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EL CURA Y EL MEDICO - DONZELOT


Enviado por   •  29 de Octubre de 2013  •  2.414 Palabras (10 Páginas)  •  355 Visitas

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En el libro “La policía de las familias”, Donzelot lleva a cabo es una investigación acerca de la influencia que el Estado ha tenido en la familia en los dos últimos siglos. La soberanía de los Estados no se limitaría sólo a sus bienes y territorios sino que también se extendería a los sujetos que poblaban los mismos. Partiendo de la población como centro de preocupación del gobierno se reformula el rol de la familia, que pasa a ser un instrumento del Estado.

En este contexto se plantea el problema de la sexualidad de la población y como organizarla. El control de la población necesita una regulación de la natalidad.

Hoy en día los problemas relacionados con la sexualidad, la pareja, la pedagogía, la adaptación social… son tratados por psicólogos, pero antes ¿quiénes eran los encargados de conocer de este tipo de problemas? ¿quiénes eran los “consejeros de las familias”? La respuesta la encontramos en dos figuras: el cura y el médico, cada una de ellas con un punto de vista claramente distinto.

El cura se ocupaba del problema de la sexualidad desde el punto de vista de la moralidad familiar. Recibía dinero a cambio de garantizar una unión legítima a través del sagrado vínculo del matrimonio. El matrimonio daba legitimidad a la unión de los cónyuges y constituía la base de la familia. La relación familia–cura era una relación que reportaba beneficios para ambas partes. Las familias no querían perder su honor y la iglesia aumentaba su dinero, poder y expansión reforzando la importancia de la familia. La familia pasó a convertirse en un valor universal que se extendió hacia las clases populares.

La iglesia también se convirtió en una “solución” para muchas familias. Los conventos servían tanto para preservar a las hijas que tenían que llegar vírgenes al matrimonio, ya que ello garantizaba una mejor alianza matrimonial, como para deshacerse de aquellas hijas que eran un “estorbo” y de los niños que nacían de uniones ilegítimas y eran abandonados en los tornos de las iglesias. Todos ellos pasaban a formar parte de una población que la iglesia utilizaba para sus propios fines misioneros.

Además, la confesión de los pecados proporcionada a la Iglesia un poder directo sobre los individuo, lo que le permitía poder dirigir sus conciencias.

La medicina no se interesa por la sexualidad hasta el siglo XVIII, pero su interés se centra en el aspecto “físico” más que en el aspecto social. Empieza a intervenir en la organización de las familias, enseñando hábitos de higiene. El médico hablaba de sexo en nombre de la higiene pública, cuyo objetivo era prolongar la vida, conservar la salud y perfeccionar el ejercicio de las funciones del individuo y de la sociedad.

Ese discurso irá proporcionando a los médicos un lugar cada vez más importante, hasta llegar a convertirse en consejeros de las familias, teniendo un papel esencial en la organización doméstica del hogar, aunque el médico seguía manteniéndose al margen de las uniones matrimoniales, que era una parcela que seguía reservada a la iglesia. La presencia del médico se fortalece en nombre de la higiene pública y del interés de la sociedad.

Las políticas higienistas representaron una importante modificación en la organización de la familia. El punto central de estas políticas era el control de la sexualidad, ya que, una vez controlado el sexo, se realizaba el control de la población. El conocimiento médico, en forma de poder, penetró en la familia y pasó a dirigir su convivencia.

Sexualidad, matrimonio y educación de los individuos fueron las principales preocupaciones de los médicos higienistas que pasaron a formar parte de la vida privada de las familias como consejeros. El médico sustituyó al cura que, bajo los preceptos de la moral cristiana (creced y multiplicaos) prescribía la sexualidad de los creyentes.

Para la medicina higienista, el matrimonio contribuía en gran medida al incremento material, político y social de los Estados y por ello se convertía en materia de higiene pública. Se promovió la función reproductiva como aspecto fundamental de la sexualidad, manteniendo que cualquier otro ejercicio de la sexualidad que no buscara la reproducción constituía un medio para la proliferación de enfermedades que ponía en riesgo no sólo a los individuos sino a la propia sociedad.

Sin embargo, durante el siglo XIX asistimos a un lento cambio. La intervención médica sobre la sexualidad ya no se limitaba sólo a la higiene privada. La medicina higienista también se ocupó de promover el ejercicio de un estilo de sexualidad “sano” dentro del matrimonio. Se publican un gran número de manuales y artículos dirigidos a las familias, sobre temas sexuales y se lleva a cabo a través de ellos una campaña de higienización de la sexualidad que forma parte de un plan de prevención de las enfermedades, sobre todo de las venéreas. Se hablaba de la necesidad de higiene en la sexualidad, lo que llevaría a modificar las costumbres de hombres y mujeres. En los manuales domésticos se recogían los comportamientos prohibidos que representaban un peligro para la procreación: onanismo, prostitución, matrimonio entre personas de edades muy diferentes…

Para los médicos, la sexualidad tenía que ser considerada como una cuestión de Estado, superando así la arbitrariedad de las familias, de la moral y de la Iglesia. Vemos pues como la medicina empieza ocupándose en un principio de los cuerpos para pasar posteriormente a ocuparse también las uniones matrimoniales.

Los médicos higienistas se dieron cuenta de la doble moral de las familias, que por un lado proclamaban un comportamiento muy moral y por otro practicaban una sexualidad clandestina desatada. Esa doble moral estaba motivada porque las familias se organizaban pensando en los matrimonios de su descendencia, de ahí que se educara de distinta manera a niños y niñas. Las familias protegían la virginidad de las hijas para poder celebrar uniones matrimoniales que fueran favorables a los intereses familiares, mientras que fomentaban que los hijos varones tuviesen experiencias prematrimoniales.

Las experiencias prematrimoniales eran las culpables del alto número de hijos ilegítimos, que registraban una alta mortalidad y del gran número de prostitutas que propagaban enfermedades venéreas. Para muchas mujeres que tenían hijos fuera del matrimonio, la prostitución se convertía en la única vía de subsistencia.

Esta doble moral representaba un gran coste social y por ello el sexo se representó como una fuerza que la moral, la medicina y lo social debían controlar. Para la medicina, lo ideal era eliminar la sexualidad no reproductora, como si fuera una enfermedad.

El discurso implícito es que la familia estructurada es

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