Felicidad
Saanti1828 de Octubre de 2014
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Felicidad
«Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felizmente», afirmaba el filósofo hispanorromano Séneca en su De vita beata. Y en efecto, parece que la búsqueda de la felicidad es una constante en la Historia de la humanidad, aunque cada «grupo humano» lo exprese de distinta manera: los antiguos griegos como eudaimonia, los romanos como felicitas, los cristianos medievales como beatitud, los alemanes de la época romántica como Seligkeit. Hasta la democracia más poderosa del mundo, Estados Unidos, instauró como un derecho y un deber para sus ciudadanos la búsqueda de la felicidad (happiness). Literatura de autoayuda escrita por prestigiosos terapeutas y hombres de éxito pretende ayudar en esa búsqueda de la felicidad. Películas de cine y telenovelas nos presentan historias donde el desenlace desemboca en la correspondiente boda y la felicidad subsiguiente para sus protagonistas. Tal y como nos indican importantes y periódicos estudios demoscópicos, la felicidad parece una constante para el género humano. La vida feliz parece ser el destino de la humanidad.
Muchos análisis filosóficos actuales sobre la felicidad suelen distinguir, en la Filosofía Moral, entre las morales que denominan formales, que se basan en la virtud o el deber, y las morales materiales o concretas, también denominadas eudemonistas, «que consideran la felicidad, ευδαιμονια, como el supremo bien», como señala Ferrater Mora (ver la entrada «Felicidad» en su Diccionario de Filosofía, Madrid 1979, 2:1140). En general, los estudiosos de la felicidad dirán que es indiferente llamarla beatitudo o laetitia en latín, eudaimonía o hedoné en griego, happiness o welfare en inglés, Seligkeit o Glückseligkeit en alemán, &c.
Sin embargo, resulta demasiado grosero afirmar que la felicidad es una constante histórica en la vida humana, simplemente designada de distintas maneras y dotada de un significado unívoco. Porque precisamente la manera de designar esa felicidad indica distintas concepciones sobre la misma, muchas veces opuestas entre sí, y con implicaciones de doctrinas asimismo diversas y polémicas, aunque existan claras relaciones entre estas concepciones enfrentadas: contraria sunt circa eadem.
La literatura sobre la felicidad
Hablaremos del conjunto «literatura sobre la felicidad» para contraponerla a otros conjuntos de objetos que tienen que ver con la felicidad pero no se relacionan ni con la literatura, ni con los libros. Son los conjuntos de hechos, experiencias, conceptos, doctrinas, &c., relacionados con la felicidad, pero más allá de los libros, delimitados respecto a otros conjuntos globales no felicitarios o ágrafos. Sin embargo, la literatura no se refiere sólo a los libros ni tampoco a la delimitación entre la Historia y la Prehistoria (la escritura como comienzo de la Historia), sino a algo más circunscrito: aquellos contenidos que incluyen lo que denominaremos como «Principio de felicidad», en tanto que desde el mismo pueden reinterpretarse todos los fenómenos denominados «felicitarios»; sin él, no dejarían de ser más que sentimientos somáticos, sociales o de otra índole, pero su carácter filosófico desaparecería por completo. Este Principio de la felicidad lo reconoceremos en dos formulaciones, la débil y fuerte. Usaremos la expresión «Principio de felicidad» para referirnos al Principio débil de felicidad, y al Principio fuerte de felicidad lo denominaremos como «Supuesto de la felicidad».
El Principio de la felicidad será equivalente a la fórmula de Séneca que citamos al comienzo: «Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felizmente», entendida como aspiración de todos los hombres que no siempre se realiza. Sin embargo, el Supuesto de la felicidad considera que la felicidad es un elemento normativo: todos los hombres deben ser felices, implicando que quien no es feliz no es hombre:
«La interpretación normativa (o esencialista) del Principio fuerte de la felicidad, que en su forma «directa» muy pocos (incluso quienes la ven como excesiva) considerarán «dura» o «cruel», aunque la consideren gratuita, se hace «dura» y «cruel» cuando adopta la forma contrarrecíproca (a pesar de que esta forma es lógicamente equivalente a la directa) manteniendo su interpretación esencial: «Luego todos aquellos que no son felices no son hombres» ¿Qué serán entonces? Degenerados, enfermos..., acaso, habitantes del tercer mundo.» (Gustavo Bueno, El mito de la felicidad, Ediciones B, Barcelona 2005, págs. 23-24.)
De esta manera, «sólo aquella literatura de la felicidad que asuma el Principio de felicidad puede ofrecer una Teoría general o una Doctrina general de la felicidad. Y queremos decir que aquella literatura de la felicidad que no asuma este Principio, no puede ofrecer, aunque lo pretenda, una Teoría general o una Doctrina general de la felicidad. Lo que ofrecerá será otra cosa (no por ello despreciable a priori): por ejemplo, la explicación (supuestas ciertas condiciones: salud, situación social, etc.) del mecanismo neurológico de generación de un «estado de ánimo» relajado, tranquilo o sereno (llámese ataraxia o sophrosine; en general estados de ánimo apolíneos) y el control (relativo) de los procedimientos para alcanzarlo o para recuperarlo» (Gustavo Bueno, op. cit., pág. 29).
Sin embargo, desde nuestra perspectiva asumiremos que la felicidad no puede ser la cuestión fundamental de la filosofía. Nos ocupamos de la felicidad humana cuando nos enfrentamos con la metafísica o con la ontología de la felicidad, es decir, con la cuestión del destino del Hombre y de su puesto en la jerarquía del Universo, aunque en nuestro caso con la intención de demoler esas Ideas por su carácter metafísico.
El campo de la felicidad
Supondremos que el campo es un lugar delimitado previamente; campo como terreno acotado en función de actuaciones y operaciones definidas, o como conjunto o constelación de contenidos relacionados dentro de un contorno. Ante todo, el campo de la felicidad lo entenderemos como campo gnoseológico relacionado especialmente con el campo de la Antropología Filosófica, envuelto a su vez por el campo felicitario. Toda disciplina humana la entenderemos como la transformación de determinados contenidos concatenados unos con otros de diferentes modos presentes en distintos campos.
El campo felicitario sería así un territorio incluido en el espacio gnoseológico, donde sus materiales se encuentran moldeados tanto al nivel sintáctico o simbólico, como al nivel semántico o léxico, y al pragmático. Dicho de manera breve: el campo de la felicidad no sólo incluye palabras sino también a las cosas que ellas designan y a los sujetos que las transforman de diferentes modos e interactúan unos con otros. La felicidad es así un campo susceptible de ser trabajado por una o más técnicas o ciencias positivas, o también por disciplinas que mantengan o pretendan mantener alguna conexión con ellas. Es el caso de determinadas aplicaciones de «control de la felicidad» mediante técnicas de fisiología del sistema nervioso, o de las disciplinas académicas involucradas con la felicidad, como la Ética, la Política o la Teología.
Supondremos que la felicidad, al igual que cualquier otro contenido antropológico, es una realidad que puede componerse en dos sectores: el interno o inmanente y el externo o trascendente a él. Asimismo, esta misma realidad se separaría en dos clases de seres: personales (o subjetuales, es decir, seres dotados de apetito y conocimiento) e impersonales. La composición de estas dos dicotomías nos ofrecerá tres tipos de relaciones expresadas en los ejes del espacio antropológico:
Eje circular, que polariza los contenidos del campo antropológico que a la vez sean inmanentes y personales.
Eje radial, que polariza los contenidos del campo antropológico que sean a la vez trascendentes e impersonales.
Eje angular, que polariza los contenidos del campo antropológico que sean a la vez trascendentes y personales. En él se incluirían todos aquellos seres que en tanto que se asemejan a nosotros nos enardecen, pero que en lo que se distinguen nos horrorizan, como decía San Agustín de los animales. Aquí también aparecerían no sólo la megafauna del Pleistoceno que conforma el núcleo de la religión, sino también aquellos animales «no linneanos» y seres mitológicos que aparecen en el curso de las religiones secundarias y terciarias.
Dentro de esta clasificación del material antropológico, cabría decir que habrá manifestaciones de la felicidad tanto al nivel somático, humano, como al extrasomático (tanto si se refiere a los fenómenos radiales como a los angulares). Estas manifestaciones las denominaremos como fenómenos felicitarios, entendiendo aquí el fenómeno como un contenido del mundo que destaca por su anomalía respecto a los demás y que es percibido de distinta manera por diferentes sujetos. La unificación de las manifestaciones de ese fenómeno y su reconocimiento como tal implica el constituir una estructura o esencia. Por ejemplo, el fenómeno del cometa que se movía cerca de la Tierra en 1682 y que Halley predijo según la teoría de la gravitación de Newton que volvería 76 años después, fue reconocido posteriormente como idéntico al visto por los astrólogos chinos en el 613 antes de Cristo y el observado en 1910 y 1986, el Cometa Halley. Pero ese reconocimiento del fenómeno implicaba una cierta repetibilidad que sólo puede darse al nivel de las esencias.
Fenómenos, Conceptos e Ideas sobre la felicidad
Aunque hayamos reconocido
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