Etica Nicomaquea
JuanMdzP7 de Abril de 2014
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Ahora hablaremos de la liberalidad, la cual parece ser el término medio con relación a los bienes económicos. En efecto, no recibe elogios quien es liberal en asuntos bélicos o en aquellas cosas por las que se alaba al hombre moderado, ni tampoco en las relacionadas con la judicatura, sino sólo en lo que tiene que ver con dar y recibir riquezas (y más respecto de lo primero que de lo segundo); y por bienes económicos entendemos todo aquello cuyo valor se mide en dinero.
La prodigalidad y la avaricia son excesos y defectos en relación con estos bienes: atribuimos avaricia a los que se preocupan en demasía por las riquezas, mientras que la prodigalidad la relacionamos además con otros vicios, llamando en consecuencia pródigos a los incontinentes y a los que gastan en sus desenfrenos, razón por la cual parecen éstos ser los peores de los hombres, ya que reúnen muchos vicios. Pero la denominación de pródigo se aplica con más propiedad al que tiene un único vicio: dilapidar su patrimonio, puesto que pródigo o perdido es el que se arruina él solo; y esto es un especie de ruina de sí mismo, porque la vida depende de los bienes económicos, siendo este el sentido preciso en que entendemos el concepto de prodigalidad.
Podemos usar bien y mal los objetos que están para ser usados, y la riqueza es uno de estos bienes útiles. y quien mejor uso puede hacer de cada cosa es aquel que posee con respecto a ella la virtud apropiada; por lo tanto, se servirá mejor de la riqueza el que posea la virtud en lo concerniente al dinero, y este es el liberal.
Ahora bien, el uso de los bienes económicos consiste, aparentemente, en el gasto y la donación, mientras que su ganancia y conservación son más bien concernientes a su adquisición. Así, el dar a quienes se debe dar es más propio del liberal que recibir de quienes no conviene, o no hacerlo de donde sí. Efectivamente, lo propio de la virtud es hacer el bien antes que recibirlo, y practicar lo correcto más que dejar de hacer lo vergonzoso. Fácil se ve que el dar va acompañado del hacer bien y del hacer bellas acciones, en tanto que ser objeto del bien o no hacer cosas vergonzosas es concomitante con el recibir. Y la gratitud y la alabanza se deben al que da, no al que se abstiene de recibir. Porque más fácil es no tomar que dar, pareciendo los hombres más inclinados a no desprenderse de lo propio que de lo ajeno. Son los dadores, entonces, los que reciben la denominación de liberales, y mientras que los que se abstienen de tomar no son elogiados por su liberalidad, aunque sí por su justicia, los que reciben no son precisamente alabados por hacerlo. Quizá los liberales son, de entre los virtuosos, los que más se hacen amar, porque prestan servicios, y este servicio consiste en el dar.
Las acciones que se realizan según la virtud son honestas y se practican por honestidad. El liberal, entonces, dará por honestidad y con rectitud, a quien conviene y en la cantidad y oportunidad convenientes, cumpliendo con todas las demás condiciones que acompañan a la dádiva recta, y lo hará con placer o al menos sin pesar, porque el acto virtuoso es placentero o, en todo caso, nunca doloroso. En cambio, no es liberal, y merece otro nombre, aquel que da a quienes no conviene, o motivado no por honestidad sino por alguna otra causa; ni tampoco lo es el que da con tristeza, pues esto sería evidencia de algo impropio de un liberal: que prefiere las riquezas a la bella acción. El liberal, entonces, no recibirá aquello que provenga de origen inconveniente, pues tal percepción no seria digna de quien no venera las riquezas, ni tampoco podria ser pedigüeño, pues no es propio del bienhechor recibir beneficios con facilidad. Sólo aceptará aquellas dádivas de correcto origen, por ejemplo de sus propias posesiones, y esto no como algo noble sino como necesario, para tener qué dar, y no desperdiciará sus bienes, puesto que quiere con ellos ayudar a otros, ni dará sin fijarse a quién, para hacerlo a quien convenga, y en la cantidad y momento convenientes. Sin embargo, es muy propio del liberal excederse en la dádiva, y quedarse con lo menos, ya que lo caracteriza no anteponer la consideración de sí mismo.
La liberalidad se entiende en relación con la fortuna, puesto que no se funda en la cantidad de las dádivas sino en la disposición del dador, por lo que tanto más liberal es aquel que da menos cosas si las da en función de sus menores recursos. Y más liberales parecen ser los que han heredado su fortuna en vez de adquirirla por sí mismos, porque no conocen la necesidad y además porque es más difícil desprenderse de lo propio, como les sucede respecto de sus hijos a los padres y de sus obras a los artistas. Por otra parte, es difícil para el liberal incrementar su fortuna, porque no sabe ni recibir ni atesorar, sino que todo lo dona, y no valora las riquezas por sí mismas sino en cuanto puede repartirlas. De ahí que se suela reprochar a la fortuna el que los que más lo merecen sean los que menos se enriquezcan, lo cual, por otro lado, es lógico, porque no es posible aumentar los recursos (ni otra cosa) sin esforzarse por ello.
Con todo, el liberal no cometerá inconveniencias en cuanto a quién, cuánto y cuándo dar, puesto que, si gasta lo que tiene en cosas indebidas, no podrá hacerla en las debidas, que es lo propio de la liberalidad. Ya hemos dicho que el liberal es el que gasta según sus recursos y en las cosas convenientes; si se excede no es liberal sino pródigo. Por eso no aplicamos este último término a los tiranos, ya que, por magnificentes que sean sus dones y gastos, la magnitud de sus riquezas no puede fácilmente ser excedida por éstos.
Entonces, si la liberalidad es el término medio entre el dar y el recibir bienes económicos, el liberal dará y gastará en las cosas que convenga y cuanto convenga, sean grandes o pequeñas, y lo hará con placer, a la vez que recibirá de donde convenga y en la cantidad conveniente. Siendo la virtud el término medio entre ambas acciones, el liberal tanto dará cOmo recibirá como convenga, porque si fuese de otro modo, la percepción se opondría a la donación. Y si donación y percepción se siguen con consecuencia, pueden coincidir en simultáneo en el mismo sujeto, lo cual evidentemente no podría suceder si no fueran concordantes. Y si el liberal consume sus recursos, le pesará, pero con moderación y de manera conveniente, ya que caracteriza a la virtud sacar placer y tristeza en las cosas y el modo correctos. Pues, en cuestiones de dinero, a todo se acomoda el liberal sin mayores aspavientos: porque su poco aprecio del dinero lo deja expuesto a sufrir injusticias, apenándolo más el no haber gastado en algo conveniente que habiéndolo hecho en algo no conveniente; y este proceder no satisface la opinión de Sinmónides (1).
El pródigo, por su parte, se equivoca en las mismas cosas: ni goza ni se apena en las cosas que conviene, ni lo hace de la manera conveniente. Esto se nos hará evidente más adelante en nuestra exposición.
Como dijimos antes, la prodigalidad y la avaricia son exceso y defecto en dos cosas: en el dar y en el recibir (incluyendo el gasto en el dar). En este sentido, la prodigalidad es tanto un exceso en el dar y no tomar, como un defecto en el recibir, mientras que, por lo contrario, la avaricia es un defecto en el dar y un exceso en el recibir, excepto en las pequeñas cosas. Ambas modalidades de la prodigalidad no suelen coincidir en el mismo sujeto: no es fácil que dé a todos quién de nadie recibe, porque pronto falta la hacienda a los particulares dadivosos si sólo éstos son tenidos por pródigos. De todas maneras, preferimos a un hombre de esta clase que al avaro, ya que la prodigalidad es fácilmente curable con el paso del tiempo y la disminución de los recursos, pudiendo así volver al término medio. Tiene, en efecto, los atributos del liberal (da y no recibe), sólo que no lo hace bien ni como conviene; mas si se acostumbra a hacerlo así, o cambia de alguna manera, devendrá liberal, y entonces dará a quien es debido dar y no recibirá de donde no es correcto recibir. Esto indicaría que no es el suyo un carácter vil, ya que excederse en el dar y no recibir es más propio de un insensato que de un malvado o un mal nacido. El que es pródigo de este modo parece preferible al avaro, no sólo por las razones que hemos expuesto sino también porque es útil a muchos, a diferencia del avaro, que a nadie sirve, ni siquiera a sí mismo.
Pero, como hemos dicho, la mayoría de los pródigos reciben de donde no conviene, y en este sentido son avaros. Hácense ávidos por la voluntad que tienen de gastar y la dificultad para hacerla, lo que pronto disminuye sus recursos hasta obligarlos a procurárselos de otra parte. Como, al mismo tiempo, no se preocupan por el decoro, toman sin escrúpulos y de todas partes, porque lo que desean es dar, y no les importa cómo o de dónde. y tampoco son liberales sus dádivas, que son deshonestas por tener motivos deshonestos y ser hechas de maneras inconvenientes; por ejemplo, a veces ayudan a enriquecerse a quienes convendría dejar en la pobreza, y nada dan, en cambio, a los que merecen recibir algo por sus costumbres moderadas; o dan en abundancia a aduladores o a los que les procuran algún otro placer. Así, la mayoría de ellos son desenfrenados: derrochan el dinero y son gastadores en sus vicios, no viven orientados hacia lo noble y se inclinan hacia los placeres.
Así se desbarranca el pródigo cuando le falta un educador. Pero si encuentra quién lo guíe, podrá llegar al término medio y a lo que es debido; en cambio, la avaricia es incurable, porque se incrementa con la vejez y la incapacidad. Por otra parte, la avaricia es más natural a los hombres que la prodigalidad, como lo demuestra el hecho de que
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