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El Encuentro Con El Otro


Enviado por   •  28 de Febrero de 2014  •  2.901 Palabras (12 Páginas)  •  359 Visitas

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El encuentro con el Otro

El periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski reflexiona sobre los modos en que las distintas culturas establecieron contacto a lo largo de la historia y sobre los desafíos que enfrenta la alteridad.

Desde siempre, el encuentro con el Otro ha sido una experiencia universal y fundamental para nuestra especie.

Según dicen los arqueólogos, los primeros grupos humanos eran pequeñas familias o tribus de treinta a cincuenta individuos. De haber sido más numerosas, su nomadismo habría perdido rapidez y eficiencia. De haber sido más reducidas, la autodefensa eficaz y la lucha por la supervivencia les habrían resultado más difíciles.

He aquí, pues, a nuestra pequeña familia o tribu vagando en busca de alimento. De pronto, se topa con otra familia o tribu y descubre que hay otras personas en el mundo. ¡Qué paso significativo en la historia mundial! ¡Qué descubrimiento trascendental! Hasta entonces, los miembros de estos grupos primordiales, que deambulaban en compañía de treinta o cincuenta parientes, habían podido vivir en el convencimiento de que conocían a toda la población mundial. Resultó que no era así: ¡también habitaban el mundo otros seres similares a ellos, otras personas! Pero ¿cómo actuar frente a semejante revelación? ¿Qué hacer? ¿Qué decisión tomar?

¿Debían arremeter contra esas otras personas? ¿Mostrarse indiferentes y seguir su camino? ¿O, más bien, tratar de llegar a conocerlas y comprenderlas?

Hoy afrontamos la misma opción que enfrentaron nuestros antepasados hace miles de años. Una opción no menos intensa, fundamental y categórica que entonces. ¿Cómo debemos comportarnos con el Otro? ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia él? Ella podría desembocar en un duelo, un conflicto o una guerra. Todos los archivos contienen pruebas o testimonios de estos acontecimientos. Y el mundo está jalonado de innumerables ruinas y campos de batalla.Todo esto demuestra el fracaso del hombre: no supo o no quiso llegar a un entendimiento con el Otro. La literatura de todas las épocas y países ha tomado esta situación de debilidad y tragedia como tema central de mil maneras distintas.

Sin embargo, también podría darse el caso de que, en vez de atacar y combatir, esta familia o tribu primordial decida defenderse del Otro separándose y aislándose. Con el tiempo, esta actitud deriva en cosas tales como las torres y puertas de Babilonia, la Gran Muralla china, el limes romano y las pétreas murallas incaicas.

Afortunadamente, en todo nuestro planeta hay pruebas abundantes, aunque dispersas, de una experiencia humana distinta: la cooperación. Me refiero a los restos de puertos, ágoras, santuarios, plazas del mercado; a los edificios, todavía visibles, de antiguas academias y universidades; a los vestigios de rutas comerciales como el Camino de la Seda, la Ruta del Ambar y la de las caravanas que atravesaban el Sahara.

En todos estos lugares, las personas se reunían para intercambiar ideas y mercancías. Allí hacían sus transacciones y negocios, concertaban pactos y alianzas, descubrían metas y valores compartidos. "El Otro" dejó de ser sinónimo de algo extraño y hostil, peligroso y letalmente maligno. Descubrieron que cada uno llevaba dentro un fragmento del Otro, creyeron en esto y vivieron tranquilas.

Al toparse con el Otro, la gente tuvo, pues, tres alternativas: hacer la guerra, construir un muro a su alrededor o entablar un diálogo.

A lo largo de la historia, la humanidad nunca ha cesado de oscilar entre estas alternativas. Ha optado por tal o cual de ellas, según los tiempos y culturas cambiantes. Salta a la vista que, en esto, la humanidad es voluble, no siempre se siente segura, no siempre pisa suelo firme. Es difícil justificar la guerra. Creo que en ellas todos pierden invariablemente porque las guerras son desastrosas para el hombre. Ponen de manifiesto su incapacidad para comprender, para ponerse en el lugar del Otro, para actuar con sensatez y benevolencia. Por lo común, en tales casos, el encuentro con el Otro termina trágicamente en una catástrofe de sangre y muerte.

En la época contemporánea, la idea que nos llevó a aislarnos del Otro, a rodearnos de grandes murallas y anchos fosos, recibió el nombre de apartheid. Equivocadamente, circunscribimos este concepto a las políticas del régimen blanco sudafricano, hoy difunto. El apartheid ya se practicaba en los tiempos más remotos. Dicho en términos sencillos, sus partidarios proclamaban: "Cada uno es libre de vivir como le plazca, siempre y cuando esté lo más lejos posible de mí si no pertenece a mi raza, religión o cultura". ¡Como si eso fuera todo!

En realidad, contemplamos una doctrina de la desigualdad estructural de la raza humana. Los mitos de muchas tribus y pueblos incluyen la convicción de que sólo ellos son humanos, es decir, "nosotros", los miembros de nuestro clan o comunidad. Los demás, todos los demás, son subhumanos o ni siquiera eso. Una antigua creencia china lo expresa de manera excelente: el extranjero era visto como un engendro del diablo o, en el mejor de los casos, una víctima del destino que no había logrado nacer en China. Esta creencia presentaba al Otro como un perro, una rata o un reptil. El apartheid era, y sigue siendo, una doctrina de odio, desprecio y repugnancia hacia el Otro, hacia el extranjero.

¡Qué diferente fue la imagen del Otro cuando prevalecieron las religiones antropomórficas, la creencia de que los dioses podían tomar la forma humana y actuar como personas! Por entonces, nadie podía decir si el caminante, viajero o forastero que venía hacia él era una persona o un dios con aspecto humano. Esa incertidumbre, esa ambivalencia fascinante, fue una de las raíces de la cultura hospitalaria que ordenaba prodigar atenciones al forastero, a ese ser en última instancia incognoscible.

Cyprian Norwid se refiere a esto cuando, en su introducción a la Odisea, analiza las fuentes de la hospitalidad que encuentra Ulises en su viaje de regreso a Itaca. "Allí, ante cada mendigo y caminante extranjero -observa Norwid- la primera sospecha era si no lo enviaría Dios. [...] Nadie podría haber sido recibido como huésped si la primera pregunta hubiera sido: ?¿Quién es este forastero?´. Pero las preguntas humanas sólo venían después, una vez respetada la divinidad que había en él. Llamaban a eso `hospitalidad´ y, por la misma razón, la incluían entre las virtudes y las prácticas piadosas. Para los griegos de Homero, nadie era `el último entre los hombres´: [el forastero] siempre era el primero, es decir, divino."

En esta interpretación griega de la cultura de que habla Norwid, las cosas revelan un nuevo significado favorable a las personas. Las puertas no están solamente para

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