.

Advertimos una asimilación de cultura a "cultura moderna", y para mostrar su desarrollo el autor se refiere al "período clásico", al Renacimiento, la Reforma y la Ilustración, pasando a los siglos XIX y XX, que es lo que realmente le interesa. Pero queda sin analizar (no simplemente citar) el proyecto moderno en el Renacimiento, la Reforma y la Ilustración, siendo Kant una de las ausencias más llamativas. El resultado es una visión monolítica y tópica de la modernidad como época de la razón, del progreso y de la libertad, que seduce con su proyecto emancipador del individuo, pero que desengaña cuando se advierte que es o se transforma en un instrumento de dominio de la naturaleza y el hombre. Ahora bien, si se hubiera analizado a fondo la modernidad, se habría descubierto que hay muchas "modernidades". ¿A qué modernidad aludimos? ¿A la estética, la filosofía, la cronológica, la política...? Y porque, efectivamente, hay muchas, el proyecto moderno es bien plural, lo suficiente para explicar la complejidad en la que estamos.

El llamado posmoderno sólo puede afirmarse como plural desde la ignorancia de una modernidad múltiple. Y ésa es la que falta en el libro. Y ya que, en sintonía con ese talante, se abre con una cita muy graciosa de Lope de Vega, quizá no hubiera sido del todo inútil hacer alguna referencia a nuestra modernidad latina. Desde el (re)conocimiento de esta pluralidad y de la existencia de una razón crítica es difícil aceptar la tesis de que la modernidad es la culpable de la globalización e incapaz de entender y responder al multiculturalismo. También conclusiones idílicas: " la postmodernidad habría superado así la sociedad de clases". De hecho, y observando la diferente terminología empleada, se advierten ciertos momentos de distancia en el autor, como cuando afirma que "hoy día asistimos en esta nueva fase que algunos llaman postmoderna y otros segunda modernidad..." No es lo mismo.

Junto a ello, hay que resaltar el mérito nada desdeñable de que sabe utilizar los más variados registros, ya sea a propósito de autores (Simmel, Weber), pero también en el ámbito del arte, la literatura, la historia después de la Segunda Guerra Mundial, los medios de comunicación, el multiculturalismo, las nuevas clases medias y la cultura de consumo.

Al hacer un repaso por la historia de Venezuela en diferentes periodos podemos decir que, el positivismo fue una puerta hacia el modernismo cultural, cuya tendencia fue la de formar una ideología al servicio del liberalismo político y anticlericalismo, es decir, contra la filosofía católica, contra la enseñanza limitada o estrecha de las universidades, contra la política entendida y practicada como oficio lucrativo.

Las características del positivismo venezolano difieren del positivismo en el resto de Latinoamérica, ya que aquí, se centra en la explicación histórica-sociológica de la realidad del país. Se interesa por el problema de las razas y da preferencia a los estudios etnográficos y antropológicos.

Desde un primer momento el "criollo" se distingue del indígena y del español. Naciendo con nueva conciencia, y sensibilidad, la mezcla de invasores e invadidos, siendo el mestizaje nuestra identidad biológica y cultural, así que se hace cada vez más importante el estudio de este factor.

Pero, contradictoriamente desde que los positivistas del siglo XIX proclamaron la rémora indígena para vivir en sociedad por carecer de inteligencia, todas las mentalidades imperialistas posteriores han tenido interés en aumentar nuestras taras para imponernos un destino, así, culpan a nuestra ascendencia indígena, negroide o hispana las limitaciones y deficiencias, perpetuando de esta manera nuestra dependencia.

En el mandato de Guzmán Blanco (1870-1888) hubo gran auge de las realizaciones científicas y filosóficas, pero, lo que más resalta de esta época es la obra "civilizadora" de Guzmán Blanco: el decreto sobre la instrucción gratuita. La creación del ferrocarril.

A partir de López Contreras, el proceso modernizador en Venezuela se ha venido realizando quemando etapas. El efecto petrolero se superpuso a las enormes contradicciones e inercias latentes. "Domesticar la barbarie era la consigna". Las torres de prospección, los oleoductos y el estilo de vida del inversor norteamericano penetraron enseguida las zonas lacustres o sabanas y golpearon los hábitos y costumbres del campo y las ciudades.

La influencia del petróleo invade las sabanas de Monagas, la Costa Oriental del Lago de Maracaibo y llega hasta los Llanos y los Andes. Caracas y Maracaibo registran el primer impacto. Se modernizan las estructuras administrativas, se abre el compás de los derechos civiles y sociales. Venezuela se asoma a las corrientes culturales más avanzadas.

Las dos caras de una Luna llamada Modernidad.

La modernidad al igual que la luna presenta dos caras, una que solemos apreciar durante las noches despejadas y otra que se mantiene oculta. Es por ello que al momento de revisar los diversos planteamientos e ideas que surgen sobre este tema, resulta confuso poder establecer una propia postura, aún más cuando muchos autores no se han puesto de acuerdo en lo que realmente significa ella, y que nos mantiene en una constante encrucijada, sobre todo hoy, cuando se anuncia su término y el comienzo de una nueva etapa que sutilmente (y muy obviamente) hemos denominado Postmodernidad.

Lo claro es que la modernidad surgió no como un acontecimiento o hecho aislado en nuestra historia, sino como una transformación en nuestras convicciones y que afectó seriamente las raíces culturales de una época que presentaba “la estrechez de criterio, el dogmatismo y sobre todo, las restricciones de la autoridad”.

Como toda transformación supuso tensión e inestabilidad, lo que implica no sólo un cambio, sino también una continuidad de aquello en cuestión. No creamos que un campesino de la Edad Media abandonó de la noche a la mañana, por decreto o mandato jurídico, una forma de pensar y concebir al mundo.

Han sido cambios extensos y de diversa complejidad, porque nosotros no estamos volando en el aire. Somos y hemos sido parte de una cultura que ha moldeado nuestras vidas. Estamos arraigados a ciertas costumbres y tradiciones que han pasado de una generación a otra (actuando negentrópicamente). Por eso, es que me atrevo en referir la existencia de una “paradoja”, en donde, por una parte, esta presente lo antiguo, lo cuestionado y por otra, lo nuevo, lo emergente, una característica propiamente moderna.

Tomando la idea desarrollada por Thomas Kuhn en su libro “Las Estructuras de las Revoluciones Científicas”, estos cambios estructurales han respondido a una crisis de los postulados y principios que sostiene a un “estilo de ver, percibir, conocer y pensar” lo que conceptualizaría como “Paradigma “. Reafirmando lo expuesto en el párrafo anterior, esto no significa que el paradigma que nos ha precedido, haya desaparecido, sino que más bien pierde válidez frente al nuevo (ambos paradigmas coexisten).

Sin duda, la fe irrestricta en Dios manifestada durante la época medieval se traspasó en una fe ciega en el ser humano y el desarrollo de sus capacidades y/o potencialidades. Surge el mito del progreso, que junto con la razón y la identidad, forman una triada que transforma al hombre en un proyecto.

Lo que asesinó

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