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Etica Para Amador


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2012  •  2.647 Palabras (11 Páginas)  •  363 Visitas

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CAPÍTULO V

¡ DESPIERTA, BABY!

Breve resumen de lo anteriormente publicado. El cazador Esaú,

convencido de que para cuatro días que va a vivir uno todo da igual,

sigue el consejo de su barriga y renuncia a su derecho de

primogenitura por un buen plato de lentejas (Jacob fue generoso al

menos en eso y le dejó repetir dos veces). El ciudadano Kane, por

su parte, se dedicó durante muchos años a vender a todas las

personas para poder comprarse todas las cosas; al final de su vida

reconoce que cambiaría si pudiera su almacén repleto de cosas

carísimas por la única cosa humilde -un viejo trineo- que le recordaba a cierta persona: a él mismo, antes de dedicarse a la

compraventa, cuando prefería amar y ser amado que poseer o

dominar.

Tanto Esaú como Kane estaban convencidos de hacer lo que

querían, pero ninguno de ellos parece que consiguió darse una

buena vida. Y sin embargo, si se les hubiera preguntado qué es lo

que deseaban de veras, habrían respondido lo mismo que tú (o que

yo, claro): «Quiero darme la buena vida.» Conclusión: está bastante

claro lo que queremos (darnos la buena vida) pero no lo está tanto

en que consiste eso de «la buena vida». Y es que querer la buena

vida no es un querer cualquiera, como cuando uno quiere lentejas,

cuadros, electrodomésticos o dinero. Todos estos quereres son por

decirlo así simples, se fijan en un solo aspecto de la realidad: no

tienen perspectiva de conjunto. No hay nada malo en querer

lentejas cuando se tiene hambre, desde luego: pero en el mundo

hay otras cosas, otras relaciones, fidelidades debidas al pasado y

esperanzas suscitadas por lo venidero, no sé, mucho más, todo lo

que se te ocurra. En una palabra, no sólo de lentejas vive el

hombre. Por conseguir sus lentejas, Esaú sacrificó demasiados

aspectos importantes de su vida, la simplificó más de lo debido.

Actuó, como ya te he dicho, bajo el peso de la inminencia de la

muerte. La muerte es una gran simplificadora: cuando estás a punto

de estirar la pata importan muy pocas cosas (la medicina que puede

salvarte, el aire que aún consiente en llenarte los pulmones una vez

más ... ). La vida, en cambio, es siempre complejidad y casi siempre

complicaciones. Si rehúyes toda complicación y buscas la gran

simpleza (¡vengan las lentejas!) no creas que quieres vivir más y

mejor sino morirte de una vez. Y hemos dicho que lo que realmente

deseamos es la buena vida, no la pronta muerte. De modo que

Esaú no nos sirve como maestro.

También Kane simplificaba a su modo la cuestión. A diferencia de

Esaú, no era derrochador, sino acumulador y ambicioso. Lo que

quería era poder para manejar a los hombres y dinero para comprar

cosas, muchas cosas bonitas y seguramente útiles. No tengo nada,

figúrate, contra intentar conseguir dinero ni contra la afición a las

cosas hermosas o útiles. No me fío de esa gente que dice que no

se interesa por el dinero y que asegura no necesitar nada de nada.

A lo mejor estoy hecho de barro muy mal cocido, pero no me hace

ninguna gracia quedarme sin blanca y si mañana los ladrones me

desvalijaran la casa y se llevaran mis libros (temo que poco más

podrían llevarse) me sentaría como un tiro. Sin embargo, el deseo

de tener más y más (dinero, cosas ... ) tampoco me parece del todo

sano. La verdad es que las cosas que tenemos nos tienen ellas

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también a nosotros en contrapartida: lo que poseemos nos posee.

Me explico. Un día, un sabio budista le decía a su discípulo esto

mismo que te estoy diciendo y el discípulo le miraba con la misma

cara rara («este tío está chalao») con la que a lo mejor tú lees esta

página. Entonces el sabio preguntó al discípulo: «¿Qué es lo que

más te gusta de esta habitación?» El avispado alumno señaló una

estupenda copa de oro y marfil que debía costar su buena pasta.

«Bueno, cógela», dijo el sabio, y el muchacho, sin esperar a que se

lo dijeran dos veces, agarró firmemente la joyita con la mano

derecha. «No se te ocurra soltarla, ¿eh?», observó el maestro con

cierta guasa; y después añadió: «¿Y no hay ninguna otra cosa que

te guste también?» El discípulo reconoció que la bolsa llena de

dinerito contante y sonante que estaba sobre la mesa tampoco le

producía repugnancia. «Pues nada, ¡a por ella!», le animó el otro. Y

el chico empuñó fervorosamente la bolsa con su mano izquierda. «Y

ahora ¿qué?», preguntó

...

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