Gregorio Samsa
si139121 de Marzo de 2014
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En plena transición del siglo XIX al XX la creciente sociedad burguesa, autoritaria y burocrática, tendía a aislar al individuo diferente o que no contribuyera a la multiplicación del capital. Es una época de grandes contrastes, por un lado, hay un sector de la sociedad que está siendo beneficiado con la organización vigente y por otro, hay un sector que experimenta la desigualdad más cruda, las relaciones abolidas y la vida desesperanzadora. Como le sucede a Kafka en la esfera personal con su ser judío y gentil a un tiempo, hay en la esfera pública una doble identidad por sí misma contradictoria, que ya antes había visto Marx, aunque radicalmente, entre el proletariado y los dueños de los medios de producción.
Pero como quiera que sea, autobiográfica o no, “La metamorfosis” nos enfrenta a una serie de problemas que podemos identificar tanto en la vida privada del autor como en la sociedad de su tiempo. El conflicto esencial es el mismo que se plantearon los existencialista del siglo pasado, el de la existencia de cada uno, la irracionalidad de la vida y el terrible desenlace de la muerte, dejar de ser; pero del mismo modo nos hallamos ante otros conflictos que ceden su fuerza a favor de éste, tal es el caso del egoísmo tan enraizado en la organización capitalista y el conflicto generacional y edípico.
La metamorfosis que sufre Gregor Samsa, que no es en sí el hecho importante, porque bien pudo haber mudado a cualquier otra cosa, le conserva, como sucede en “Las metamorfosis” de Ovidio, algún rescoldo de humanidad, porque claro, es únicamente la forma la que cambia.
Por lo menos en la metamorfosis de Kafka, que sucede al principio, no se puede eliminar todo rastro humano, porque es esta permanencia la que da sentido a la misma obra, o cómo saber de la frustración, la angustia y el dolor del protagonista si además de su cambio físico se produce uno entitivamente degenerativo, es decir, que si el autor haya eliminado junto con la apariencia, lo más íntimo del personaje principal, simplemente no haya sido posible continuar con el mismo rumbo y la metamorfosis habría sido también el desenlace, tal y como le pasa a Narciso al final del libro IV de la obra de Ovidio, “la metamorfosis duró pocos minutos.
Al cabo de ellos, de Narciso no quedaba sino una rosa bellísima, al borde de las aguas, que seguían contemplando en aquel clarísimo espejo”.
Adelantándose al sentimiento que la irracionalidad y el holocausto deja en la conciencia de los existencialistas, Kafka nos presenta a un hombre que a pesar de ser bueno sufre una metamorfosis que lo condena a la soledad, en medio de la incomprensión familiar y el complejo de Edipo (si tomamos en cuenta que el padre es el personaje que menos contacto tiene con el protagonista). Por medio de una situación imaginaria llevada al extremo, el autor invita a una conciencia colectiva de que todos estamos expuestos a sufrir una metamorfosis y que como Gregor, hay en el mundo millones que la han sufrido y la siguen sufriendo.
Un enfermo y un anciano han experimentado, cada uno por su parte, una metamorfosis, si no es que las dos al mismo tiempo, y Kafka se vale de la imagen de un insecto desconocido para dramatizar aún más una metamorfosis que pone de manifiesto su aversión por una sociedad capitalista univoca, que niega la posibilidad de ser distinto y que no ve en los ancianos y los enfermos (individuos diferentes) más que una carga pesada que es preciso echar fuera.
Antes de que el personaje principal enfermara, vamos a llamar así a su metamorfosis, y fuera sostén de su casa, nadie había pensado en deshacerse de él, pero conforme pasa el tiempo, la familia cae en la cuenta de que se trata de una carga que no les aporta absolutamente nada; el hijo y hermano acaba vuelto un enfermo incapaz de moverse y como a los insectos hay que pensar como matarlo.
En la obra, además de todos
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