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Los Juegos Del Hambre


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2014  •  5.238 Palabras (21 Páginas)  •  205 Visitas

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Siento los ojos de Peeta siguiéndonos fuera de la habitación. En la estrecha cocina en la parte trasera de la tienda de Tigris, lleno el fregadero con agua caliente y espuma.

—¿Crees que es cierto? —le pregunto—. ¿Eso de que Snow les permitirá refugiarse en la mansión?

—Creo que lo hará ahora, al menos para las cámaras —dice Gale.

—Me voy por la mañana —le digo.

—Voy contigo —dice Gale—. ¿Qué debemos hacer con los otros?

—Pollux y Cressida podrían ser útiles. Son buenos guías —le digo. Pollux y Cressida no son realmente el problema—. Pero Peeta es demasiado...

—Imprevisible —termina Gale—. ¿Crees que él aún nos dejará dejarlo atrás?

—Podemos usar el argumento de que él nos pone en peligro —le digo—. Podría quedarse aquí, si somos convincentes.

Peeta es bastante racional acerca de nuestra sugerencia. Él está de acuerdo en que su compañía podría poner fácilmente en peligro al resto de nosotros. Estoy pensando en que todo esto puede funcionar, que él se mantendrá fuera de la guerra permaneciendo en el sótano de Tigris, cuando anuncia que se va por su cuenta.

—¿Para hacer qué? —pregunta Cressida.

—No estoy seguro exactamente. Lo único en lo que todavía puedo ser útil es causando una distracción. Ya vieron lo que pasó con ese chico que se parecía a mí —dice.

—¿Qué pasaría si... pierdes el control? —digo yo

—¿Quieres‖decir…convirtiéndome‖en‖muto?‖Bueno,‖si‖siento‖que‖eso‖regresa,‖ voy a tratar de volver aquí —me asegura.

—¿Y si Snow te captura de nuevo? —pregunta Gale—. Ni siquiera tienes un arma.

—Tomaré mis propios riesgos —dice Peeta—. Al igual que el resto de ustedes.

Mockingjay Los Juegos del Hambre Suzanne Collins

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Ellos dos intercambian una larga mirada, y luego Gale busca en el bolsillo. Él pone la pastilla de nightlock en la mano de Peeta. Peeta permite que se la ponga en la palma abierta, sin rechazarla ni aceptarla.

—¿Y tú?

—No te preocupes. Beetee me enseñó cómo detonar los explosivos de mis flechas con la mano. Si eso no funciona, tengo mi cuchillo. Y voy a tener a Katniss —dice Gale con una sonrisa—. Ella no les dará la satisfacción de atraparme con vida.

El pensamiento de los Agentes de la Paz arrastrando lejos a Gale hace que la melodía comience a sonar en mi cabeza otra vez....

Tú estás, tú estás

llegando‖al‖árbol…

—Tómala, Peeta —le digo con voz tensa. Extiendo la mano y le cierro los dedos sobre la píldora—. Nadie estará allí para ayudarte.

Pasamos una noche irregular, despertando por las pesadillas de los demás, con las mentes zumbando con los planes del día siguiente. Me siento aliviada cuando son alrededor de las cinco y podemos empezar todo lo que este día tiene para nosotros. Comemos una mezcolanza de nuestros alimentos restantes (melocotones en conserva, galletas, y caracoles) dejando una lata de salmón para Tigris en señal de agradecimiento por todo lo que ella ha hecho. El gesto parece llegarle de alguna manera. Su cara se contorsiona en una expresión extraña y se pone rápidamente en acción. Pasa la siguiente hora haciendo una nueva versión de nosotros cinco. Nos repara la ropa para ocultar nuestros uniformes, antes incluso de ponernos nuestros abrigos y capas. Cubre las botas militares con algún tipo de zapatillas de peluche. Asegura nuestras pelucas con alfileres. Limpia los llamativos restos de pintura que nos aplicamos en nuestros rostros y nos los pinta de nuevo. Hace cortinas en nuestras prendas de abrigo para ocultar las armas. Luego nos da unos bolsos y paquetes de chucherías para llevar. Al final, nos vemos exactamente como los refugiados que huían de los rebeldes.

Mockingjay Los Juegos del Hambre Suzanne Collins

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—Nunca subestimes el poder de un estilista brillante —dice Peeta. Es difícil de decir, pero creo que en realidad Tigris podría haberse ruborizado bajo sus rayas.

No hay ninguna actualización útil en la televisión, pero el callejón parece tan atestado de refugiados como la mañana anterior. Nuestro plan es entrar en la multitud en tres grupos. En primer lugar, Cressida y Pollux, que actuarán como guías, manteniéndose a una distancia prudencial de nosotros. A continuación, Gale y yo, con la intención de posicionarnos entre los refugiados asignados a la mansión hoy día. Luego Peeta, que se arrastrará detrás de nosotros, preparado para crear una perturbación, si fuera necesario.

Tigris observa a través de las persianas esperando el momento perfecto, descorre el pestillo de la puerta, y asiente con la cabeza a Cressida y Pollux.

—Tengan cuidado —dice Cressida, y desaparecen.

Vamos a estar siguiéndolos en un minuto. Saco la llave, abro las esposas de Peeta, y las meto en el bolsillo. Él se frota las muñecas. Flexionándolas. Siento una especie de desesperación levantándose en mí. Es como si estuviera de vuelta en el Quarter Quell, con Beetee dándonos a Johanna y a mí esa bobina de alambre.

—Oye —le digo—. No hagas nada estúpido.

—No, ese es el último recurso. Completamente —dice él.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, siento sus brazos vacilar antes de que me abrace. No tan estable como alguna vez lo fue, pero aun así cálido y fuerte. Miles de momentos surgen a través de mí. Todas las veces que estos brazos fueron mi único refugio del mundo exterior. Tal vez no los aprecié por completo en ese entonces, pero es tan dulce en mi memoria, y ahora se han ido para siempre.

—Muy bien, entonces.

—Ya es hora —dice Tigris. Yo beso su mejilla, abrocho mi capa de capucha roja, coloco mi bufanda sobre mi nariz, y sigo a Gale afuera dentro del frígido aire.

Cortantes, helados copos de nieve muerden mi piel expuesta. El creciente sol está tratando de romper a

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