ETICA JURIDICA
LEOPOLDOBATAGELI4 de Diciembre de 2014
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ÉTICA POLÍTICA
El ámbito de reflexión denominable con mayor o menor acuerdo ética política construye discursos normativos orientadores de la actividad pública. Le interesa la explicación mesurada de lo que debe ser la política desde determinados criterios morales. Por ello, este campo de reflexión ha de distinguirse claramente de la ciencia política. De esta son característicos los juicios descriptivos que procuran dar razón de lo que acontece, de he-cho, en los diferentes niveles institucionales de un país, o de un sistema político. La economía y la sociología política, por ejemplo, aportan investigaciones pretendidamente asépticas de los comportamientos personales, institucionales y colectivos encuadrables en lo político. Por el contrario, la denominación de ética política expresa ya claramente el enfoque prescriptivo que se requiere para orientar las acciones de los diferentes sujetos implicados en decisiones políticas. Por ello, la reflexión filosófica en este campo habrá de centrarse en esclarecer cuáles son los presupuestos morales de mayor consistencia teórica, desde los que cabe guiar el comportamiento político, no sólo de los gobernantes, sino también, y en menor medida, de los ciudadanos gobernados. Las diferentes /éticas políticas de la historia han suscitado complejos problemas que atraviesan, con diferentes formulaciones y desde contextos distintos, siglos de pensamiento hasta nuestro presente. Ejemplo de algunas de estas nucleares cuestiones son: la tensión entre el elitismo y el igualitarismo (Platón), el diseño del mejor sistema de gobierno (Aristóteles), los conflictos entre el bien individual y el /bien común (santo Tomás), la obligación de obedecer a la /autoridad (Hobbes), la defensa de los derechos naturales desde el poder (Locke), los límites de la representación política (Rousseau), la /libertad individual contra el poder político-social (Stuart Mili), la base moral de la democracia (Tocqueville), la responsabilidad de los políticos (Weber)...
Nosotros nos vamos a centrar en dos dimensiones que, sin duda, engloban este ámbito de reflexión: por un lado, la vertiente de las más relevantes teorías éticas que se han ido constituyendo en el ámbito filosófico; y por otro lado, las complejas relaciones entre la ética y la 'política, entendiendo por ello la aceptación o el rechazo de criterios morales de la acción política. Ambos accesos a la ética política están apoyados por destacados pensadores, que le han ido dando un cariz significativo que han condicionado enfoques recientes.
I. LA VERTIENTE POLÍTICA DE LA ÉTICA.
Es constatable, desde sus orígenes griegos, que la reflexión ética se construye con unas concretas preocupaciones políticas de fondo. La indagación socrática de los conceptos universales, tales como el de justicia, suscitó en Platón tanto la teoría de las ideas como el de justificación intelectual de la necesidad del filósofo-gobernante. Toda la especulación platónica, como bien queda indicado en la Carta VII, comporta una intencionalidad política: una implacable crítica a la relativista /democracia ateniense. Este texto autobiográfico del anciano Platón nos ha explicado, por encima de sus inquietudes personales, las raíces políticas de toda la auténtica reflexión ética y las implicaciones políticas de toda elevada filosofía moral. Y en no menor medida, también las razones morales de la reflexión política crítica junto a las consecuencias prácticas del diseño de un /Estado. Así pues, ya en sus albores griegos, y a través de las sucesivas etapas de la historia occidental, la ética filosófica ha sido sobre todo ética política; y la teoría política fue, y no puede dejar de ser aún hoy, normativa y orientadora de la actividad pública. Es más, la función política de la filosofía (metafísica, epistemología, antropología, ética), por la que abogaba Platón, se nos ha ido revelando, al cabo de los siglos, como inherente al auténtico pensar. La búsqueda de la justicia es uno de los argumentos principales del pensamiento occidental desde La República del viejo ateniense hasta la influyente y polémica Teoría de la /Justicia del norteamericano J. Rawls. Y en esta larga historia no siempre ha sido posible percibir con nitidez las fronteras entre la ética y la política. Estudiar al /hombre y las instituciones por él creadas, diseñar las virtudes que le son propias y los bienes que anhela, desentrañar los mecanismos del poder y sus límites morales, han sido y son una misma filosofía. Las reflexiones éticas contemporáneas más relevantes se han ido construyendo con una aguda permeabilidad, tanto a los presupuestos socio-políticos del pensar moral, como a sus implicaciones para una revisión crítica del sistema democrático. En estas últimas décadas, filósofos tan influyentes y distintos como Mounier (personalismo), Lévinas (fenomenología), Ricoeur (hermenéutica), Rawls (contractualismo), Apel (kantismo), Rorty (paganismo), Maclntyre (aristotelismo)..., se han mostrado conscientes de que sus reflexiones éticas, o emanan de profundas preocupaciones políticas o constituyen una referencia crítica al que-hacer democrático. Y esta penetración en el pensamiento político no proviene de una causal opción de cada pensador, sino que responde a las internas exigencias del propio pensar ético-filosófico.
El comportamiento moral, aunque emana de una conciencia subjetiva, es en gran medida relacional. Todo hombre ha de vérselas en su vida diaria con la presencia más o menos real y encarnada de los diversos pronombres personales. Y todo pensador ha de asumir, en sus categorías filosóficas y en sus argumentaciones teóricas, la relevancia del tú-él y del vosotros-ellos, desde los cuales cabe dar sentido pleno a la práctica moral de cualquier sujeto, singular (/yo) o plural (nosotros). No es posible explicar en profundidad el mundo moral desde la perspectiva de la primera persona; y una vez que el pensamiento se abre al /otro y a los otros, como personas o sujetos morales, se está adentrando ya en la senda que conduce a la faz política de la ética. A excepción de yo, todos los demás pronombres –seres– personales, que se introducen pronto o tarde en cualquier detallada reflexión ética sobre verbos substantivados de las tres terminaciones reconocidas en nuestra lengua (tan nucleares como el amar cristiano y el comunicar dialógico; el deber ontológico y el valer axiológico; el convivir comunitario y el elegir existencialista...) conducen a la constatación clara de la dimensión política de la /persona. Hoy no es posible pensar lo ético sin encontrarse con lo político, como no es posible pensar lo político sin presuponer lo ético. Así nos lo manifiestan con mayor o menor rotundidad, desde la /Ilustración, destacados pensadores de distintas tendencias. Por ejemplo, la pregunta ética formulada por Kant (¿qué debo hacer?) acabó derivando hacia la pregunta por los deberes del político moral y por la instauración de un Estado republicano; la preocupación de Stuart-Mill por los deseos y placeres del individuo se va trasformando en el esclarecimiento del bienestar de la colectividad. Y ya en este siglo, las profundas reflexiones de Lévinas sobre el /rostro desembocarán en la defensa de la instauración de la paz en la /comunidad; los análisis de Ricoeur sobre el /amor interpersonal se abren a una revisión del problema de la justicia social; las primeras reivindicaciones de Apel de fundamentar la ética en la pragmática trascendental acaba evolucionando en un insistente interés por aplicar a complejos problemas socio-políticos principios éticos ciertamente abstractos; el diseño de Rawls de una ficticia posición original, desde la que se eligen los principios de justicia, pretende en realidad ayudar a dirimir los más graves conflictos políticos de las sociedades democráticas; el análisis de Rorty de la contingencia del yo conduce a una defensa de un /liberalismo solidario, sensible a todo dolor humano; la crítica ética de Maclntyre al proyecto ilustrado desencadena la revitalización de la vida comunitaria, como alternativa a la tradición liberal moderna.
Así pues, pronto o tarde, o indirectamente, en la obra de los grandes filósofos de la moral de todos los tiempos aparece siempre lo político, no como un sobreañadido artificial a la reflexión ética, sino como el preciso fruto de una semilla plantada en tierra fértil. Al pensar lo más personal del yo o sujeto moral (felicidad, libertad, racionalidad, valor, deber, virtud...), nos tropezamos siempre con los pronombres –seres– personales plurales. Y son estos, tan reales como carnales, quienes se presentan ante mi ser personal reflexivo y actuante, desencadenando el replanteamiento de las dimensiones y estructuras grupales, sociales y políticas en las que se desarrollan siempre las vidas singulares. No se puede hoy diseñar la /felicidad individual (éticas eudemonistas) sin contemplar la felicidad colectiva; ni plantear el problema moral de la libertad (éticas existencialistas), sin referencia a las libertades políticas; no cabe esclarecer los tipos de racionalidad práctica (éticas comunicativas) sin percatarse de los tipos de racionalidad que se manejan en las decisiones políticas, ni es posible esclarecer qué son los /valores y su jerarquía (ética axiológica), sin entrar en la discusión de los conflictos de valores que se suscitan en las sociedades democráticas pluralistas; ni tiene lugar un auténtico análisis de la experiencia personal del deber (éticas deontológicas), sin tener en cuenta los condicionamientos y las exigencias sociales de la conciencia del deber; y para hablar hoy de la /virtud (éticas aretológicas), es necesario referirse a los contextos sociales, políticos o profesionales en los
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