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Jesus Esta Vivo

segato30 de Marzo de 2014

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P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

LUCES EN EL CAMINO

LIMA-PERÚ

2008

LUCES EN EL CAMINO

Nihil Obstat

P. Ignacio Reinares

Vicario Provincial del Perú

Agustino Recoleto

Imprimatur

Mons. José Carmelo Martínez

Obispo de Cajamarca (Perú)

ÁNGEL PEÑA O.A.R.

LIMA – PERÚ

2008

ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN 4

La sinceridad 5

La comprensión 15

Siempre adelante 22

Agradecimiento 26

El sufrimiento 31

Importancia de lo pequeño 35

La humildad 43

Amar y compartir 49

La solidaridad 59

Haz algo por los demás 67

El ejemplo de Gandhi 80

El buen ejemplo 91

Buscando a Dios 98

Amor a Jesús 106

Sé tú mismo 113

Reflexiones 119

CONCLUSIÓN 123

BIBLIOGRAFÍA 125

INTRODUCCIÓN

En este libro deseo iluminar el camino de la vida de tantos hombres que no saben por dónde ir. Están confundidos por tantas ideas contradictorias que reciben a través de los medios de comunicación, que, frecuentemente, invitan a disfrutar de la vida y a buscar los placeres sin discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo moral o inmoral. Para muchos, ya no existe el bien o el mal. Parece que todo es bueno y que cada uno puede hacer lo que desee con tal de no hacer daño a los demás. Pero ¿será realmente así? ¿Acaso es buena la mentira, la infidelidad o la irresponsabilidad en el cumplimiento de las obligaciones?

Luces en el camino quiere ser como un indi-cador de valores siempre válidos, como lo han sido en los siglos pasados y como lo serán en los futuros. Porque hay verdades que no cambian y que siempre tendrán validez en la vida de los hombres. Si tú, realmente, buscas con sinceridad la verdad y el ca-mino del bien y de la verdadera felicidad, te aconsejo que leas detenidamente este libro, donde aprenderás a ser más sincero, honrado, puro, humilde, generoso y fuerte para saber luchar contra los vicios. Y para tener siempre la alegría a flor de labios.

En el mundo hay muchas luces y muchos buenos ejemplos para seguirlos, mira bien, abre los ojos y no te dejes hipnotizar por las sirenas de los placeres, que te invitan a través de luces multicolores o propagandas de vida fácil. Vive bien, vive para la eternidad, y con tu propia luz ilumina el camino de tantos otros que necesitan tu ayuda, tu ejemplo y tu amistad.

LA SINCERIDAD

Es la virtud de decir siempre la verdad. La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir la verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía (Cat 2468). La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo, que tiene derecho a la verdad (Cat 2508).

Cuando se miente públicamente, la mentira tiene una gravedad particular. Cuando se miente hablando bajo juramento, se llama perjurio. Usar los medios de comunicación social para difundir menti-ras a nivel general es algo especialmente grave. Y no olvidemos que las medias verdades, como decía san Agustín, son mentiras enteras. Y esto se puede hacer, exagerando la realidad y aumentando o disminuyendo los defectos o las virtudes de las personas o cosas. Cuando se miente, diciendo algo contra el honor de las personas, es ya una calumnia.

En la vida real, hay mucha gente que miente para quedar bien, para evitar problemas o para con-seguir beneficios. Hay quienes prometen algo que después no están dispuestos a cumplir, y estas falsas promesas también son mentiras. Además, la mentira lleva a otros vicios como la falta de honradez, o de fidelidad, lo cual es, especialmente grave, con relación al compromiso religioso, sacerdotal o matrimonial, que debe ser de por vida.

Por otra parte, el camino de la mentira nunca lleva a Dios y, si uno quiere amar a Dios, debe decir siempre la verdad, aunque le cueste graves sufri-mientos o aun la vida. Un hombre sincero es un hombre luminoso. La verdad es luz y la mentira es oscuridad del alma. Veamos un relato africano, en el que se nos manifiesta la importancia de decir siempre la verdad.

En cierta tribu, para llegar a ser adultos, los jóvenes debían pasar diferentes pruebas. A uno de ellos, el día señalado, los ancianos le pidieron que fuera a la selva él solo, sin alimentos ni agua ni ar-mas, y encontrara a cuatro animales: una serpiente pitón, un rinoceronte, un león y un elefante. Le dije-ron: Tienes que mirarlos de frente a los ojos, que-darte quieto y cerciorarte de que ellos te ven. Des-pués vuelves y nos informas.

Partió el jovencito y fue en busca de los leo-nes, pues sabía dónde se encontraban. Vio a un león a cierta distancia y, a pesar de sudar de miedo, espe-ró. El león descubrió al joven, se miraron el uno al otro y, finalmente, el león bajó la cabeza y se fue lentamente. Había superado la primera prueba. Des-pués se fue en busca del rinoceronte, que son animales peligrosos, sobre todo, cuando se asustan. El chico sabía donde abrevaban y se fue a esperarlos. Se subió a un árbol a esperar. Un rinoceronte se acercó a beber, lo vio y se lanzó dos veces contra el árbol, pero el árbol aguantó. Se miraron mutuamente y sólo tuvo que esperar a que bebiera agua y se marchara. Después se encaminó a la parte más espesa de la jungla y encontró una serpiente pitón enrollada en un árbol. Él la miró y la gran serpiente comenzó a desenrollarse del árbol. Una vez que estuvo en el suelo, la serpiente miró al muchacho y el muchacho salió disparado corriendo, pero contento de haber superado la tercera prueba. Sólo faltaba el ver a los elefantes, que son animales pacíficos y que no atacan a los humanos, a menos que no sean amenazados. Llegó a donde sabía que se encontraban, siguió la pista, pero no pudo encontrar ninguno. ¿Dónde podrían estar? Estaba cansado, sediento y hambriento después de dos días y hasta se sentía mareado de debilidad; quería beber agua de la fuente, pero se reprimió y no lo hizo. Después de caminar por varias horas, ya no pudo más y se rindió. Empezó a llorar y retornó al pueblo. Informó a los ancianos que no había comido ni bebido y que había superado bien las tres primeras pruebas, pero que había fracasado, porque no había encontrado a los elefantes. Entonces, un anciano lo tomó del brazo, lo abrazó y le dijo: No has fracasa-do. No pudiste encontrar al elefante, porque noso-tros los hicimos huir en estampida la mañana que partiste. La prueba no consistía simplemente en ver y ser visto por los animales salvajes, sino en saber si dirías o no la verdad. Tú lo has hecho. Bienvenido a casa. Ahora eres un hijo de la tribu .

Creo que si a los jóvenes actuales les hicieran a los 18 años una prueba sobre su sinceridad para llegar a ser adultos en la sociedad, muchos no la pasarían. Hay demasiados jóvenes que hablan mucho de sinceridad, de honradez, de justicia y quieren un mundo más justo y sincero, pero ellos no hacen nada por conseguirlo, pues siguen el camino de lo más fácil, evitando esfuerzos, trabajos y sacrificios. Les podría pasar lo que le pasó al hombre del cuento.

Había una vez un hombre que estaba tan apa-sionado por la justicia que la quería encontrar a toda costa. Estudió todo lo que se refería a ella. Preguntó a los mejores juristas y se fue a buscar la justicia a los más lejanos lugares del planeta, porque en su país no aparecía por ninguna parte, ya que todo era maldad e injusticia. Cuando ya estaba decepcionado de la búsqueda a través del mundo, se detuvo en un bosque, como perdido, sin saber qué dirección tomar. Pero vio, de pronto, que había una casa en ruinas y se dirigió hacia ella. Se acercó y miró a través de las polvorientas ventanas y se sorprendió al ver dentro una gran luz. Era una luz muy brillante. Empujó suavemente la puerta y entró. Se encontró en un lugar muy extraño, una habitación llena de luz. Dio vueltas y descubrió que había varias habitaciones llenas de luces. Había estantes sin fin desde el suelo hasta el techo; y en los estantes había diminutas lámparas de aceite. Eran innumerables y ardían, unas con rapidez furiosa, otras lentamente. Miró bien y vio que las mechas estaban metidas en unos recipientes. La mayoría de ellos eran de barro o estaño, aunque había otros hechos de lata, bronce y oro. Las mechas eran cortas, pequeñas, gruesas o delgadas. El aceite era espeso. En algunas lámparas había mucho aceite, en otras sólo unas pocas gotas. Estaba fascinado por la luz y el completo silencio. El lugar era mucho más grande de lo que habría podido imaginar desde el exterior.

Y, mientras examinaba atentamente las lám-paras, se dio cuenta de que a su lado había una figura alta, blanca, silenciosa, vestida de blanco, con un manto largo y suelto. Sintió un poco de miedo, pero la figura le sonrió y tomó confianza. Le preguntó:

- ¿Qué es esto?

- Es la casa de las lámparas de aceite. Cada lámpara es el alma de un ser humano. Todos los seres

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