Etica Para Amador
raul331111 de Mayo de 2013
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Fernando Savater
Ética para Amador
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Capítulo I
DE QUÉ VA LA ÉTICA
Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas;
otras, para aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para
obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni
necesidad de realizar tales estudios podemos prescindir tranquilamente de ellos.
Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla
bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de
ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me
ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del
fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con
los mundiales, pasas olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos.
Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a
voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y
aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica,
ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero
se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse,
nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo de que saltar desde el balcón
de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con
perdón de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es
aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un
mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables. Pequeñeces
así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan
vivir.
En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno
imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen
ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me
refiero, claro está , a que no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno
quiere es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o también
procurar rodearse del mayor número de enemigos posible. Pero de momento vamos
a suponer que lo que preferimos es vivir: los respetables gustos del suicida los
dejaremos por ahora de lado. De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que nos
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conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos
sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo». Saber lo que nos
conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos
intentamos adquirir —todos sin excepción— por la cuenta que nos trae.
Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud: es
necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema,
así como el agua puede quitar la sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces
las cosas no son tan sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o
producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En
unos aspectos son buenas, pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos
convienen. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con
aún mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye la
confianza en la palabra —y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad— y
enemista a las personas; pero a veces parece que puede ser útil o beneficioso mentir
para obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un favor a alguien. Por ejemplo:
¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre su estado o se le debe
engañar para que pase sin angustia sus últimas horas? La mentira no nos conviene,
es mala, pero a veces parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos
dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir que violen
delante de nosotros a una chica sin intervenir, por aquello de no meternos en líos? Por
otra parte, al que siempre dice la verdad —caiga quien caiga— suele cogerle manía
todo el mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica
agredida es más probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a su
casa. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en
ocasiones apariencias de malo. Vaya jaleo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos
respecto a qué debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes,
pero los sabios están casi siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en
cambio, las opiniones distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida
emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se
prefiere una vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras en el videoclub
de la esquina. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros
señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas
opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que
el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada.
Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio seguro
de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con tales
privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga. Etc.
En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no
estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas
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coinciden en otro punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en
parte, resultado de lo que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente
determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo
sentido. Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia
abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de
celdillas hexagonales: no hay castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni
abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio natural, cada animal
parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él, sin discusiones
ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la naturaleza, aunque quizá la mosca
considere mala a la araña que tiende su trampa y se la come. Pero es que la araña no
lo puede remediar...
Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas
blancas que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto
y duros como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de
la coraza quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón
colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno
de esos hormigueros se derrumba por culpa de una riada o de un elefante (a los
elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer).
En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada
fortaleza a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las
termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como
ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan de las
asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces
mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda
celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando
fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la
seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo
decir que son valientes?
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia
de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de
su ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es
más fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que
consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie
duda de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y
valiente del mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de veces
repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de
cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su
valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre
un caso y otro?
Sencillamente, la diferencia estriba en que las termitas-soldado luchan y
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mueren porque tienen que hacerlo, sin poderlo remediar
...