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Juegos Del Hambre


Enviado por   •  4 de Agosto de 2014  •  3.184 Palabras (13 Páginas)  •  183 Visitas

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-El chico del Distrito 1, los dos del Distrito 2, el chico del Distrito 3, Thresh y yo, y Peeta y tú. Eso hacen ocho. Espera, y el chico del Distrito 10, el de la pierna mala. Él es el noveno. --Hay alguien más, pero ninguna de las dos conseguimos recordarlo--. Me pregunto cómo habrá muerto el último.

--No hay forma de saberlo, pero nos viene bien. Una muerte servirá para entretener un poco a las masas. Quizá nos dé tiempo a preparar algo antes de que los Vigilantes decidan que la cosa va demasiado lenta. ¿Qué tienes en las manos?

--El desayuno --responde Rue; las abre y me enseña dos grandes huevos.

--¿De qué son?

--No estoy segura; hay una zona pantanosa por allí, una especie de ave acuática.

Estaría bien cocinarlos, pero no queremos arriesgarnos a encender un fuego. Supongo que el tributo muerto habrá sido una víctima de los profesionales, lo que significa que se han recuperado lo bastante para volver a los juegos. Nos dedicamos a sorber el contenido de los huevos, y a comernos un muslo de conejo y algunas bayas. Es un buen desayuno se mire por donde se mire.

--¿Lista para hacerlo? --pregunto, colgándome la mochila.

--¿Hacer el qué? --pregunta Rue a su vez; por la forma en que se ha apresurado a responder, está dispuesta a hacer cualquier cosa que le proponga.

--Hoy vamos a quitarle la comida a los profesionales.

--¿Sí? ¿Cómo?

Veo que los ojos le brillan de emoción. En ese sentido, es justo lo contrario que Prim: para mi hermana, las aventuras son un calvario.

--Ni idea. Venga, se nos ocurrirá algo mientras cazamos.

No cazamos mucho porque estoy demasiado ocupada sacándole a Rue toda la información posible sobre la base de los profesionales. Sólo se ha acercado a espiar un poco, pero es muy observadora. Han montado el campamento junto al lago, y su alijo de suministros está a unos veinticinco metros. Durante el día dejan montando guardia a otro tributo, el chico del Distrito 3.

--¿El chico del Distrito 3? --pregunto--. ¿Está trabajando con ellos?

--Sí, se queda todo el tiempo en el campamento. A él también le picaron las rastrevíspulas cuando los siguieron hasta el lago --responde Rue--. Supongo que acordaron dejarlo vivir a cambio de que les hiciese de guardia, pero no es un chico muy grande.

--¿Qué armas tiene?

--No muchas, por lo que vi. Una lanza. Puede que consiga espantarnos a unos cuantos con ella, pero Thresh podría matarlo con facilidad.

--¿Y la comida está ahí, sin más? --pregunto, y ella asiente--. Hay algo que no encaja en ese esquema.

--Lo sé, pero no pude averiguar el qué. Katniss, aunque lograses llegar hasta la comida, ¿cómo te librarías de ella?

--La quemaría, la tiraría al lago, la empaparía de combustible... --Le doy con el dedo en la tripa, como hacía con Prim--. ¡Me la comería! --Ella suelta una risita--. No te preocupes, pensaré en algo. Destruir cosas es mucho más fácil que construirlas.

Nos pasamos un rato desenterrando raíces, recogiendo bayas y vegetales, y elaborando una estrategia entre susurros. Así acabo conociendo a Rue, la mayor de seis críos, tan protectora de sus hermanos que les da sus raciones a los más pequeños, tan valiente que rebusca en las praderas de un distrito cuyos agentes de la paz son mucho menos complacientes que los nuestros. Rue, la niña que, cuando le preguntas por lo que más ama en el mundo, contesta que la música, nada más y nada menos.

--¿La música? --repito. En nuestro mundo, la música está al mismo nivel que los lazos para el pelo y los arco iris, en cuando a utilidad se refiere. Al menos los arco iris te dan una pista sobre el clima--. ¿Tienes mucho tiempo para eso?

--Cantamos en casa y también en el trabajo. Por eso me encanta tu insignia --añade, señalando el sinsajo; yo me había vuelto a olvidar de su existencia.

--¿Tenéis sinsajos?

--Oh, sí, algunos son muy amigos míos. Nos dedicamos a cantar juntos durante horas y llevan los mensajes que les doy.

--¿Qué quieres decir?

--Suelo ser la que está más alto, así que soy la primera que ve la bandera que señala el fin de la jornada. Canto una cancioncilla especial --dice; entonces abre la boca y canta una melodía de cuatro notas con una voz clara y dulce--, y los sinsajos la repiten por todo el huerto. Así la gente sabe cuándo parar. Sin embargo, pueden ser peligrosos si te acercas demasiado a sus nidos, aunque es lógico.

--Toma, quédatelo tú --le digo, quitándome la insignia--. Significa más para ti que para mí.

--Oh, no --contesta ella, cerrándome los dedos sobre la insignia que tengo en la mano--. Me gusta vértelo puesto, por eso decidí que eras de confianza. Además, tengo esto. --Se saca de debajo de la camisa un collar tejido con una especie de hierba. De él cuelga una estrella de madera tallada toscamente; o quizá sea una flor--. Es un amuleto de la buena suerte.

--Bueno, por ahora funciona --respondo, volviendo a prenderme el sinsajo a la camisa--. Quizá te vaya mejor sólo con él.

A la hora de la comida ya tenemos un plan; lo llevaremos a cabo a media tarde. Ayudo a Rue a recoger y colocar la madera para la primera de dos fogatas, aunque la tercera tendrá que prepararla ella sola. Decidimos reunimos después en el sitio donde hicimos nuestra primera comida juntas, ya que el arroyo debería facilitarme la tarea de encontrarlo. Antes de partir me aseguro de que la niña esté bien provista de comida y cerillas, incluso insisto en que se lleve mi saco de dormir, por si no logramos encontrarnos antes de que caiga la noche.

--¿Y tú qué? ¿No pasarás frío? --me pregunta.

--No si cojo otro saco en el lago --respondo--. Ya sabes, aquí robar no es ilegal --añado, sonriendo.

En el último minuto, Rue decide enseñarme su señal de sinsajo, la que canta para anunciar que ha terminado la jornada.

--Quizá no funcione, pero, si oyes a los sinsajos cantarla, sabrás que estoy bien, aunque no pueda regresar en ese momento.

--¿Hay muchos sinsajos por aquí?

--¿No

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