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El discurso del metodo


Enviado por   •  26 de Julio de 2021  •  Biografías  •  3.952 Palabras (16 Páginas)  •  220 Visitas

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QUINTA PARTE  (Abreviada)

Mucho me agradaría proseguir y exponer aquí toda la cadena de las otras verdades deducidas por mí de esas primeras. Pero, como para ello sería necesario que hablase ahora de varias cuestiones que están en debate entre los doctosa, con quienes no deseo indisponerme, creo que será mejor que me abstenga y que diga solamente en general cuáles son, a fin de dejar que juzguen los más sabios si sería útil que el público fuese informado más detalladamente. He permanecido siempre, firme en la resolución que había tomado de no suponer ningún otro principio que el que acaba de servirme para demostrar la existencia de Dios y del alma, y de no admitir cosa alguna por verdadera que no me pareciese más clara y más cierta de lo que lo habían sido antes las demostraciones de los geómetras. Y sin embargo, me atrevo a decir que ño sólo he encontrado el medio de satisfacerme en poco tiempo, en lo tocante a todas las principales dificultades que suelen tratarse en la filosofíab, sino que también he observado ciertas leyes que Dios ha establecido de tal manera en la naturaleza y de las cuales ha impreso tales nociones en nuestras almas, que después de haber reflexionado suficientemente, no podríamos dudar de que son exactamente observadas en todo cuanto hay o se hace en el mundo. Después de esto, considerando la serie de esas leyes, me parece haber descubierto varias verdades más útiles y más importantes que todo lo que había aprendido con anterioridad o incluso esperado aprender.

Pero puesto que he tratado de explicar las principales de entre ellas en un tratado, que algunas consideraciones me impiden publicar, no sabría darlas mejor a conocer sino diciendo aquí sumariamente lo que ese tratado contiene. Antes de escribirlo, tuve el propósito de incluir en él todo lo que creía saber acerca de la naturaleza de las cosas materiales. Pero, exactamente del mismo modo que los pintores, no pudiendo representar igualmente bien en un lienzo liso todas las diversas caras de un cuerpo sólido, escogen una de las principales, que colocan enfrente de la luz, y sombrean las otras, que no hacen aparecer sino en la medida en que se las puede ver al mirar la principal, así, temiendo no poder incluir en mi discurso todo lo que tenía en el pensamiento, me propuse tan sólo exponer muy ampliamente mi concepción de la luz; luego, tuve la ocasión de añadir algo del Sol y de las estrellas fijas porque casi toda la luz procede de ellas; de los cielos, porque la transmiten; de los planetas, de los cometas y de la Tierra, porque la reflejan; y en particular, de todos los cuerpos que hay sobre la Tierra porque son o coloreados, o transparentes, o luminosos; y, finalmente, del hombre, porque es el espectador. Incluso para dar un poco de sombra a todas esas cosas y poder decir con más libertad lo que juzgaba, sin estar obligado a seguir ni a refutar las opiniones admitidas entre los doctos, resolví abandonar este mundo de aquí a sus disputas y hablar solamente de lo que ocurriría en uno nuevo, si Dios crease ahora en alguna parte, en los espacios imaginarios, bastante materia para componerlo, y agitase diversamente y sin orden las diversas partes de esa materia, de suerte que compusiera un caos tan confuso como los poetas pudieran fingirlo, y, después, no hiciese otra cosa que prestar su concurso ordinarioc a la naturaleza, dejándola obrar según las leyes por El establecidas. Así, en primer lugar, describí esa materia y traté de representarla de tal suerte que no hay nada en el mundo, a mi parecer, más claro y más inteligible, excepto lo que antes se ha dicho de Dios y del alma; pues incluso supuse, expresamente, que no había en ella ninguna de esas formas o cualidades de que se disputa en las escuelas, ni en general cosa alguna cuyo conocimiento no fuera tan natural a nuestras almas que no se pudiese ni siquiera fingir que se ignora. Además, hice ver cuáles eran las leyes de la naturaleza; y sin apoyar mis razones en ningún otro principio que las perfecciones infinitas de Dios, traté de demostrar todas aquellas sobre las que pudiera haber alguna duda, y de hacer ver que son tales, que aunque Dios hubiese creado varios mundos, no podría haber ninguno en el que no fuesen cumplidas. Después de esto, mostréd cómo la mayor parte de la materia de ese caos debía, en virtud de esas leyes, disponerse y ordenarse de una cierta manera que la hacía semejante a nuestros cielos; cómo, mientras, algunas de esas partes debían componer una Tierra, y algunas otras, los planetas y los cometas, y otras, un Sol y las estrellas fijas.(…)

Sin embargo, no quería inferir de todas esas cosas que este mundo haya sido creado de la manera que yo proponía; pues es mucho más verosímil que, desde el comienzo, Dios lo haya hecho tal como debía ser. Pero es cierto, y es una opinión comúnmente admitida entre los teólogos, que la acción por la cual ahora lo conserva, es la misma que aquella por la cual lo ha creado; de modo que, aun cuando no le hubiese dado, al comienzo, otra forma que la del caos, con tal de haber establecido las leyes de la naturaleza y prestarle su concurso para obrar como ella acostumbra, puede creerse, sin menoscabo del milagro de la creación, que, por ello, todas las cosas que son puramente materiales habrían podido, con el tiempo, llegar a ser tal como las vemos en el presente. Y su naturaleza es mucho más fácil de concebir cuando se las ve nacer poco a poco de esa manera que cuando se las considera hechas del todo.

De la descripción de los cuerpos inanimados y de las plantas pasé a la de los animales y, particularmente, a la de los hombres. Pero, puesto que no tenía aún bastante conocimiento para hablar de ellos con el mismo estilo que del resto, es decir, demostrando los efectos por las causas y haciendo ver de qué semillas y en qué manera la naturaleza debe producirlos, me contenté con suponer que Dios formó el cuerpo de un hombre enteramente semejante a uno de los nuestros, tanto en el aspecto exterior de sus miembros como en la conformación interior de sus órganos, sin componerlo de otra materia que la que yo había descrito y sin introducir en él, al principio, alma alguna razonable, ni ninguna otra cosa para servirle de alma vegetativa o sensitivai, sino excitando en su corazón uno de esos fuegos sin luz, que ya había explicado y que yo no concebía sino de naturaleza igual que el que calienta el heno cuando se le ha encerrado antes de que estuviese seco o el que hace hervir los vinos nuevos cuando se les deja fermentar en la cuba con su hollejo. Pues, examinando las funciones que, a consecuencia de ello, podía haber en ese cuerpo, encontraba exactamente todas aquellas que puede haber en nosotros, sin que pensemos en ellas, y, por consiguiente, sin que nuestra alma, es decir esa parte distinta del cuerpo de la que se ha dicho anteriormente que la naturaleza no es sino pensar, contribuya; funciones que son las mismas todas, así que puede decirse al respecto, que los animales desprovistos de razón se nos asemejan; por eso no pude encontrar alguna de las que, siendo dependientes del pensamiento, son las únicas que nos pertenecen en cuanto hombres, mientras que las encontraba enseguida suponiendo que Dios creó un alma razonable y que la unió a ese cuerpo, de cierta manera que yo describía. (…)

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