El problema de las diferentes especies de ética
roberto1983Trabajo5 de Octubre de 2012
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Educere
Universidad de los Andes
educere@ula.ve
ISSN (Versión impresa): 1316-4910
VENEZUELA
2004
Luis Fuenmayor Toro
¿POR QUÉ LA ÉTICA EN NUESTROS TIEMPOS?
Educere, abril-junio, año/vol. 8, número 025
Universidad de los Andes
Mérida, Venezuela pp. 265-270
¿POR QUÉ LA ÉTICA
EN NUESTROS TIEMPOS?
n nuestros tiempos, de mundialización y capitalismo salvaje, de invasiones y destrucción masiva de pueblos enteros, se habla de ética con una frecuencia inusual en la historia de la humanidad. Este interés repentino por la materia, quizás, se deba al deterioro que las nuevas relaciones de producción y de dominación han producido en el
interior de todas las sociedades y de los individuos, que han hecho reaccionar, incluso, a los intelectuales de los países hegemónicos, ante la posibilidad, hoy cierta, de una deshumanización planetaria que signifique un cambio radical de civilización distinto de lo conocido hasta ahora.
Las nuevas e infinitas posibilidades abiertas por el desarrollo de las nuevas tecnologías, capaces ya de controlar la producción de seres vivos con determinadas características, sumadas a las inmensas posibilidades de controlar voluntades a través de las comunicaciones y la información que se transmita, dentro de una distribución llamada unipolar del poder mundial, han abierto al capitalismo un extenso e inexplorado campo de acción,
que presiona crudamente en forma, para algunos indebida, sobre las sociedades atrasadas e, incluso, sobre sus propias sociedades, lo que ha producido un despertar de conciencias y ha dado paso a reflexiones sobre el porvenir, de mantenerse las tendencias actuales. Esto se ha traducido en la aparición de un campo de discusión sobre la moral y la ética que deberían regir a esta y a otras relaciones en el nivel planetario.
Las exigencias de occidente con relación a la imposición mundial de su modo de vida, de su cultura, su ideología, sus valores y tradiciones, que día a día se instrumentan a través de las grandes corporaciones transnacionales, alteran los modos de convivencia en tal extensión y profundidad, que hacen suponer la aparición de situaciones de violencia extrema que serían erradicadas mediante la devastadora fuerza militar hoy concentrada en una sola potencia, a menos que una nueva ética se imponga en las relaciones de explotación capitalista y también, aunque suene extraño, en las formas de dominación. De lo contrario, la extinción o el abandono definitivo a su “suerte” de buena parte de la población mundial, será el resultado de este nuevo período de contradicciones, máxime si entendemos que en los años
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venideros se puede producir una quiebra en los valores trascendentales de la humanidad en las sociedades desarrolladas, producto de las nuevas necesidades de producción, de la manipulación desinformativa y de situaciones objetivas como la lucha por el control del agua sobre la Tierra.
Dada la situación mundial actual, es imposible pensar que estamos en capacidad de imponer un reto ético distinto a lo anteriormente señalado o uno, mayor, incluso, en el que llamemos a la construcción de un hombre cada vez más humano, más racional, más comunicativo, más afectivo, más respetuoso con la realidad (Rodríguez- Arana Muñoz, 1999) sin el concurso, en esa lucha, del pensamiento avanzado del primer mundo. “Ser más, crecer, no significa rechazar o arrasar los valores que tenemos, sino que significa filtrarlos, purgarlos y reconocer nuestra insuficiente comprensión de lo que es en toda su extensión el ser humano, su dignidad y su libertad” nos dice Rodríguez-Arana Muñoz (1999) en un excelente trabajo sobre la ética y el hombre. Y como él, existen otros pensadores y estudiosos de la materia, con quienes debemos trabajar en la preservación y el rescate de lo humano sobre La Tierra.
Pero la posibilidad de ese esfuerzo conjunto no se puede dar sin la participación activa de la universidad, cuna y principal expresión del pensamiento complejo en nuestro mundo. Es así, en el caso de Venezuela donde la universidad tiene las principales fuentes y reservas de la creación intelectual y del conocimiento, además de poseer un sinnúmero de facilidades de acceso al mismo: bibliotecas, acceso a Internet, investigadores y teóricos preparados, auxiliares de investigación, numerosos estudiantes graduados, tiempo y financiamiento para asumir el reto. Sin embargo, nuestra institución universitaria adolece de severas limitaciones, éticas muchas de ellas, que le impiden transformarse en el centro ideológico de elaboración alterna ante la deshumanización puesta en marcha en el planeta. Una de las principales limitaciones está en la escasa percepción del problema que se avecina, la limitada capacidad de entender que estamos en el momento de enfrentar un proceso que, si bien recién comienza, hay que asumirlo con todo el rigor científico posible, para poderlo enfrentar efectivamente. No existen planes para preparar investigadores en este campo, no existen proyectos que se lleven en este campo del conocimiento, ni se comparte estas inquietudes con los estudiantes de pregrado, mucho menos en el seno de
está por iniciarse y debe primero ser comprendida e internalizada como prioritaria por la dirección universitaria actual, la cual es, en buena parte, muy limitada en la comprensión de estos temas, al igual que lo es la mayoría del profesorado académicamente preparado.
Nuestros investigadores más avanzados tienen una escasa visión de lo extenso y lo variado de la producción de conocimientos en esta área. Muchos están tan atrasados que en lo íntimo de sus seres le niegan su condición de ciencias a las ciencias sociales. Es difícil, casi imposible, asumir el reto en condiciones como éstas; se impone un esfuerzo con los sectores institucionales más claros para vencer las dificultades para la acción.
La universidad, decíamos, como cuna y expresión de la actividad intelectual creadora, está llamada a desempeñar un papel preponderante en la lucha por una nueva ética, que rija las relaciones entre los individuos y entre los pueblos de una nueva manera, que no atropelle, que no pretenda por ningún medio homogeneizar culturas, deseos e historias; una ética de la solidaridad, de reconocimiento y, por lo tanto, de respeto de las diferencias; que dé paso a la pluralidad y al diálogo entre las diferentes culturas, al reconocimiento y valoración del otro; un nuevo pensamiento que legitime las diferencias y nos permita recuperar la identidad, que reivindica el derecho de todos a su praxis, enfrentados a sus propios mundos, tal como son, que niega la validez de un concepto de universalidad que se fundamenta en la homogeneidad y estandarización y que reivindica la universidad basada en la pluralidad cultural, forjada a lo largo de la vida a partir de sus propias prácticas sociales y su propia ética (Serrano, 1998).
Pero para que la universidad venezolana asuma el reto de una nueva ética, además de superar las limitaciones ya señaladas, tiene que incorporar estos nuevos y viejos valores y tiene, además, que desempeñarse éticamente en toda su actividad académica, lo cual está muy lejos de ser el caso para la inmensa mayoría de las comunidades universitarias. De hecho, la universidad es lo que es su comunidad. Es más, la universidad es su comunidad. Son sus profesores y estudiantes, con sus virtudes y defectos, con sus aciertos y fallas, con su desarrollo, con su moral y su ética. Es por ello, que una comunidades de principios relajados, permisivas en sus condicionamientos morales, en la que no exista la disciplina de trabajo, con una baja
consuetudinaria con una baja actividad creadora, que es el lamentable caso de todas nuestras comunidades universitarias, con las pocas excepciones que confirman la regla, está muy lejos de tener la capacidad de enfrentar un reto que requeriría de todas las virtudes en sus máximos niveles. Parecería entonces que nuestro pueblo no puede contar con sus universidades en la importante lucha que se avecina y que, de no ser enfrentada creativa y victoriosamente, terminará por arrasar también a las universidades y a .sus acomodaticias comunidades,
Se impone una ética de la nacionalidad, que se enorgullezca de nuestro gentilicio, de nuestras tradiciones, de nuestra historia, nuestra cultura, nuestros valores. Que reivindique a nuestros antepasados aborígenes con el mismo fervor que se hace con las luchas de los criollos contra el imperio español. Esta ética de nacionalidad requiere de un sólido conocimiento de nuestra historia y de una difusión del pensamiento bolivariano, el cual debe ser estudiado en forma crítica y documental y traído sin mecanicismos hasta nuestros tiempos, siguiendo dialécticamente aquella opinión de Martí: “Lo que Bolívar no hizo está todavía por hacerse en América Latina”. La acción universitaria es clave en la conquista de estos valores, no sólo por el conocimiento que sus investigaciones pueden revelar sino por la formación de los maestros y docentes de niños y jóvenes de la patria.
Unaӎtica
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