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EL PENSAMIENTO ECONÓMICO EN LA ANTIGUA GRECIA

derechouaz11 de Septiembre de 2012

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EL PENSAMIENTO ECONÓMICO EN LA ANTIGUA GRECIA

1. Introducción.

En la Grecia clásica se inicia la epopeya intelectual que construyó los cimientos de la

civilización occidental. Sin embargo, desgraciadamente, los pensadores griegos

fracasaron en su intento a la hora de comprender los principios esenciales del orden

espontáneo del mercado y del proceso dinámico de cooperación social que les rodeaba.

Si bien hay que reconocer las grandes aportaciones realizadas por los griegos en el

campo de la epistemología, la lógica, la ética e incluso de la concepción del derecho

natural, fracasaron lamentablemente a la hora de entender que también debía

desarrollarse una disciplina, la ciencia económica, que estuviera dedicada a estudiar los

procesos espontáneos de cooperación social que constituyen el mercado. Peor aún, con

el surgimiento de los primeros intelectuales, aparece también la tradicional simbiosis y

complicidad entre pensadores y gobernantes. Ya desde un principio los intelectuales, en

su gran mayoría, abrazan la bandera del estatismo, y sistemáticamente minusvaloran, e

incluso critican y denigran la floreciente sociedad mercantil, comercial y artesanal que

les rodeaba. Quizá hubiera sido mucho pedir que, con los mismos albores del

conocimiento filosófico y científico los griegos entendieran también desde un principio

al menos los rudimentos de una disciplina que, como la economía política, es la más

joven de todas la ciencias y tiene como misión el estudio de una realidad tan abstracta y

difícil de comprender como es la del orden espontáneo del mercado. Pero lo que sí

llama la atención es cómo los filósofos griegos, al igual que los intelectuales de hoy, no

pudieron evadirse de la arrogancia cientificista de creerse legitimados para imponer a

sus conciudadanos sus particulares puntos de vista, proponiendo para ello la utilización

de la coacción sistemática del gobierno. La historia se repite una y otra vez y es muy

poco lo que, incluso hoy, hemos avanzado en este sentido.

2. El contexto histórico político.

El paralelismo se da también, no sólo en relación con las simpatías estatistas de los

pensadores sino, además, respecto del contexto de rivalidad entre dos concepciones

radicalmente opuestas relativas al gobierno y a la libertad individual. En efecto, a lo

largo de gran parte del siglo XX el mundo y la sociedad en general se han encontrado

divididos: por un lado, la concepción liberal basada en el gobierno limitado, el respeto a

la sociedad civil y la libertad y responsabilidad individual (representada, al menos en

términos relativos, por la sociedad norteamericana); por otro lado, el socialismo

imperante que pretende recurrir al estado para imponer por la fuerza a la sociedad civil

las más variadas utopías (representado durante gran parte del siglo XX por la ya extinta

Unión Soviética). También en la Grecia clásica cabe identificar dos polos igualmente

opuestos. Por un lado, la relativamente más liberal y democrática ciudad de Atenas, que

es capaz de acoger una floreciente vida comercial y artesanal, en un orden espontáneo

de cooperación social basado en el respeto e igualdad ante la ley. Frente a Atenas,

destaca la ciudad de Esparta, profundamente militarista, y en la cual la libertad

individual es prácticamente inexistente, pues todos los recursos se consideran que han

de estar subordinados al estado. Llama la atención cómo, de manera invariable, los más

importantes y destacados pensadores y filósofos atenienses no cesaron de criticar,

fustigar y minusvalorar el orden comercial que les rodeaba y gracias al cual vivían,

aprovechando, por contra, cada oportunidad para ensalzar el totalitarismo estatista que

representaba Esparta. Parece como si los intelectuales de entonces, al igual que los de

ahora, no pudieran sufrir el hecho de que, aun considerándose más sabios, no fueran

capaces de cosechar en términos económicos los resultados de lo que ellos consideraban

que era su propia valía, ni de resistirse a la tentación de imponer a sus conciudadanos

sus particulares puntos de vista sobre lo que estaba bien o mal, proponiendo para ello en

cada momento la utilización del poder coactivo del estado.

El reconocimiento de esta realidad no nos debe llevar al engaño de pensar que las polis

relativamente más libres no fueran también víctimas, en muchas ocasiones, del

estatismo. Por ejemplo, muchos políticos no dudaron a la hora de justificar que Atenas

emprendiera políticas imperialistas, llegando incluso, como hizo Pericles en el siglo V

a.C., a malversar el erario público para emprender obras faraónicas (como la del

Partenón, que fue construido desviando recursos que habían sido acumulados con gran

esfuerzo por diversas polis para otros fines de carácter defensivo), y a intentar

convencer a sus ciudadanos de que lo importante era someterse a la voluntad del estado,

debiendo éstos preguntarse en cada momento qué podían hacer por el estado de Atenas

en vez de cuestionarse qué es lo que podrían conseguir de él (cantinela estatista que

veinticinco siglos después repetiría y haría famosa el Presidente Kennedy). Además, las

polis relativamente más libres no dejaron de estar sometidas a un ciclo político que, por

paradójico y curioso que parezca, sigue afectando a nuestras sociedades en los tiempos

actuales. En efecto, tras períodos de mayor libertad civil basada en el cumplimiento de

las leyes en sentido material, invariablemente las ciudades entraban en crisis víctimas de

la demagogia y la agitación dirigida por unos pocos y orientada a explotar a unos grupos

sociales en favor de otros supuestamente más numerosos y menos privilegiados; todo lo

cual daba lugar a importantes tensiones sociales, económicas y políticas que

eventualmente terminaban en graves desórdenes y conflictos civiles que, a su vez, se

utilizaban como justificación para incrementar el poder del estado encarnado en cada

circunstancia histórica en líderes populistas sin escrúpulos que siempre se hacían

coronar a sí mismos como “salvadores de la patria”.

3. Algunos embrionarios intentos de análisis económico.

Es muy difícil conocer con precisión lo que pensaron los primeros filósofos griegos,

pues son muy pocos y muy fragmentados los documentos que nos han llegado hasta

hoy. Existe, no obstante, constancia de algunos inicios esperanzadores que, de haber

sido continuados, podrían haber hecho posible un incipiente desarrollo de la teoría sobre

el orden espontáneo del mercado.

Por ejemplo, Hesíodo, ya en el siglo VIII a.C., indicaba en sus poemas que la escasez es

una constante en todas las acciones humanas y cómo la misma determina la necesidad

de asignar de manera eficiente los recursos disponibles. Es más, Hesíodo se refiere a la

competencia por emulación, que él denomina “buen conflicto”, como una fuerza vital de

tipo empresarial que hace posible superar en muchas circunstancias los grandes

problemas que plantea la escasez de recursos. Además, para Hesíodo, la competencia

solo es posible si se respeta la ley y la justicia, que inducen el orden y la armonía dentro

de la sociedad. En este sentido, Hesíodo – y también en cierta medida Demócrito – se

encuentra mucho más cerca de la correcta concepción del orden espontáneo del mercado

de lo que después lo estarán Sócrates, Platón e incluso el propio Aristóteles.

Tras Hesíodo, destacan los filósofos sofistas que, a pesar de la mala prensa que han

tenido hasta hoy, fueron ciertamente mucho más liberales, al menos en términos

relativos, que aquellos grandes filósofos que vinieron después. En efecto, los sofistas

simpatizaban con el comercio, el ánimo de lucro y el espíritu empresarial, desconfiando

del poder centralizado y omnímodo de los gobiernos de las ciudades estado. Y aunque

hay que reconocer que en ocasiones cayeron en un relativismo semejante al patrocinado

por los postmodernistas del mundo actual, desde el punto de vista de la defensa de la

libertad del individuo frente al gobierno superaron con mucho a los pensadores

socráticos posteriores. Llama finalmente la atención cómo la arrogancia cientificista a

favor del estatismo característica de la mayoría de los intelectuales hasta hoy, se ha

cuidado de desprestigiar por sistema a los sofistas – siempre políticamente “incorrectos”

– tachándolos de pensadores poco coherentes y tramposos.

Posteriormente otros pensadores más modernos, como Protágoras en la época de

Pericles, teorizaron sobre la necesidad de la cooperación social, insistiendo en que “el

hombre es la medida de todas las cosas”, lo que, llevado filosóficamente a sus últimas

consecuencias, podría haber dado lugar al surgimiento natural del subjetivismo y del

individualismo metodológico, imprescindibles puntos de partida de todo análisis

económico de los procesos sociales. También Tucídides, maestro de historiadores,

parece concebir mejor que muchos de sus coetáneos el

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