Etica Para Amador
davidca1220 de Mayo de 2013
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Fernando Savater
Ética para Amador
WEBLIOTECA DEL PENSAMIENTO
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Capítulo I
DE QUÉ VA LA ÉTICA
Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para
aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un
puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de
realizar tales estudios podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los
conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla bastante bien para
vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a
otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha impedido ir tirando
hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás bastante
pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas
olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos.
Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad.
Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con
humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni
fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien,
otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es
preciso estar enterado, por ejemplo de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es
cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón de los fakires!) y
ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada
vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o
después muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos
modos pero hay modos que no dejan vivir.
En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible:
el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni
nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está , a que
no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es reventar cuanto
antes, beber lejía puede ser muy adecuado o también procurar rodearse del mayor
número de enemigos posible. Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos
es vivir: los respetables gustos del suicida los dejaremos por ahora de lado. De modo que
ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque
nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos
«malo». Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un
conocimiento que todos intentamos adquirir —todos sin excepción— por la cuenta que
nos trae.
Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber
lo que debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua
puede quitar la sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan
sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o producen sensaciones
agradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas,
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pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de las
relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor frecuencia. La mentira es
algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra —y todos necesitamos
hablar para vivir en sociedad— y enemista a las personas; pero a veces parece que puede
ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un
favor a alguien. Por ejemplo: ¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad
sobre su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus últimas horas? La
mentira no nos conviene, es mala, pero a veces parece resultar buena. Buscar gresca con
los demás ya hemos dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir
que violen delante de nosotros a una chica sin intervenir, por aquello de no meternos en
líos? Por otra parte, al que siempre dice la verdad —caiga quien caiga— suele cogerle
manía todo el mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica
agredida es más probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a su
casa. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones
apariencias de malo. Vaya jaleo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a
qué debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios
están casi siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones
distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede dedicarse a los
coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será
mejor buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos aseguran que lo más
noble es vivir para los demás y otros señalan que lo más útil es lograr que los demás
vivan para uno. Según ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más,
mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o
serenidad de ánimo no vale nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y
al alcohol es un medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y
borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más
larga. Etc.
En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de
acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro
punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo
que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal,
irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie
discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los
castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de celdillas hexagonales: no hay
castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería
hidráulica. En su medio natural, cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno
y lo que es malo para él, sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la
naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su trampa y se la
come. Pero es que la araña no lo puede remediar...
Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas
que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros
como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza
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quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo
contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos
hormigueros se derrumba por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes les
gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las
termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza a toda prisa. Y
las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender
a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento
pueden competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible
su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las
obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido...
pero lo cierran dejando fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus
vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No
es justo decir que son valientes?
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de
Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su
ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más
fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que
consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda
de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del
mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún
Homero se ha molestado en contar?
...