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III Michèle Le Doeuff Y Su Análisis De Simone De Beauvoir Y Sartre En El Estudio Y La Rueca|

esteespezel27 de Marzo de 2014

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Estela Espezel, Seminario de Filosofía “cosas de mujeres”

Módulo III Michèle Le Doeuff y su análisis de Simone de Beauvoir y Sartre en el Estudio y la Rueca

Para mí es realmente un tema tener que limitarme a una única obra pues siempre tiendo a conocer al menos unas cuantas obras. Le Doeuff tiene muchos libros que por sus títulos o por los comentarios me gustaría leer: Pelos largos e ideas cortas, El Imaginario Filosófico, El sexo del saber; pero hasta ahora no los conseguí.

Entre las muchas críticas y comentaristas de Beauvoir, elegí esta en primer lugar porque no es fácil y me gusta su concepción laberíntica de la filosofía. Sin lugar a dudas me gusta porque de algún modo coincido con ella.

Pero tengo otro motivo, Le Doeuff, aunque es crítica respecto a Beauvoir, es una Beauvoiróloga, cosa que no hay muchas, como ella misma dice. Además siempre ha defendido el valor filosófico de El Segundo Sexo. A diferencia de otras, Beauvoir se preocupó por sus comentarios, le mandó mensajes e incluso le dio una cita en la que hablaron de muchas cosas y no hablaron de lo que tal vez ambas querían hablar. Le Doeuff dice que no pudo preguntarle lo que quería. No pudo preguntarle: “¿Simone de Beauvoir, en vuestra opinión habéis hecho filosofía?” ¿Cómo preguntarle si había hecho filosofía sin quererlo o sin saberlo? Beauvoir, aunque conocía sus ideas, tampoco le dio explicaciones. Con su silencio tal vez quería decirle: “Dejadme que haya filosofado sin reconocerlo” (era un buen compromiso entre ella y Sartre); o simplemente: “Arrégleselas” (245).

Esto es lo que piensa hacer. Yo me las arreglo, dice Le Doeuff. Para ello, recurre a Benveniste: lo impensable en filosofía que proviene de la lengua natural. Recurre a Bergson quien ha cambiado el concepto de filosofía como un sistema monumental por la filosofía como un pensamiento en movimiento, que se inicia en una parte o en varios lugares al mismo tiempo, luego se desvía y finalmente vuelve (252).

De este modo ubica a El Segundo Sexo como una obra filosófica que desafía las fronteras de lo filosófico. “Filosófica en cuanto trabaja gracias a las categorías heredadas de la tradición (y las vuelve a elaborar de nuevo en esta dirección), pero, al mismo tiempo, fuera de sus fronteras, buscando iluminar más allá de las ensoñaciones de la filosofía una realidad, la de la existencia concreta de las mujeres”. (88) Creo que con esto se acerca a lo que Colli considera un sentido eminentemente griego de filosofía. Parte de la negación de una experiencia cotidiana clandestina, pero también de la recuperación de la misma: un saber clandestino. Antes de EL Segundo Sexo la dificultad de vivir que tenían las mujeres se volvía clandestina, el Segundo Sexo enseña a objetivar la cuestión con ojo crítico y anuncia el fin de una soledad. Voy a acompañar este texto del módulo tres con un cuento de Clarice Lispector a la cual nos vamos a referir más expresamente al hablar de Helene Cixous. Se supone que es un cuento infantil, se llama La Felicidad Clandestina. No sé muy bien por qué pero lo asocio con este tema de la experiencia de las mujeres y no solamente por el nombre.

Le Doeuff fue una de las organizadoras del simposio de la Sorbona por los 50 años de El Segundo Sexo. Las organizadoras tuvieron muchas dificultades para convencer a las autoridades que había que hacer algo para el cincuentenario. No tuvieron ni apoyo, ni plata, pero se convirtió en el acontecimiento del año pues del mundo entero llegaron participantes y comunicaciones. El Segundo Sexo, aunque sigue despertando un cierto resquemor o desconfianza, es uno de los libros más traducidos y leídos.

En el tema del pensamiento y las mujeres parece que constantemente hay que estar rescatando a alguien de los baúles de la abuela donde quedó escondida o sepultada. Le Doeuff rescata a Hiparchia que como otras es poco conocida, pero constituye una figura para el feminismo; es una mujer de la antigüedad que se dedicó a estudiar: a ella se debe el título del libro. “He empleado en el estudio todo el tiempo que, en razón de mi sexo, tendría que haber perdido en la rueca”(9) dijo Hiparchia. Se dice que Hiparchia abandonó una vida cómoda para irse con su amante, un filósofo cínico igual que ella.

El libro de Le Doeuff llega casi cuarenta años después del El Segundo sexo y constituye al mismo tiempo una lectura del texto de Beauvoir y un nuevo planteo, más cercano a nosotras, del tema de las mujeres y de la filosofía. Además, mientras en Beauvoir había un deseo expreso de plantearse como la única y la primera, según Le Doeuff, las feministas de su generación, sean seguidoras o no de Beauvoir, todas se plantean en términos de “no soy la única ni la primera, pero así y todo, estoy aquí” (162).

Le Doeuff considera que, en su opinión, Beauvoir dejó un asunto intacto: el de la prohibición de saber y del saber para las mujeres, prohibición antigua pero perfectamente viva.

A partir de esto Le Doeuff se pregunta: ¿qué trabajo emprendo? La cuestión de las mujeres en la filosofía es el punto de vista que adopta para reflexionar sobre el destino de la filosofía, pero con la esperanza de que esto la lleve a abrir perspectivas sobre la condición de la mujer (77). Le Doeuff dice: es un laberinto y espero haber dado el hilo conductor.

Considera que su proyecto de algún modo está emparentado con el de Foucault: buscar el origen del conocimiento y de las teorías (80). Pero Foucault omite la inclinación de los saberes a una oposición subordinante entre los hombres y la mujer que puede ser vista como estructurante en las ciencias humanas y en la aproximación cotidiana a cualquier situación. Además Foucault se mantiene demasiado distante, ella pretende lo que Kepler expresa en El sueño “que escribió para sí mismo y en contra de sí mismo, intentando encontrar en lo imaginario un plan en el que le fuera posible vivir para sí mismo, íntimamente, el significado de la sustitución del geocentrismo por el heliocentrismo” (83). Kepler piensa que esta nueva visión del universo compromete a la subjetividad en su trama cotidiana en la aventura y que la subjetividad puede ser modificada por esa aventura. Este trabajo sobre la subjetividad es lo que Le Doeuff intenta hacer en su libro que constituye un trabajo teórico que incluye conceptos que provienen de inferencias clandestinas y oscuras ocasionadas por experiencias vagas en relación a otro centrismo: el androcentrismo.

Así como S. de Beauvoir, al comienzo de El Segundo Sexo, se planteó el tema de tomar la palabra para escribir, Le Doeuff se plantea el tema de tomar la palabra como filósofa y como feminista. En ella aparentemente todo está más claro pues es o al menos desea ambas cosas: ser filósofa y feminista. Además considera que a una mujer que quiere ser filósofa le conviene ser feminista, pues esto le permite comprender lo que le pasa. Ser feminista le permite integrar a las otras dos, a la mujer y a la filósofa. Tener conciencia de que, aunque en la dedicación a un saber abstracto el sexo no tendría que afectar, afecta.

Hoy no se sabe bien qué es la filosofía, pero esto se complica aún más, cuando es una mujer la que intenta hacer filosofía. En primer lugar porque los filósofos han expresado muy explícitamente su rechazo a que las mujeres intenten ingresar a su comunidad masculina de sabiduría. Filósofos, amantes de la sabiduría y enamorados de la no sabiduría de los otros: poetas, pueblo, científicos, mujeres. Esto hace que la mujer que se decide a ingresar lo hace siempre dentro de una situación de doble, triple o múltiple vínculo que convierte a la tarea en trabajos forzados; y se ve impedida a dedicarse a la filosofía con placer pues, como ya le sucedió a Beauvoir, va ser calificada por su decisión (49).

Desde el punto de vista del otro, ser mujer y filósofa constituye -entre otras cosas- una doble desventaja: “como sois mujeres se os considerará una filósofa de segunda categoría: como sois filósofas se os hará saber cada cierto tiempo que se os juzga no del todo mujer”. Le Doeuff piensa que hoy estamos en una situación diferente a la de Beauvoir, sin embargo la situación de la mujer en la filosofía hay que considerarla como un síntoma de un problema más global que nos lleva, a cincuenta años de El Segundo Sexo, a interrogarnos: “cuando creemos que existe una contradicción entre ser mujer y ser filosofa, ¿qué indica esto sobre lo que se piensa de las mujeres en general y sobre lo que se piensa de la filosofía, en particular? Pero esta cuestión no debe hacernos olvidar lo cotidiano, lo más cotidiano y, por consiguiente, el problema tal como se presenta a las mujeres que viven y descubren un mundo donde esta creencia es patente o latente” (50 ). La república filosófica es fraternal (de hermanos) siempre dispuesta a excluir a las sorores (las hermanas).

¿Por qué sentirse mal por ser una mujer filósofa? Si se trata de un saber y un saber abstracto, ¿por qué pensar que el sexo importa? Tal vez cabe recordar la frase de Eva en el paraíso de Milton: “Dios es tu ley y tú eres la mía; no saber más es la feliz ciencia de la mujer” (54).

Ser feminista y filosofa la ha conducido a un largo silencio y se pregunta ¿cómo comprender que, aunque parezca haber un acuerdo preestablecido entre filosofar y querer la independencia de todas las mujeres, a ella, situarse en el filo entre el feminismo y la filosofía, la haya conducido a una especie de mutismo?

El imaginario de Hume es un “nosotros”, opuesto a mujeres, indios y animales, que determina un círculo imaginario de asociados. El “nosotros” de Sartre es la experiencia

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