El derrumbe de los grandes discursos políticos e ideológicos
kaquiMonografía25 de Febrero de 2013
4.220 Palabras (17 Páginas)611 Visitas
El derrumbe de los grandes discursos políticos e ideológicos se revela, en opinión de algunos teóricos, como rasgo fundamental de la sociedad contemporánea. Para ellos, dentro del estado actual del capitalismo, los relatos que condujeron los movimientos de resistencia a lo largo del siglo XX, específicamente los centrados en el marxismo, no sólo han perdido vigencia debido al bajo desarrollo de su pensamiento, sino que incluso, hoy por hoy, son concebidos como peligros que acechan las libertades de los ciudadanos y la democracia de las naciones.
Con esta clave puede analizarse buena parte de las ideas de vanguardia que, aun cuando continúan oponiéndose al sistema hegemónico, renuncian –unas más que otras- a una interpretación marxista de la sociedad. Así, al dejar de lado nociones como clase o alienación, y orientarse por un lenguaje menos ideologizado, pero que en ocasiones describe los mismos fenómenos objetivos, aquellas ideas pretenden superar las limitaciones que el pensamiento de Marx tiene en nuestro tiempo y, sobretodo, escapar un poco del fantasma de los regímenes socialistas y la declarada lucha mediática contra la izquierda.
De este modo, para los desencantados del socialismo, para la gran masa inconciente que es víctima de la propaganda pro-capitalista y, obviamente, para la derecha, un título como El Final de la Utopía, supondría la rendición definitiva del marxismo, algo así como la declaración de no poder llevar a cabo su proyecto político. Lamentablemente para ellos, El Final de la Utopía no representa para Herbert Marcuse (1898-1979) una derrota, sino, por el contrario, la certidumbre de haber entrado por primera vez en la historia, al momento en el que es realmente factible el advenimiento de una sociedad libre:
“El desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado tal nivel que en la actualidad la idea de erradicar el hambre y la miseria en el mundo no es ningún sueño utópico. Como no lo es el pensar que pueda transformarse la naturaleza del trabajo alienado en trabajo verdaderamente creador y gozoso. O que pueda edificarse una civilización no represiva. De ahí, pues, ‘El Final de la Utopía’, en el sentido de que ‘las nuevas posibilidades de una sociedad humana y de su modo circundante no son ya imaginables como continuación de las viejas, no se pueden representar en el mismo continuo histórico, sino que presuponen una ruptura precisamente con el continuo histórico, presuponen la diferencia cualitativa entre una sociedad libre y las actuales sociedades no-libres, la diferencia que, según Marx, hace de toda la historia transcurrida, la prehistoria de la humanidad’” (Pág. IV)
Como se ve, y esto a pesar del pesimismo que siempre se ha atribuido a Herbert Marcuse, este libro –en el que se recogen las intervenciones hechas por el filósofo alemán en la Universidad Libre de Berlín en julio de 1967- busca, por un lado, examinar las condiciones más características del capitalismo tardío, trabajo que el autor ya había emprendido en Eros y Civilización (1955) y El Hombre Unidimensional (1964), pero además, por otro lado, relocalizar el papel del marxismo dentro del panorama político contemporáneo, mostrando cómo, más allá de esa página horrorosa que constituyó el estalinismo y la creciente tergiversación de la realidad que promueve el sistema capitalista, sólo la utopía marxiana puede reivindicar la libertad y vida de los seres humanos.
No se trata de un análisis exhaustivo; por el contrario, Horst Kurnitzky y Hansmartin Kuhn, los editores del texto, prescindieron de partes importantes del mismo, haciendo primar el diálogo y las preguntas suscitadas a partir de los discursos de Marcuse. En este sentido, las cuatro partes del libro son, ante todo, una construcción a voces entre el filósofo y la población académica de la Universidad. Esto no quiere decir que lo expuesto adolezca del nivel argumentativo que caracteriza, no sólo a Marcuse, sino a todas las figuras de la Escuela de Frankfurt –Horkheimer, Adorno, o Habermas-; todo lo contrario, las mismas críticas a su posición, obligan a Marcuse página tras página, a señalar ejemplos, establecer contrastes e, inclusive, reconocer vacíos teóricos.
Las preguntas abren muchos horizontes y no se toma el tiempo para reflexionar sobre cada una de ellas con la profundidad que se necesitaría, ese es el inconveniente principal del libro, pero, por todo lo demás, se trata de un volumen orientador y muy lúcido en sus apreciaciones. Debe resaltarse, por otra parte, que Marcuse fue recibido en Berlín por los estudiantes como el principal integrador de su pensamiento, y que por lo que hace a las discusiones que tuvieron lugar allí en 1967, su visita a la ciudad en donde nació y trabajó, pero de la que se exilió durante el nazismo, tienen algo de premonitorio frente a lo sucedido en París un año después.
El final de la utopía
El libro de Marcuse está dividido en cuatro partes, la primera de las cuales da título a la obra. En ella, el autor expone las razones que lo llevan a pensar que estamos en un momento histórico en el que es posible convertir la utopía del marxismo en un hecho real. Su disertación parte de dos premisas: 1. toda transformación del entorno técnico y natural es una posibilidad real en la historia y; 2. el actual desarrollo de nuestra civilización permite, dados sus niveles económico y científico, buscar la consecución de una sociedad libre.
En otras palabras, la eliminación del trabajo alienado, las prácticas represivas, la pobreza y el hambre, aspectos todos ellos que continúan siendo protagonistas en el mundo, son, en nuestra época –hablamos de unas cinco décadas hacia acá-, elementos que podrían eliminarse a partir de una ruptura histórica con el capitalismo, sistema económico que los mantiene y, en consecuencia, principal obstáculo de la transformación. Marcuse cree que existen dos tipos de impedimentos que pueden presentarse para la realización de una utopía: o bien, que el proyecto manifieste abiertamente una contradicción con leyes biológicas o científicas, o bien, que factores subjetivos y objetivos se le opongan.
Está claro que no existe ley científica o biológica que vaya en contravía de una sociedad libre, luego Marcuse no encuentra trabas de este tipo al marxismo. Por el contrario, sí que descubre factores subjetivos (inmadurez, inconciencia) yobjetivos (manipulación, falso confort) que alejan el evento de un nuevo mundo. Pero, aun cuando estas fuerzas movilizan toda su potencia “contra su propia posibilidad de liberación”, es obvio que no destruyen con ello la realizabilidad de la utopía per se. Por esta razón, Marcuse cree que la principal tarea del socialismo –como promotor de ideas marxianas- es poner de relieve las fuerzas oscuras que nos obligan a reproducir la represión en nosotros mismos (plano subjetivo) y, del mismo modo, contribuir a la ruptura histórica con el capitalismo, único camino para alcanzar una sociedad libre. Concretamente se trata de:
1. Apelar a un nuevo conjunto de necesidades, sustancialmente biológicas, vitales para el hombre, que permitan reducir la actualización en nuestra existencia de necesidades superpuestas como la compra o la esclavitud tecnológica.
2. Descapitalizar la industrialización y la tecnificación, esto es, retrotraer el sentido liberador de la técnica y la industria, rompiendo con las prácticas que nos puedan convertir en esclavos de ellas.
3. Suscitar cualidades estético-eróticas que generen espacios de libertad; por ejemplo, vinculando técnica y arte, trabajo y juego o creación, descanso y felicidad, intimidad y conocimiento.
4. Luchar en dos frentes: uno subjetivo, primordialmente en lo que respecta a la liberación de la conciencia de su manipulación mediática y, otro, objetivo, que consiste en organizarse, resistir y resquebrajar por vía intra y extra-institucional el sistema capitalista.
Tanto las sociedades ricas como las pobres deben unirse bajo estos objetivos que para cada una de ellas comportan unos matices particulares: para las primeras, la transformación de la voluntad, es decir, su ánimo para sentirse identificadas con los problemas que revelen en otros lugares luchas y enemigos comunes, y para las segundas, la liberación del yugo neocolonial. Hay que tener siempre presente, y en esto insiste Marcuse, de que todos aquellos que se benefician de alguna forma del statu-quo, se movilizan en un sentido exactamente contrario, a veces apoyándose en el poder de la violencia y, por ello, debe asumirse una posición audaz que tal vez nos lleve a ejercer la violencia en cualquier momento.
El problema de la violencia en la oposición
Conforme a una idea central que tiene que ver con que la oposición no debe entenderse de forma distinta a una lucha abierta y global, Herbert Marcuse esboza algunos puntos constitutivos de lo que podría ser una Nueva Izquierda en el mundo. Primero, no se trata ya de un movimiento marxista ortodoxo porque, sin renunciar a los fundamentos clásicos de Marx, se reconocen elementos que instan a un examen renovado: la técnica, las herramientas de la información, el peligro nuclear, etcétera. Segundo, no cree que la clase trabajadora sea el único foco revolucionario, sino que sitúa potencialidades contra-hegemónicas en grupos residuales y enclaves de clases. Y tercero, encuentra nuevos escenarios de integración alrededor de portavoces artísticos y literarios, no vinculados directamente con el trabajo político.
En su opinión, esa Nueva Izquierda está integrada mayoritariamente por lo que él
...