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Filosofía e identidad


Enviado por   •  18 de Marzo de 2023  •  Resúmenes  •  1.636 Palabras (7 Páginas)  •  44 Visitas

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INSTITUTO SUPERIOR DE FORMACIÓN DOCENTE NRO. 82

LA MATANZA

 

Carrera:

Profesorado de Psicología

 

Materia:

Filosofia I

 

Docente:

Bobadilla, Matías

 

Título del informe:

“Filosofía e identidad”

 

Alumna:

Lopardo, Vanesa

 

Curso 1, Turno Vespertino

Comisión “A”

 

Ciclo Lectivo 2020

Filosofía e identidad

Siguiendo el recorrido teórico expuesto a lo largo de las clases y atendiendo especialmente al trabajo de Karl Jaspers (citado en el apartado bibliográfico), el presente artículo se propone caracterizar los rasgos distintivos del pensamiento filosófico, en contraposición con aquellos que definen a otros discursos; proponiendo, a partir de tales conceptos, introducir la problemática de la identidad, abordada en perspectivas contemporáneas como la narrativista.

 

Formulada sistemáticamente o en el marco de una práctica popular, la pregunta filosófica se manifiesta universalmente y bajo formatos muy singulares; trasciende toda historicidad y temporalidad cultural, haciéndose presente de un modo indisoluble e inalienable, en tanto actividad constitutiva de la especie humana. La pregunta filosófica se diferencia del interrogante que busca una respuesta eficaz e inmediata de carácter resolutivo. Lejos de afirmar un estado de cosas, la filosofía se propone ponerlo en crisis. Se trata de un preguntar revolucionario, que (sin beneficio ni utilidad) internaliza al sujeto en la problemática creada, lo asfixia, referenciándose a sí misma hasta hacer evidente su irresolubilidad; adquiriendo así la pregunta más importancia que una eventual respuesta.

 

Es en el origen del pensamiento filosófico donde Jaspers identifica uno de los rasgos definitorios de esta actividad. Sabemos que la filosofía se origina en la Antigua Grecia, en el siglo VII a.c y que su nombre resulta de la anexión de dos vocablos griegos comúnmente traducidos como “amor a la sabiduría". La palabra griega philósophos (filósofo) se opone a sophós, aquel sabio que se encontraba en un estado de posesión del conocimiento y de la verdad; el filósofo, en contrapartida, se entendía a sí mismo como quien, sin ser poseedor de la verdad, iba en busca de la misma. Tal como expresa Jaspers: “la búsqueda de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia  de  la  filosofía”.[1]   Es  en  la  obra  de  Platón  donde  se  observa  esta  contraposición, identificándose al filósofo como un ser que, reconociendo su propia ignorancia, es impulsado a la búsqueda de la verdad. De ahí que la esencia de la filosofía esté en ese trayecto hacia el conocimiento y en el reconocimiento de un principio de vacuidad del ser.

 

A diferencia del conocimiento científico, señala Jaspers, la filosofía no presenta un carácter progresivo puesto que no ofrece resultados unánimes o universalmente válidos. Mientras que la ciencia se ocupa de objetos especiales, la filosofía toma en cuenta la totalidad del ser, aquello que interesa al hombre en tanto tal. Si bien el espíritu de la filosofía tiene otro origen, está vinculada a la ciencia y “brota antes de toda ciencia”.[2]  Cuando Tales de Mileto, aquel a quien se identifica como el primer filósofo, se preguntó por el fundamento de la naturaleza, no lo hizo apelando a los relatos míticos o a la doctrina religiosa, sino diseñando un discurso racional que aplicara un tipo de lógica mediante la cual la realidad pudiese ordenarse e interpretarse.

 

A partir del legado de Tales hasta el presente, la esencialidad de la praxis filosófica nos conduciría al equivoco si pretendiésemos otorgar un sentido unívoco a la vasta multiplicidad de producciones y significados de diversa naturaleza. Pese a esto, puede resultar de utilidad identificar los discursos no-filosóficos para aproximarse a las condiciones particulares que posibilitarían la práctica filosófica. Hemos señalado que la filosofía no es ciencia, pero tampoco es opinión, puesto a que esta última se sustenta en argumentos poco racionales y pobremente fundados. La filosofía es, asimismo, un saber antidogmático: no reconoce verdades incuestionables regidas por un principio de autoridad. Por esta razón se aparta de los sistemas de creencias propios de la cosmovisión religiosa. No habría, para la filosofía, dogmas o axiomas dados a priori y que no puedan ser sometidos a contradicción.

 

Tanto el autoritarismo eclesiástico como el totalitarismo político, explica Jaspers, han reconocido la peligrosidad del pensamiento filosófico, intentando a toda costa su extinción. Ambas posiciones ven a la filosofía como un discurso nocivo que atenta contra el orden de cosas establecido y propende a un espíritu de independencia, rebeldía y revolución. Pensar el mundo desde la religión implica hacerlo mediante dogmas que son revelados como misterios de la fe. Por su carácter esencialmente crítico, su espíritu denunciante y su aspiración a abarcar la multiplicidad, la filosofía rompe con toda clausura o esquema dogmático. Nace del asombro, en situaciones límites y busca el conocimiento mediante el ejercicio de la duda - pero lo que verdaderamente impulsa a la filosofía, en términos de Jaspers, es la coparticipación: el afán de ser comunicada a otros. La filosofía, dirá, es una preocupación por el ser en sí-mismo, el cual por sí solo es una existencia empírica, mientras que, por la comunicación, por los contactos que realiza con otros “sí-mismos”, alcanza lo que denomina “la reciprocidad de una vida”.[3] 

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