Etica Y Profeciones
kamyle28 de Mayo de 2015
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ÉTICA Y PROFESIONES
Es necesario y además, útil revisar luego, el contenido y exigencias que habitualmente se relacionan con la definición de lo que es una profesión. Hay un aspecto indisoluble y es el que liga el desempeño con la percepción de una remuneración o contrapartida. El profesional proporciona un servicio específico y recibe un pago en un tipo de transacción que es de carácter público y que ocurre, además, ante los ojos de muchos, a propósito de diferentes acciones u operaciones. Por eso la distinción entre el deportista aficionado y el remunerado, llamado “profesional”, por eso el reconocimiento como profesional al taxista o camionero (así reza su licencia de conducir) e implícitamente el carácter no profesional del particular que conduce su propio vehículo, tal vez tanto tiempo como el primero y realizando las mismas operaciones y comprometiendo las mismas destrezas (o torpezas) y así, si se considera exclusivamente la remuneración podríamos continuar mencionando entre otras las eufemísticamente llamadas “trabajadoras del sexo” que cumplidas ciertas formalidades municipales y sanitarias, son consideradas profesionales, o el caso del sicario a quien una mafia remunera. Por tanto, el que intervenga una remuneración, no agota las condiciones ni el carácter de una profesión.
En lo esencial, podemos decir más bien que una profesión es una actividad social cuya meta consiste en proporcionar a la sociedad un servicio específico e indispensable para su supervivencia y funcionamiento como sociedad humana. De esta manera ya establecemos alguna distancia con algunas de las referencias anteriores y excluimos otras en que el calificativo de profesional es francamente abusivo. La prestación de un servicio socialmente valedero también nos obliga a distinguir lo que se conoce como oficio de lo que es una profesión, ya que si bien es en este caso las destrezas o competencia específica no están excluidas, se trata del nivel y la forma de adquirirlas que obligan a una distinción. Por supuesto, sin llegar a jerarquías rígidas o elitistas como aquella que en una oportunidad y con respecto al periodismo, es decir a una misma actividad, hacía referencia a la posible “nobleza de la profesión” y a la igualmente posible “vileza del oficio”, lo que evoca la forma y la finalidad de la prestación de un servicio para calificarlo.
La importancia social y moral de las profesiones reside en el hecho de que pueden proporcionar un servicio específico que no puede ser asegurado sino por personas debidamente competentes y acreditadas. Hay por una parte el asunto de la adquisición de competencias que tiene una base o fundamento científico o técnico, que supone una forma y un período de preparación a veces largo y hay además el hecho, nada desdeñable de la pertenencia a una corporación, a una comunidad que comparte capacidades y define exigencias. En medio de esto, se debe reconocer que hay en lo personal, en lo gremial y en lo social, una exigencia o una aspiración de excelencia, una explicable y muchas veces necesaria condena de la mediocridad.
Un profesional, en el sentido que estamos entendiendo, es alguien que se ha preparado para ofrecer en forma eficiente un servicio específico, como puede ser curar una enfermedad o diseñar y construir un edificio, es decir que son competencias que no son intercambiables y que no pueden ser aseguradas por alguien que no haya pasado por el proceso de preparación. Por una parte, está el problema de la eventual incompetencia, mediocridad o incapacidad de resolver o de afrontar adecuadamente los problemas que se le presentan y, en alguna forma está en riesgo o es inmoral o no ético. Por otra parte, el profesional hace parte de una elite o grupo privilegiado en la sociedad, característica que no debe llevar sólo a afirmar privilegios o superioridades, sino que define graves exigencias y responsabilidades, ya que la actuación de la persona en tanto que profesional es siempre ambigua.
Por estas razones definimos el perfil ético del profesional con referencia a dos características que deben actuar o jugar simultáneamente. Esta son competencia y discernimiento o compromiso. En efecto, la primera cuestión que se puede y se debe esperar de un profesional es el conocimiento, amplio y sólido, de las materias y de las posibilidades que abre la disciplina de que se trate y que deben excluir los errores por ignorancia o conocimiento insuficiente. La segunda cuestión es que las decisiones que debe tomar el profesional, en base a su competencia, tienen consecuencias humanas y sociales, ya sea que se trate de cómo aplica sus conocimientos y destrezas o, al comienzo, de si lo hace o no, por ejemplo, sólo por cuestiones pecuniarias (se le puede pagar o no) o por otras razones estrictamente profesionales, es decir de juicio sobre lo que es bueno y conveniente. En el fondo se trata del compromiso social del profesional, es decir del sentido de su servicio: a lo que en bueno para las personas y para la sociedad, o que no lo es.
Antes nos hemos referido al periodo de preparación y esto en alguna medida corresponde a las oportunidades que ofrece la sociedad (que no son iguales y abiertas a todos), aunque intervenga algún pago por los servicios de enseñanza o entrenamiento y se reconozca el propio esfuerzo y dedicación. Ahora debemos señalar que el logro de una preparación profesional y el reconocimiento social que ello acarrea, implican responsabilidades, es decir alguna forma de reciprocidad que se concreta en el servicio a la sociedad, servicio que no excluye beneficio y perfeccionamiento personal ni supone necesariamente algún acto heroico o espectacular. De lo que se trata es de la responsabilidad social y de la capacidad de discernir lo bueno y malo de las consecuencias de la actuación profesional.
LA ÉTICA, LA ECONOMÍA Y LOS ECONOMISTAS
De todo lo anterior se desprende que hay una especificidad del quehacer en Economía, que existen exigencias o condiciones previas y que se desprenden responsabilidades propias. Por lo mismo que legítimamente podemos considerar la Economía como una profesión en el sentido más amplio y exigente del término.
Recordemos, sin embargo, que el concepto economía tiene varias acepciones o sentidos y que es necesario tenerlos en cuenta para evitar equívocos y para comprender mejor las expectativas en la sociedad. Una primera acepción o sentido es, evidentemente el que recoge el hecho de que se refiere a un aspecto de la realidad o de la vida humana, el mismo que todos perciben o experimentan. En efecto, por su vocación activa y ejerciendo su libertad, toda persona adulta o “en edad de trabajar” participa, en alguna forma, en lo que se define habitualmente como la “producción y distribución de bienes y servicios”, además de que en tanto que sujeto de necesidades, todos buscamos tener acceso y disfrute de los bienes existentes o producidos en la sociedad. Es pues evidente que toda persona tiene alguna experiencia económica, repetimos, sea como agente en la producción o distribución de bienes o, inevitablemente, como usuario o consumidor de bienes. Anotemos que esta participación implica decisiones y acciones que como toda acción o decisión humana, son susceptibles de crítica o de juicio a propósito de su corrección o incorrección y del efecto sobre los demás en la sociedad. En otras palabras, la experiencia económica, que es desafío común a todos en una sociedad, plantea interrogantes éticos a cada uno y a la sociedad en conjunto.
Una segunda acepción o sentido del término es la que se refiere al comportamiento frente a la escasez o a la abundancia de recursos de que se dispone, a la gestión o a la utilización alternativa de medios o posibilidades que son, en principio, limitados. Esta visión, que también es bastante general e inherente a los atributos de la persona, es muy próxima a la idea de administración, es decir al mundo de decisiones sobre lo que se tiene o dispone, y que incluso está en el origen del término, ya que etimológicamente economía proviene de los vocablos griegos oikos (casa) y nomos (administración), es decir que recoge la muy antigua preocupación por la buena administración de los recursos familiares, es decir, previsión y buen uso de los mismos.
Es pues claro que también esta acepción y las preocupaciones que recoge, es común a todos los humanos, y está cargada de algo de subjetividad, ya que genera el calificativo de “económico” como opuesto al de pródigo o irracional, como previsor, poco previsor o irresponsable. La realidad presente se centra en los medios y su empleo, pero hay una preocupación o una referencia implícita a las finalidades y considera el futuro que, en definitiva es lo que cuenta.
Una tercera y, para nosotros muy importante acepción en la que se refiere a la economía como una de las ramas del conocimiento científico y que con algo de presunción se puede definir como la Ciencia Económica. Esta vez se trata de una reflexión y de una elaboración a partir de la experiencia económica de la sociedad, una búsqueda de generalizaciones y de comprensión global de comportamientos individuales, así como del funcionamiento de instituciones y del funcionamiento económico de la sociedad en general. Igualmente, de la búsqueda de respuesta a interrogantes permanentes o nuevos sobre fenómenos específicos que ocurren en algún momento y en curso de la actividad económica, como ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia. Ahora bien, este esfuerzo de sistematización ya no es susceptible de ser abordado por todos, sino que plantea el requerimiento de competencias específicas o profesionales, es decir de manejo de conceptos y de capacidad técnica de procesamiento de la información, esfuerzo
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