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Ensayo: Nietzsche, Marx, Kierkegaard, Schopenhauer.


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2013  •  4.617 Palabras (19 Páginas)  •  741 Visitas

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A continuación se desarrollara brevemente un informe que trata sobre la concepción del mundo, del sujeto y del hombre basándose en lo dicho por Schopenhauer, Kierkegaard Marx, y Nietzsche.

Los recursos que se utilizaron para la obtención de la información son material utilizado en clase, y opiniones e información comentada en la misma.

Schopenhauer

Al comienzo de su obra principal, Schopenhauer dice “El mundo es una representación mía”: he aquí una verdad válida para todos los seres vivientes, aunque solo en el hombre llegue a una conciencia abstracta y refleja. Cuando el hombre llega a tal conciencia, el espíritu filosofía ha entrado en él. Entonces sabe con clara incertidumbre que no conoce el Sol ni la Tierra, sino únicamente el ojo que ve el Sol y una mano que siente el contacto con la Tierra, sabe que el mundo solo existe como representación, siempre en relación con otro ser, con el que percibe con el mismo. Según Schopenhauer no hay verdad más cierta, absoluta y clara que esta: todo lo que existe para el mundo entero, no es más que el objeto en relación con el sujeto, la percepción para el espíritu que percibe; en una palabra: representación. Todo lo que el mundo incluye o puede incluir se halla inevitablemente dependiente del sujeto y solo existe para el sujeto. El mundo como representación no es la cosa en sí, es fenómeno, es un objeto para el sujeto. Tal representación tiene dos mitades esenciales, necesarias e inseparables: el objeto y el sujeto. El sujeto de la representación es aquello que conoce todo, sin ser conocido por ninguno. Schopenhauer dice que el sujeto es todo lo que sostiene el mundo, la condición universal de todo fenómeno, en efecto, todo lo que existe solo existe en función del sujeto. El sujeto esta fuera del espacio y del tiempo, se halla completo e indiviso en cada ser capaz de representación. El sujeto y el objeto son inseparables, también para el pensamiento, cada una de las dos mitades carece de sentido y de existencia, cada una existe con la otra y junto con ella desaparece. Schopenhauer dice que el hombre es representación y fenómeno, pero no solo esto, también es sujeto cognoscente. Además, el hombre es cuerpo. Ahora bien, el cuerpo le es dado al sujeto cognoscente de dos maneras distintas: como representación, por una parte, como objetos entre objetos, por otro lado es dado como algo conocido de inmediato por cada uno y que se designa con el nombre de voluntad. Todo acto real de su voluntad es siempre y de manera infalible un movimiento de su cuerpo; el sujeto no puede querer efectivamente un acto, sin constatar al mismo tiempo que este se aparece como un movimiento de su cuerpo.

La esencia de nuestro ser es voluntad. La voluntad es el conflicto y el dolor. A medida que la conciencia se eleva y el conocimiento se vuelve diferenciado, también se acrecienta el tormento, que alcanza en el hombre su grado más alto, el hombre genial es el que más sufre. El hombre al ser la objetivación más perfecta de la voluntad de vivir, también es el más necesitado de los seres; no es más que voluntad y necesidad. El hombre se ve abandonado a sí mismo, inseguro de todo, inmenso en la indigencia y en el ansia, amenazado por peligros siempre recurrentes. Schopenhauer sostiene que el hombre es una animal salvaje y feroz. Solo conocemos al hombre en aquel estado de mansedumbre y domesticidad que recibe el nombre de civilización. Es suficiente, empero, con un poco de anarquía para que se manifieste la auténtica naturaleza humana. El hombre es el único animal que hace sufrir a los otros con el único objetivo de hacer sufrir. Es concierne un animal de presa que apenas ve a su lado a un ser más débil que él, se le tira encima. La verdad es que el mundo de y los hombres son, por una parte, almas condenadas, y por la otra, los demonios. La vida de cada individuo es una lucha continua, no solo una lucha continua con la necesidad o con el tedio, sino también una lucha real con los demás individuos. El mundo, en cuanto fenómeno, es representación, pero en su esencia es voluntad ciega e irrefrenable, perennemente insatisfecha, que se desgarra entre fuerzas contradictorias. Cuando el hombre, profundizado en lo más hondo de su ser, llega a comprender esto entonces se halla preparado para su retención: esta se da únicamente si se deja de querer. El hombre en la experiencia estética, se aniquila en cuanto voluntad y se transforma en puro ojo del mundo, se sumerge en el objeto y se olvida de sí mismo y de su dolor. La liberación del dolor de la vida, la total redención del hombre, debe producirse por el camino de la ascensis.

Kierkegaard

Kierkegaard dice que el hombre es algo concreto, temporal, en devenir, situado en ese modo de ser al que llamados existencia por un cruce de lo temporal y lo eterno, sumergido en la angustia. Considera que la existencia y el movimiento no pueden pensarse, porque quedan inmovilizados, eternizados y por lo tanto, abolidos. Ahora bien, como el que piensa existe, la existencia queda puesta a la vez que el pensamiento, y esta es la grave cuestión de la filosofía. Kierkegaard afronta directamente en sus dos obras fundamentales, la situación de radical incertidumbre, de inestabilidad y de duda en que el hombre se encuentra constitutivamente por la naturaleza problemática del modo de ser que le es propio.

La angustia es la condición engendrada en el hombre por lo posible que lo constituye. Está en estrecha conexión con el pecado y está en la base del pecado original. La conexión de la angustia con lo posible se revela en la conexión de lo posible con el futuro. Lo posible corresponde completamente al futuro. El pasado puede angustiar solo cuando se presenta como futuro, como una posibilidad de repetirse. La angustia está ligada a lo que no es, pero puede ser, a la nada que es posible. Esta vinculada estrechamente a la condición humana. La pobreza espiritual sustrae al hombre de la angustia, pero el hombre liberado es esclavo de todas las circunstancias que lo llevan de un sitio a otro sin rumbo fijo.

Kierkegaard

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