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Existencia


Enviado por   •  4 de Junio de 2013  •  27.559 Palabras (111 Páginas)  •  310 Visitas

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“Explorando la Pregunta por el sentido“

Versión de: Eugen Fink, Fenómenos fundamentales de la existencia humana (Grundphänomene des menschlichen Daseins, Edit. Karl Alber, Friburgo, Alemania, 1995). Traducción parcial de Cristóbal Holzapfel, con la asesoría de Diego Sanhueza, Miguel Pefaur y Edgar Barkemeyer.

FENOMENOS FUNDAMENTALES DE LA EXISTENCIA HUMANA

EUGEN FINK

(Desde pág. 105)

¿Qué es el hombre? ¿quiénes somos nosotros? Esta pregunta antiquísima tenemos que formularla nuevamente a partir de nuestro ser-aquí y nuestro ser-ahora. ¿Cómo es la estadía del hombre entre la tierra y el cielo? ¡Extraña y admirable! Aquí él tiene su escenario en la tierra firme que lo sostiene, la cual yace como el reino cerrado bajo él. Aquí cultiva el campo, lo abona con el sudor de su trabajo, ralea lo salvaje y deja el rastro de su labor sobre los surcos, se rodea con las obras de sus manos y espíritu, se rodea con obras de la cultura, con cosas, ciudades, templos, máquinas. Vive en la amplitud abierta de las tierras y los mares, y sobre él su campana azur aboveda el infinito cielo azul. Entre la tierra cerrada y la abierta amplitud celestial se ubica el lugar habitable del hombre —y se relaciona de variadas formas y configuraciones con él. Él no vive tan solo simplemente, él se comporta con respecto a su completa existencia terrenal en el hacerse-presente-a-sí-mismo //Selbstvergegenwärtigung// del juego, en la alegría festiva y la danza ritual; los seres humanos se aparean y de sus abrazos surgen retoños, a los que aman más que a sí mismos. Pero no sólo la concordia rige entre los hombres, también la discordia, la disputa y la lucha; ellos fraguan armas, anhelan poder y victoria, dominio. Trabajo y amor, juego y dominio son los contenidos elementales de su “vida” —pero esta vida no dura eternamente, está determinada a “finalizar”, está ensombrecida por la muerte. El hombre es esencialmente trabajador, jugador, amante, luchador y mortal. ¿No constituye esto nada más que un acopio arbitrario de rasgos humanos, se puede ampliar esta lista a nuestro antojo o se trata, de hecho, de “fenómenos fundamentales”? Desde antiguo se acostumbra establecer el lugar esencial del hombre en una posición intermedia entre animal y Dios. Se dice que el hombre no sería objetivamente sólo algo intermedio entre los ámbitos mencionados; él mismo se comportaría en su ser con respecto a estos ámbitos, su movimiento vital sería la lucha incesante entre lo animal y lo divino en él; lo animal, la animalidad en él, tendría una impronta envilecedora, <e> intentaría al mismo tiempo arrastrarlo de vuelta al reino animal; pero la chispa divina en el alma humana sería la fuerza tremenda que lo capacita para la elevacíon, que lo impulsa a otro carril, al carril de su similitud con el Dios, en el camino de una homoiosis theo, como lo formula Platón.

La imagen del hombre de la metafísica europea tradicional está ampliamente determinada por este esquema. Nos liga misteriosamente de modo variado, incluso cuando estimamos habernos sustraído de esa tradición. Pero tenemos que hacer la pregunta, si acaso el hombre está verdaderamente emparentado con el animal o si acaso es de una esencia completamente distinta. Obviamente esta pregunta no tiene como finalidad poner en duda la justificación de investigaciones biológicas, u objetar la legitimidad de perspectivas científico naturales relacionadas con el hombre. Visto de un modo científico natural es indiscutible que el hombre está emparentado de manera múltiple con el animal, en su función corpórea y las funciones vitales de sus órganos. También el animal tiene, al menos el “animal mayor”, ciertas capacidades intelectuales, posee percepción sensorial, memoria asociativa, una comprensión práctica limitada. Pero la visión científico natural no concibe al hombre en su modo de ser genuino, no puede poner de manifiesto de modo puro la disparidad ontológica entre animal y hombre, y por eso mostrará siempre más bien lo “similar” y “común” en todos los seres vivos. También el animal construye cavernas y nidales, las abejas colectan alimento para el invierno y no obstante ningún animal “trabaja” nunca en sentido estricto; los animales se inflaman en sus pechos y se aparean, alimentan a sus cachorros y muestran frecuentemente un conmovedor apego— y sin embargo no son nunca “amantes”. Ellos combaten entre sí, cazan y se matan entre sí, y sin embargo no son nunca “luchadores” en un sentido similar al humano. Ellos luchan cuerpo a cuerpo entre ellos, y sin embargo esto no es nunca un verdadero “juego”. Y también los animales acaban, sucumben— y sin embargo no son “mortales”. En tanto el hombre es “trabajador”, “jugador”, “amante”, “luchador” y “mortal”, no tiene parentesco con el animal. Aquellos rasgos no son nunca explicables a partir de la animalidad. Si por otra parte concebimos al Dios no de una manera tan antropomórfica, de una manera tan similar al hombre, y junto con ello no queremos merecer la burla de Xenofanes, quien decía que “los etíopes sostiene que sus dioses son de nariz roma, los tracios: que ellos serían de ojos azules y pelirrojos” (Frag. 16)— cuando nosotros pensamos el concepto de Dios como la metafísica platónica o el cristianismo, entonces no podemos decir de Dios que él “trabaja”, ni que “juega”, “lucha”, “ama” o “muere”. Él no puede haber creado el mundo como un técnico //Technit//, que está referido a un “material” dado previamente a la mano, tan sólo para transformarlo. Y no necesita tampoco en su omnipotencia “luchar”, no puede tener enemigos con respecto a los cuales su fuerza sería limitada; no puede “jugar” en el sentido de un hacerse-presente-a-sí-mismo finito de su vida para sí mismo; tampoco puede “amar” análogamente a como aman los humanos, a partir del desgarramiento de la existencia quebrada en hombre y mujer; y no puede en su “eternidad” supratemporal “morir”. Ni a partir de Dios ni a partir del animal son explicables los mencionados cinco caracteres escenciales del hombre, ellos no se fundan ni en su procedencia animal ni divina. Con respecto a ellos no es el hombre una mezcla de elementos animales y divinos. Nosotros no podemos hacer un uso acrítico de categorías zoológicas o teológicas en el intento de un esclarecimiento existencial en estos horizontes de trabajo, amor, juego, lucha y muerte.

¿Pero cómo llegamos a un primer punto de partida de una interpretación humana del ser humano? La mención de los fenómenos fundamentales no

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