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El plagio, un arte que nunca muere

MarkDorgeEnsayo22 de Febrero de 2012

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El plagio, un arte que nunca muere

Rosario Fernández

Unos lo llaman inspiración. Otros, simplemente, copia. La línea que separa ambas es tan fina que son muchos los artistas que la han cruzado. No es un asunto nuevo, sino que existen antecedentes.

Velázquez para su célebre cuadro de Las Hilanderas se sirvió de unas estampas con las sibilas de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina. “Era un modo de reconocer la genialidad del pintor italiano. Algo así como rendir homenaje”, asegura José Luis Requena, investigador del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Navarra.

Otros sobrepasaron el límite de la inspiración. Así, en el siglo XVI, Miguel Ángel Buonarotti acusó en vida de plagio a su eterno rival Rafael de Sanzio. Incluso después de muerto comentó en una célebre carta: “todo lo que sabía de arte, lo cogió de mí”. En el siglo XVIII, los dos grandes retratistas ingleses del momento, Joshua Raynolds y Thomas Gainsborough, fueron acusados de plagiarse mutuamente. Y más recientemente, en el año 2000, el británico Glenn Brown, nominado al premio Turner por su obra, Loves of Shepherds, fue acusado de copiar literalmente la portada del libro Double Star, del escritor Robert A. Heilein, realizada por el ilustrador Antony Robert. “Es algo que ha sucedido a lo largo de la historia y que seguirá pasando. Es algo innegable”, destaca Sirga de la Pisa, profesora de Historia del arte de la Universidad San Pablo-CEU.

El del siempre polémico artista británico Damien Hirst, conocido por sus tiburones o vacas en formol que han alcanzado cifras estratosféricas en subastas, es el último de los casos. Hace unos días, el también creador Charles Thomson aseguraba en la revista Jackdaw que al menos quince obras de Hirst estaban inspiradas en otras ajenas, entre ellas los anaqueles con medicinas que comenzó a exhibir en 1989 y su instalación Pharmacy (Farmacia), de 1992, copiadas, según Thomson, de Joseph Cornell, quien ya presentó en 1943 un pequeño armario con botellas en las estanterías y que también bautizó como Farmacia.

El acusador, fundador de los stuckistas, un grupo a favor del arte tradicional y crítico del premio Turner que concede la Tate Gallery, no parece ser el mejor amigo de Hirst, pero a las pruebas se remite. Tampoco sus pinturas giratorias o la instalación de un balón sobre una corriente de aire son originales, criticaba el stuckista, quien decía que ese tipo de obras surgieron ya en los años sesenta.

Entre los artistas que han acusado a Hirst de plagio está el británico John LeKay, que en 1987 presentó una crucifixión con un cadáver de cordero, una idea que posteriormente se apropió Hirst. LeKay también se adelantó al británico con sus cráneos engarzados con joyas, y la estadounidense Lori Precius ha asegurado que comenzó en 1994 a hacer rosetones con alas de mariposas disecadas.

A estos casos se suma que hace diez años, Damien Hirst aceptó pagar una suma no revelada para frenar una acción legal del diseñador y los fabricantes de un juguete que tenía un gran parecido con su escultura en bronce Hymn. Según David Lee, director de la revista Jackdaw, este hecho es por sí mismo una admisión de plagio.

No cabe duda de que Hirst y Thomson ven el arte de formas diferentes. Como destaca Elisa Hernando, directora de la consultora Are Global, “con la llegada del posmodernismo en la segunda mitad del siglo XX surgieron numerosos movimientos que abogaban por la ruptura con antiguas concepciones artísticas”.

Los creadores posmodernos, como Jeff Koons, Julian Schnabel o David Salle, se afanan en desmitificar la imagen, en desproveerla de su sentido icónico y conceptual. “Es aquí donde entra Hirst y donde, hasta cierto punto, podría justificar su creación. Como su temática central es la muerte, toma ideas de

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