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Simone De Beauvoir


Enviado por   •  11 de Junio de 2013  •  2.755 Palabras (12 Páginas)  •  501 Visitas

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En todo el recorrido que hace por el segundo tomo de “El segundo sexo”, “La experiencia vivida” nos muestra cómo es la cultura la que hace a las mujeres ser lo que son; tanto la educación como los roles de esposa y madre son determinados por la cultura y la sociedad y no tienen nada de naturales, al contrario de lo que nos dice nuestra cultura patriarcal: lo natural es casarse y tener hijos. Lo que somos las mujeres no lo somos por tener una esencia supuestamente femenina, sino porque la cultura nos hace así. Nos han fabricado una forma de ser subordinada, dependiente y sin iniciativas, porque en todas las etapas de nuestra vida nos infligen la opresión y dado que la opresión es infligida se trata de una opresión de la que podemos liberarnos: este es el mensaje de El Segundo Sexo. La mujer no es definida ni por sus hormonas ni por misteriosos instintos, sino por el modo en que, a través de conciencias extrañas, recupera su cuerpo y sus relaciones con el mundo. El último capítulo del segundo tomo se llama precisamente Hacia la liberación, y ahí nos da algunas pautas para la liberación. La primera de ellas es que las mujeres adultas deben tener un trabajo independiente, o sea, una independencia económica. Y la segunda que la lucha por la emancipación tiene que ser colectiva. Veámoslo con mayor detenimiento.

Comienza por la época de la infancia, reflejando el hecho de que a las niñas se las educa de manera diferente que a los niños; se las colma de caricias y arrumacos; se les prodigan las manifestaciones afectivas más variadas. Mientras que a los niños se les fomenta desde el principio la independencia y la represión de los sentimientos. Para las niñas la feminidad es un aprendizaje como lo es para los niños la virilidad. Se les impone la cosificación y se les sustrae la libertad.

En estas condiciones, cuando se llega a la adolescencia, sienten la debilidad física de su cuerpo, restándoles confianza en sí mismas y percibiendo como una desventaja la situación biológica, ya que se capta desde la perspectiva de pasividad que se le ha ido inculcando desde la infancia.

En este trabajo nos centraremos en esa primera etapa de la mujer: la niñez. Simone de Beauvoir, nos dice que las mujeres empiezan a destronar el mito de la feminidad, sin embargo están haciendo un gran esfuerzo para conseguir vivir íntegramente su condición de ser humano. En esta parte, la formación, podemos comprender cuales son los problemas que se les plantean a las mujeres, que, herederas de un duro pasado, se esfuerzan por forjar un nuevo porvenir. Detrás de la mayoría de sus afirmaciones se sobreentiende “el estado actual de la educación y las costumbres” no se trata de enunciar verdades eternas, sino de describir el fondo común sobre el cual se alza toda existencia femenina singular.

Lo primero que nos dice Simone de Beauvoir, es que no se nace mujer sino que se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino. Entre las chicas y los chicos, el cuerpo es al principio la irradiación de una subjetividad, el instrumento que efectúa la comprensión del mundo: a través de los ojos, de las manos y no de las partes sexuales, ellos aprehenden el universo el drama del nacimiento se desarrolla de la misma manera para los bebes de ambos sexos; tienen los mismos intereses y los mismos goces; su desarrollo genital es análogo; exploran su cuerpo con la misma curiosidad y la misma indiferencia; sienten los mismos celos si nace un nuevo niño, y los manifiestan con los mismos procedimientos; recurren a las mismas coqueterías para captare el amor de los adultos. Incluso hasta los doce años, la niña es tan robusta como sus hermanos y manifiesta la misma capacidad intelectual. Poco a poco el niño aprende a percibir los objetos en tanto que distintos a él, igual que la niña. Por tanto el bebe vive el drama original de todo existente, que es el drama con su relación con lo otro.

Durante los tres o cuatro primeros años no hay diferencia entre la actitud de las niñas y de los niños: todos ellos tratan de perpetuar el feliz estado que ha precedido al destete. Tanto ellas como ellos se observan conductas de seducción y ostentación. Éstas representan un estado mas completo, más fácil que el simple abandono en los brazos maternos. Muchos niños temen crecer, ya que se desesperan si sus padres cesan de tomarlos sobre sus rodillas y admitirlos en su lecho. A través de la frustración física experimentan cada vez más el desamparo del cual el ser humano solo con angustia adquiere conciencia. Aquí es donde las niñas van en principio ha aparecer como privilegiadas. Un segundo destete, menos brutal y mas lento que el primero, sustrae el cuerpo de la madre a los brazos del hijo; pero es sobre todo a los varones a quienes se les niega besos y caricias; mientras que a la niña continúan mimándola, se le permite vivir pegada a las faldas de su madre, el padre la toma sobre sus rodillas y le acaricia los cabellos; la visten con ropas suaves; son indulgentes con sus lagrimas y caprichos; divierten sus gestos y coqueterías. En cambio, al niño, se le va a prohibir incluso la coquetería y sus maniobras de seducción. Quieren que sea un “hombrecito”. Muchos niños asustados a la dura independencia a la que se les somete desean ser niñas, incluso algunos buscan obstinadamente la feminidad, lo cual es uno de los modos de orientarse a la homosexualidad. Sin embargo se persuade al niño de que se le exige mas a causa de la superioridad de los varones; para animarle ante el difícil camino que le corresponde, se le insufla el orgullo de su virilidad.

Así, lejos de que el pene se descubra como un privilegio inmediato del que el niño extraería un sentimiento de superioridad; su valoración, por el contrario, aparece como una compensación a las durezas del último destete: así queda defendido contra el pesar de no ser ya un bebe, de no ser una niña. Por tanto, encarnara en su sexo su trascendencia y su soberanía orgullosa. La suerte de la niña es muy diferente. Madres y nodrizas no tienen para sus partes genitales ni reverencia ni ternura; no llaman su atención sobre ese órgano secreto, del que solamente se ve la envoltura y no se deja empuñar; en cierto sentido, no tiene sexo. Y no experimenta esa ausencia como una falta; su cuerpo es para ella una plenitud; pero se haya situada en el mundo de un modo distinto al del niño, y un conjunto de factores pueden transformar a sus ojos esa diferencia en inferioridad. Encontramos numerosos casos en que la niña se interesa por el pene de un hermano o camarada; pero eso no significa que experimente unos celos propiamente sexuales, ni que

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