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Etica Y La Nueva Genetica

jjmg22044 de Noviembre de 2012

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LA ÉTICA Y LA NUEVA GENÉTICA

DALAI LAMA

Muchos de los que hemos seguido el desarrollo de la nueva genética somos conscientes de la profunda in¬quietud que siente el público ante este tema. Esta preo¬cupación gira en torno de temas muy diversos, desde la clonación hasta la manipulación genética. Ha habi¬do una protesta mundial contra la ingeniería genética de los alimentos. Actualmente es posible crear nuevas especies de plantas, que producen mucho más y son mucho más resistentes a las enfermedades, para maximizar la producción de alimentos en un mundo cuya población va en aumento. Los beneficios son eviden¬tes y maravillosos: sandías sin pepitas, manzanas que perduran más tiempo en las fruterías, trigo y otros ce¬reales que son inmunes a las plagas de su época de cre¬cimiento. Esto ya no es ciencia ficción. He leído que los científicos están experimentando con nuevos pro¬ductos de huerto como tomates, que serán inyecta¬dos con genes de diferentes especies de arañas.

Con estas actuaciones, sin embargo, estamos alte¬rando la composición genética de las especies. Sabemos, realmente, cuál será el efecto a largo plazo en las plantas, en el suelo, en el medio ambiente. Las venta¬jas comerciales son obvias pero ¿cómo juzgar qué es verdaderamente útil? La compleja red de interdependencia que caracteriza nuestro entorno sitúa esta deci¬sión fuera de nuestro alcance.

Los cambios genéticos se han venido produciendo lentamente, a lo largo de centenares de miles de años de evolución natural. La evolución del cerebro huma-no ha requerido millones de años. Con la manipula¬ción activa de los genes estamos a punto de imponer un ritmo anormalmente rápido a los cambios experi-mentados por las plantas, los animales y nuestra pro¬pia especie. No pretendo decir que debamos dar la es¬palda al desarrollo en este terreno, únicamente quiero destacar que debemos ser conscientes de las terribles implicaciones de este nuevo campo de la ciencia.

Las cuestiones más urgentes tienen que ver más con la ética que con la ciencia en sí, con aplicar correc¬tamente nuestros conocimientos y poder en el terreno de las nuevas posibilidades que abren la clonación, el desciframiento del código genético y otros avances. Estos temas están relacionados con las posibilidades de manipulación genética no sólo de los seres humanos y los animales sino también de las plantas y del entorno del que todos formamos parte. En esencia, se trata de la relación entre nuestros conocimientos y nuestro po¬der, por un lado, y nuestra responsabilidad, por otro.

Cualquier descubrimiento científico que abre nue¬vas perspectivas comerciales atrae enorme interés y grandes inversiones, tanto del sector público como de las empresas privadas. El volumen de conocimientos científicos y el alcance de las posibilidades tecnológi¬cas son tan grandes que, tal vez, la única limitación de nuestro avance sea la falta de imaginación. Es esta ad¬quisición sin precedentes de conocimientos y de po¬der la que, precisamente, nos coloca en una posición crítica. Cuanto más amplios son nuestros conocimien¬tos y poder, mayor ha de ser nuestro sentido de la res¬ponsabilidad.

Si examinamos la base filosófica que sostiene la ética humana, vemos que su fundamento es el prin¬cipio de un claro reconocimiento de una mayor res-ponsabilidad ante el aumento del conocimiento y del poder. Podríamos decir que, hasta hace poco, este prin¬cipio resultaba muy eficaz; la capacidad humana de razonamiento moral seguía el ritmo del desarrollo de los conocimientos y aplicaciones científicas. Con el advenimiento de la nueva era de la ciencia biogenética, sin embargo, la brecha entre el razonamiento mo¬ral y nuestra capacidad tecnológica ha alcanzado un punto crítico. El rápido aumento de los conocimientos humanos y las posibilidades tecnológicas que surgen de la nueva ciencia genética son tales, que ya casi re¬sulta imposible que el pensamiento ético siga el ritmo de los cambios. Mucho de lo que pronto será factible tiene menos que ver con nuevos descubrimientos o paradigmas científicos y más con el desarrollo de nue¬vas opciones tecnológicas, combinadas con los cálcu¬los financieros de las empresas y con las previsiones políticas y económicas de los gobiernos. Ya no se tra¬ta de si debemos o no ampliar nuestros conocimientos y explorar su potencial tecnológico, es más una cues¬tión de cómo emplear estos conocimientos y este poder de la manera más expediente y éticamente responsable.

El campo de la medicina es donde más se puede notar el impacto inmediato de la revolución en la cien¬cia genética. Creo que actualmente muchos médicos piensan que la secuencia del genoma humano dará en¬trada a una nueva era, en la que nos será posible dejar atrás los modelos bioquímicos de terapia y sustituirlos por modelos basados en la genética. Ya se están modificando las definiciones de muchas enfermedades por descubrir que están genéticamente programadas en los organismos humanos y animales desde el momento de su concepción. Aunque aún no podamos tratar con éxito algunas de estas aflicciones por medio de la ge¬nética, este logro ya no parece imposible. Las terapias genéticas y la cuestión de la manipulación de los genes, estrechamente relacionada con aquél, sobre todo en lo que respecta al embrión humano, plantean un grave desafío a nuestra capacidad de reflexión ética.

Uno de los aspectos más profundos del problema, según creo, es la cuestión de qué hacer con nuestros nuevos conocimientos. Antes de descubrir qué genes específicos son los causantes de la demencia senil, el cáncer e, incluso, el envejecimiento, pensábamos, como individuos, que estos problemas no nos afecta¬rían y respondíamos a ellos cuando lo hacían. Ahora, sin embargo, o en todo caso dentro de poco tiempo, la genética podrá decir a individuos o familias enteras que tienen genes destinados a matarles o dejarles im¬pedidos en la niñez, la juventud o la mediana edad. Este conocimiento cambiaría radicalmente nuestras definiciones de lo que es salud y enfermedad. Por ejemplo, una persona sana en un momento dado pero con una predisposición genética a una enfermedad concreta, podría calificarse de «enferma próxima». ¿Qué deberíamos hacer con estos conocimientos y cómo podríamos darles un uso compasivo? ¿Quién debería tener acceso a ellos, dadas sus implicaciones personales y sociales en relación con los seguros, los empleos, las relaciones y hasta la procreación? ¿Ten¬drían las personas poseedoras de tales genes la responsabilidad de revelar su condición a sus potenciales compañeros de vida? Éstas son sólo algunas de las cuestiones que plantea la investigación genética.

Para complicar todavía más una serie de proble¬mas ya intrincados, imagino que la predicción genéti¬ca de este tipo no podrá garantizar al cien por cien su acierto. A veces, es verdad que un trastorno genético particular detectado en el embrión dará lugar a una en¬fermedad en la niñez o en la madurez del individuo afectado pero, a menudo, es una cuestión de probabi¬lidades relativas; entran en juego el estilo de vida, la dieta y otros factores medioambientales. Aun sabien¬do que un embrión en concreto lleva el gen de una en¬fermedad, no podemos estar seguros de que ésta se manifestará.

Las elecciones vitales y la propia identidad de las personas se verían seriamente afectadas por su per¬cepción de un riesgo genético, aunque esta percepción sea incorrecta y el riesgo no llegue a materializarse nunca. ¿Es lícito que poseamos este tipo de conoci¬mientos probabilistas? En caso de que un miembro de una familia descubra un trastorno genético de este tipo ¿debería informar a todos los demás miembros de que pueden haber heredado el mismo gen? ¿De¬bería esta información estar al alcance de una comu¬nidad más amplia, por ejemplo, las compañías de seguros médicos? Cabe la posibilidad de que a los portadores de determinados genes se les negara el se¬guro y, por lo tanto, el acceso a servicios médicos, y todo porque existe el riesgo de que se manifieste una enfermedad particular. Estas cuestiones no son sólo médicas sino también éticas y pueden influir en el bie¬nestar psíquico de las personas afectadas. Cuando se detecta un trastorno genético en un embrión (como ocurrirá con cada vez más frecuencia) ¿deberían los padres o la sociedad tornar la decisión de cortar la vida del embrión? Este tema se complica aún más por el he¬cho de que se están descubriendo nuevos métodos de tratar las enfermedades genéticas y nuevos medica¬mentos con tanta rapidez como se identifican los ge¬nes de enfermedades individuales: podemos imaginar que un embrión diagnosticado con una enfermedad que se manifestaría dentro de veinte años sea abortado, mientras que la cura de esta misma enfermedad se des¬cubre en menos de una década.

Son muchas las perdonas de todo el mundo, espe¬cialmente los profesionales de la disciplina emergente de la bioética, que investigan en detalle estos proble¬mas. Dada mi falta de conocimientos en estos cam¬pos, no puedo ofrecer nada concreto con relación a nin¬gún tema específico, sobre todo teniendo en cuenta que los hechos empíricos varían rápidamente. Desea¬ría, no obstante, reflexionar sobre algunas de las cues¬tiones clave que creo que todas las personas informa¬das del mundo deberían considerar, y sugerir algunos principios generales que guardan relación con estos desafíos éticos. Creo que en el fondo, el reto al que nos enfrentamos tiene que ver con las decisiones que po¬damos tomar ante el creciente abanico de alternativas que nos ofrecen la

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