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La Paz Y La Vida


Enviado por   •  1 de Noviembre de 2012  •  602 Palabras (3 Páginas)  •  412 Visitas

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LO TENGO CLARO. Lo tengo clarísimo. Yo no soy un Minotauro, menos aún el Minotauro. Yo sólo me Presto al juego, a hacer de, a Pretender. Soy, ahora mismo, sobre este escenario, un burócrata cualquiera, un impostor. Todos aquí aparentamos. No le tengo miedo a Teseo Porque sé, Porque me consta, que Teseo es un imbécil, un imbécil como yo, vivas estampas de la imbecilidad humana que nos Prestamos a este juego sagrado. Pero nada es sagrado ya. ¡Y a mí qué que lo haya sido hace miles de años! A mí me da igual. A nadie aquí le consta lo que sucedió hace miles de años. En cambio, a mí sí me consta que yo no soy lo que parezco, que no soy el Minotauro y que esto no es un laberinto. Esto es un teatro. Qué laberinto ni qué ocho cuartos. Es el silencio de esta soledad lo que nos cerca. Y a mí la soledad ya no me la quita nadie. Ni Teseo. Ni que Teseo fuera de veras Teseo, el del mito. Qué va. Si hasta aquí no llega Teseo. Más de una vez me he visto en la necesidad de ir a buscarlo yo a él, y lo encontraba en un mar de lágrimas. Al ver que lloraba, me daba media vuelta y lo dejaba solo. No me encontrará, pensaba. No dará nunca con la salida. ¡ Y lo peor es que hay quien va por la vida como si hubiera encontrado la salida del laberinto! ¡Será posible! Pero lo es. Me consta que lo es. Y me consta, por cierto, por mi mismo. Porque lo he experimentado. Hasta hace muy poco andaba por ahí echándomela de Minotauro. Hasta mandé a imprimir tarjetas de presentación. Pero ya no me creo mi rol. Soy un impostor que repite la escena de un mito y cobra por ello un sueldo que le permite ir viviendo, y punto. Eso es todo cuanto he aprendido desde que caí en cuenta de que uno sólo representa un papel. Y que ese papel que representamos, sea el que sea, es un laberinto. Tal vez eso sea todo lo que hay que aprender.. y me tomó miles de años. Lo otro, lo que llamamos "Información", se lo pregunto a Ariadna, por ejemplo, que es una sabihonda. 0 voy al médico para que me dé un diagnóstico. Pero esas son certezas y el conocimiento, el conocimiento de uno mismo, es otra cosa. Algo que nos inquieta y nos hace cuidadosos, atentos, como los guardianes. Algo que nos hace dudar, diferir, retardar. Algo que, de repente, tras un largo olvido, nos parece que está a punto de . . . a punto ... y ahí es cuando nos desmembra, nos parte en trozos, miembro a miembro, nos saca los ojos y nos hace sentir inútiles, estériles, infortunados, miserables, vanos, necios, desgraciados. Entonces, llegados a ese estado de dulce desaliento, se escucha el canto lejano y penetrante de una cigarra. Y es que ha llegado el tiempo de ponemos a trabajar un instrumento que transmute en miel del deseo el desasosiego de haber entrevisto lo que somos. En mis tiempos a eso se le llamaba amor. Ahora, hoy mismo, me es igual cómo se le llame: sé que se trata de eso, de amor y Dios me libre de meterme con ese dios. Desde entonces, me ocupo de lo que me tengo que ocupar: mi máscara de toro, mi torso engrasado, y unos bluyines negros que me quedan un poco ajustados. Y paciencia, señores, mucha paciencia para esperar y esperar y esperar a que no llegue nadie.

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