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La Persona Y Sus Notas


Enviado por   •  18 de Junio de 2013  •  6.775 Palabras (28 Páginas)  •  280 Visitas

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Apuntes de Antropología Filosófica: “La Persona y sus notas”

1. La Persona

Habitualmente, los cursos de antropología se inician con la exposición de lo que es la naturaleza humana. Sin embargo, una nueva tendencia en Filosofía da preeminencia al término “persona” antes que el de “naturaleza humana”.

La diferencia está en que persona designa al singular. Digo “persona” y digo “Juan”, “María”, “Fulano o Zutano”. Persona significa el ser concreto que tiene inteligencia y, por tanto, libertad. Persona se refiere siempre a un individuo o ciudadano tal, con unas características específicas, con una biografía que está siendo escrita mientras está viviendo.

Naturaleza humana se refiere a lo común de toda una especie, en este caso: la especie humana. Es un término útil y no se dejará de usar, porque en todo momento debemos recurrir a aquello de común que tienen las personas entre sí. Respecto de esto, no podemos dejar de repasar las características que conforman la naturaleza humana:

Cuerpo y alma: unidos y compenetrados al punto de que no hay persona humana sin cuerpo (eso es un ánima) ni tampoco sin alma (eso es un cadáver). La estructura corpóreo espiritual es fundamental en la persona. Cada una de sus notas vienen dadas por ser alma encarnada o cuerpo animado.

El cuerpo implica una vida vegetativa y sensitiva. Toda persona posee la capacidad de nutrirse, desarrollarse y reproducirse. Además, tiene sentidos e impulsos sensitivos: tacto, olfato, gusto, oído y vista; sensorio común, imaginación, memoria y cogitativa; sentimientos (amor - odio, atracción - rechazo, miedo, vergüenza, alegría, entre otros); impulsos sensitivos (hambre, sed, sueño, cansancio, agitación, etc.).

El alma (vida espiritual), porque es simple e inmaterial, es principio de dos facultades: inteligencia y voluntad. Este salto, desde los conocimientos e impulsos sensitivos hacia las facultades espirituales está muy bien descrito en el siguiente párrafo:

“Nuestro antepasado de frente huidiza y largos brazos caza al bisonte en el páramo. Atraviesa corriendo un paisaje de olores y pistas. Arrastrado por el rastro, salta, corre, gira la cabeza, explora, husmea. La presa es la luz al fondo del túnel. Sólo existe esa atracción feroz y una sumisión sonámbula. Sólo sabe que la ansiedad se aplaca al seguir aquella dirección. No caza, se desahoga. No persigue un bisonte: corre por unos corredores visuales y olfativos que le excitan (...). No hay nada que pensar, porque aún no piensa. Su cerebro calcula y le impulsa. Está sujeto la tiranía del “Si A.. entonces B”.

A continuación, un salto increíble. Sin saber cómo, la oscura caverna de los resortes instintivos es iluminada desde dentro por la inteligencia. El bisonte ya no es luz irresistible al fondo del túnel, porque ahora el túnel tiene luz propia. Y con esa luz, el frío, el hambre y la sed ya no reciben respuestas forzadas por el estímulo externo, sino suavizadas por la libertad interna.

“La transfiguración ocurrió un misterioso día, cuando al ver el rastro detuvo la carrera, en vez de acelerarla y miró la huella. Aguantó impávido el empujón del estímulo. De una vez para todas se liberó del tiránico dinamismo del impulso. La huella era en cierto modo el bisonte: apareció el signo. Ahora era capaz de pensar en el bisonte sin tener en su olfato el olor, ni en sus ojos la imagen, ni siquiera era imprescindible tener el deseo del bisonte para pensar en él. Podía poseer al bisonte sin haberlo cazado. Y, además, indicárselo a sus compañeros.” (José Marina, Teoría de la Inteligencia Creadora).

La persona humana tiene capacidades que desbordan sus propias aspiraciones. Está inserta en un espacio y en un tiempo (nace y muere), pero eso no implica que no pueda pensar en otros tiempos y en otros lugares: todas las ciencias son posibles por la inteligencia. Trasciende sus propios límites: se equivoca, pero puede rectificar; sufre dolores, pero puede darles un sentido.

La persona humana es un quien, un alguien. No es una pieza más de la Naturaleza ni del mundo que la circunda. Es dueña de sí misma y se hace a sí misma, tomando del mundo y de la naturaleza lo que le haga falta para llegar a ser quien quiera ser.

La persona humana, ya lo dijimos, escribe su biografía. Única, personal e irrepetible. No podrá existir jamás otra persona como yo. Podrán haber parecidos o coincidencias, pero nunca igualdades. Cada persona es única. Cada persona es cada persona. Por eso no caben los esquemas, ni las tipologías absolutas.

Finalmente, podemos enumerar las notas características de la persona:

Intimidad

Manifestación

Diálogo

Libertad

Amor – donación de sí

2. La intimidad.

Desarrollo de la personalidad y de las facultades intelectuales y morales.

La intimidad no es fácil de definir. Es el dentro, el mundo interior que cada persona desarrolla espontáneamente. Por su inteligencia libre, todo lo que hace y todo lo que ocurre a su alrededor deja huellas en ella. Huellas más o menos profundas, positivas o negativas, pero que conforman ese dentro. Es decir, la intimidad se constituye desde algo que viene dado (genes, temperamento, medio ambiente, educación, etc.) y por aquello que nos sucede y de lo que somos actores, y no meros actores: protagonistas.

Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: lo más propio. De hecho, todas las personas protegen su intimidad naturalmente y cualquier intromisión ajena produce vergüenza. La virtud del resguardo de la intimidad es el pudor.

La intimidad es algo vivo, crece o decrece, se desarrolla, cambia. Es natural ver a las personas madurar, tener un modo de ver las cosas, desarrollar una personalidad definida. Surge de esta intimidad toda la creación propia, las ilusiones, la innovación, la energía que lleva a vivir cada día como si fuera único.

Las distintas intimidades pueden ser más ricas o más pobres y todo depende del cultivo personal. Hay modos de compartir la intimidad con otros y dejar que otras intimidades enriquezcan la mía. De hecho, además, debo lograr mi identidad personal: saber quién soy y cuáles son mis características propias. Cerrar la intimidad o enmascararla puede llevar a una frustración, porque no estamos hechos para ser otros. La autenticidad con que vivimos es reflejo de la riqueza de nuestra intimidad. La persona que imita, que se deja llevar por la masa, que no tiene una identidad propia es una persona pobre en intimidad, porque carece de algo propio, de algo que la haga ser tal persona y no un monigote de la moda o de las tendencias mundiales.

Enriquecer la propia intimidad implica desarrollar todas nuestras facultades. Desde el cuerpo hasta lo más espiritual. Resulta importante, por ejemplo, estar sanos íntimamente y muchas veces esto dependerá del cuerpo: un justo descanso, ejercicio físico, dominio de las propias debilidades, etc. También debemos enriquecer nuestra sensibilidad, lo que no significa ser sensibleros. Es muy importante saber apreciar la Belleza que es la Verdad y el Bien visibles. Apreciar la Naturaleza, las obras de arte humanas, la belleza de otras personas. Desarrollar la imaginación y la memoria es también enriquecer la intimidad: dominarlas y activarlas según sea preciso.

Ahora bien, es el alma el principio de vida y el principio supremo de nuestra intimidad. El alma nos ha sido dada en blanco y cada cual debe imprimir en ella una biografía. Conocimientos y amores hacen del alma un alma más grande. Por esto, es tan importante conocernos a nosotros mismos en primer lugar. Saber cómo funcionamos.

El cultivo intelectual es imprescindible: saber acerca del mundo que nos rodea, en distintas especialidades, pero saber. Desarrollar el lenguaje, vehículo del pensamiento, es clave para el cultivo personal. Leer, conversar, informarse. Hoy, las comunicaciones nos permiten estar mucho más cerca de este ideal de cultivo personal. Profundizar en las Bellas Artes, tener intereses científicos y/o humanistas, desarrollar una actividad que me guste mucho... son todas piezas del enriquecimiento de la intimidad.

Pero, principalmente, nuestra intimidad crece con el desarrollo moral. Esto es, con la adquisición de virtudes. Hábitos que nos disponen a hacer las cosas de un modo bueno. Cada virtud va calando en lo profundo de la intimidad y va transformando a la persona en un alguien mucho más rico espiritualmente.

Las virtudes, dice Ayllon, son estrategia de repetición. Ponerse una vez y otra a actuar de un modo hasta que se nos hace costumbre.

3. La manifestación.

Dignidad del cuerpo. Desarrollo de la expresión personal.

Manifestar la intimidad es la segunda nota de la persona. Cada persona se manifiesta necesariamente a las demás. No manifestarse es signo de enfermedad (autismo, por ejemplo). Nos manifestamos con el cuerpo a través de gestos, movimientos, actitudes, pero, sobre todo, con el lenguaje.

Parte de este manifestarse es el vestido. El cuerpo tiene una dignidad infinita conferida por ser el cuerpo de una persona. Sin embargo, nuestro cuerpo oculta en cierto modo al alma, deja nuestra intimidad cubierta por la materialidad. Surge, entonces, espontáneamente la necesidad de cubrir el cuerpo para manifestar el alma. Somos nuestro cuerpo y justamente por eso lo dominamos. Nos vestimos también para proteger la intimidad que nuestro mismo cuerpo es. El vestido me distingue, salgo del anonimato. Por esto, hablar de moda y estilo no es superfluo, porque son temas ligados directamente con esta dimensión de la persona.

Por su parte, es muy importante la expresión corporal y oral. El modo de actuar, de caminar, de estar sentada una persona en un lugar indican la propia intimidad, manifiestan quién se es. Así es como tenemos diferentes tácticas de manifestación: unas veces queremos atraer la atención y manejamos el cuerpo y las manos de un modo específico. Otras, queremos pasar desapercibidos y dejamos toda manifestación en el límite de lo mínimo indispensable.

El lenguaje, por su parte, es muestra radical de mi intimidad: al hablar manifiesto mi origen, mi nación, mi cultura, mis aspiraciones, mis gustos. Hablar es dar lo que tengo dentro. De manera que perfeccionar mi modo de hablar ayuda a perfeccionar el modo en que entrego lo que llevo dentro.

4. EL diálogo y la comunicación.

Importancia de las relaciones interpersonales.

Hemos hablado del manifestarse, pero es imprescindible agregar el tú. No hay manifestación si no hay espectador y por esto surge inmediatamente el tema del diálogo: hablar entre dos o más, comunicarse, decir, preguntar y responder y saberse escuchado, comprendido y aceptado.

La comunicación es fundamento donde se erige la sociedad. Por la comunicación subsiste la familia, los grupos sociales, los clubes, las empresas, las naciones. Comunicarse implica hablar o manifestarse, en primer término, y, en segundo, escuchar y comprender lo que otros me manifiestan. No hay comunicación sin comprensión. Y esto no sólo en el terreno del lenguaje, donde surgen las dificultades de idioma y vocabulario, sino, mucho más allá, para comprender a otro, debo ponerme en su lugar, asumir como propio lo que es suyo. No puedo comprender a fondo el dolor si no me atrevo a sentir dolor. No puedo comunicar mi dolor si el tú hacia el cual me comunico no sabe lo que es el dolor (independiente de que lo haya o no sentido alguna vez).

La comunicación exige lo que podemos llamar un “suelo común”: una base en la que estemos de acuerdo (idioma, significado de las palabras o de los gestos, ciertos principios básicos). Sin suelo común, se cae en el diálogo de sordos. La falta de comunicación destruye las relaciones y esto no es una frase tipo, sino una realidad. El que no se comunica, porque no da o porque no recibe, se aísla, rompe el lazo que lo ata a otros.

Las relaciones entre las personas implican la comunicación o el diálogo. La relación crece en la medida en que hay mayor comunicación. Las relaciones interpersonales son fundamento de la sociedad. Pero además son fundamento de nuestra propia vida. Nos hacemos a nosotros mismos en la medida en que nos relacionamos con otros y además, hacemos la cultura, construimos el mundo en que vivimos.

La persona (cada persona en su ámbito particular) está abierta a un afuera: el mundo y las personas. Como ya se dijo, la persona no es una pieza más del mundo, sino que se distingue de él. De manera que es necesario distinguir la relación que se establece entre persona y mundo y las relaciones interpersonales.

Las relaciones interpersonales son el verdadero escenario de la existencia humana y por eso constituyen uno de los núcleos fundamentales de la antropología. Lo propiamente humano es manifestar la creatividad de nuestra intimidad, dialogar y dar. Surge la pregunta: ¿qué sucedería si no hubiese otro alguien que nos reconociera, nos escuchara y aceptara el diálogo y el don que le ofrecemos? La soledad completa lleva a la persona al fracaso más completo. Es una evidencia histórica la necesidad que cada persona tiene de otras personas: necesita incorporarse a un grupo, tomar esas costumbres, hablar como los demás y sentirse aceptada, sin deterioro de su propia personalidad. En efecto, si vemos a un hombre en la calle hablando incongruencias y violando las leyes del tránsito, por ejemplo, no nos cabe duda de que se trata de un demente. Al menos, no es una persona sana.

Para comprender mejor la naturaleza de las relaciones entre las personas, es necesario entender muy bien primero qué es la libertad y qué es el amor.

5. La libertad

Qué es y cómo se ejerce.

Dar definiciones no es la especialidad de la filosofía, al menos en nuestros tiempos revueltos donde una definición puede ser muy mal interpretada. Que la libertad es una capacidad humana, no cabe duda. Facultad de elegir, porque somos inteligentes y tenemos voluntad, pero no se trata de la mera elección, porque eso es el llamado libre albedrío, paso previo a la libertad en su perfección.

Dentro de nuestros límites, la vida se va conformando por miles de elecciones entre una infinitud de posibilidades y al escoger una, me quedo sin las demás, pero eso no me quita libertad, por el contrario, me hace más libre, puesto que he ejecutado la elección.

Ejercer la libertad es ejercer la voluntad, de manera que nos detendremos primero en el uso de la voluntad, para comprender mejor qué es esta misteriosa, mágica y superatractiva palabrita “libertad”.

Ricardo Yepes nos habla de cinco modos de querer:

1) El deseo: tendencia o inclinación hacia un bien captado como tal por la inteligencia.

2) La elección voluntaria de rechazo o aprobación de un acto pasado.

3) La elección voluntaria de un acto futuro: dominio o poder.

4) La voluntad creadora que me impulsa a efectuar cosas materiales o actos inmateriales.

5) El amor o benevolencia: reconocimiento y afirmación de una realidad por lo que en sí

misma es y vale.

Estos usos no se dan por separado en la práctica, por el contrario se entrelazan y generalmente se dan todos unidos. Pensar que el hombre actúa sólo por deseos (visión determinista del psicoanálisis, por ejemplo) o únicamente por amor o por mera voluntad de poder (como lo pensara Nietzsche) es pensar un hombre trunco, incompleto.

La libertad es una de las notas definitorias de la persona. Permite al hombre alcanzar su máxima grandeza, pero también su mayor degradación. El hombre es libre desde lo más profundo de su ser, no se puede ser realmente humano si no se es libre de verdad.

Podemos distinguir cuatro planos de la libertad:

1. Libertad constitutiva

2. Libertad de elección

3. Realización de la libertad

4. Libertad social

En primer lugar, se habla de libertad constitutiva (o fundamental) para designar el ser libre de toda persona. Independiente de que se ejerza o no, toda persona humana es libre y esto se fundamenta en las notas ya vistas de la persona: su intimidad, su apertura y su capacidad de diálogo. Cada persona es libre, porque se autoposee, porque es dueña de su propio ser.

No podemos hacer una abstracción ridícula de este plano y considerar que el hombre es meramente libre, es decir, que no tiene barreras. Cada persona tiene condiciones que no quitan libertad, sino que dan lugar a que la libertad pueda ejercitarse. De otro modo, ser libre de todo sería como estar en el vacío: nada. Las condiciones propias de toda persona están dadas primero por una síntesis pasiva de elementos biológicos, genéticos, cognitivos, afectivos, educacionales y culturales. Además, tenemos condiciones de vida activa: lugar, tiempo, personas que nos rodean, principios o normas asumidas libremente que son aquella verdad que fundamenta nuestro existir.

Respecto de la elección es importante distinguir que:

- No siempre podremos elegir lo que más nos gusta.

- Elegir implica el riesgo de la equivocación y también la pérdida de otras posibilidades.

- La repetición de ciertas elecciones nos habitúan a escoger de un modo determinado, nos creamos un hábito que puede hacernos mejores o peores.

El libre albedrío es una parte de la libertad que nos permite realizar esta capacidad nuestra, pero la realización no es plena si no se considera que no somos libres simplemente para escoger esto o aquello, sino, mucho más allá, para realizar nuestra propia vida, para escribir la biografía de la que ya hemos hablado, para configurar nuestra identidad personal. Cada decisión va diseñando nuestra propia existencia. Llegamos así al tercer plano de la libertad: la realización de ésta a lo largo de la propia vida. Al diseño y realización de ese conjunto de decisiones, preferencias y postergaciones se le llama proyecto vital.

La persona está siempre mirando hacia delante, hacia el futuro. Siempre proyecta su vida, lo que hará y lo que será de ella. Vivir es realizar la libertad minuto a minuto.

Es imprescindible plantearse el hacia dónde del proyecto: la finalidad. Siempre tendremos una meta a largo y a corto plazo. Aspirar a lo verdaderamente importante es ser MAGNÁNIMO: tener un alma grande, llena de ilusiones y de metas valiosísimas. La tercera dimensión de la libertad consiste entonces en ejercer la capacidad de alcanzar la realización personal que nos hayamos propuesto.

Finalmente, podemos hablar de la libertad social, en tanto un grupo de personas también puede proponerse metas y buscar el modo de realizarlas: familias, sociedades, instituciones, etc. Dentro de la sociedad, cada persona ejecuta un rol, desempeña un papel y de acuerdo a la efectividad con que alcance tal realización individual, coopera a la ejecución de la libertad social y de su propia libertad individual.

Muy ligado a la libertad, está el tema de la responsabilidad, es decir, la capacidad de responder por mis propias acciones. Sólo aquel que se autoposee puede responder por lo que hace. Solamente la persona que es dueña de sus actos será capaz de hacerse dueña de las consecuencias de tales actos.

6. El amor

Se trata de una palabra quizá muy manoseada. Suena a novela rosa o a película de romances. Pero hay que considerar con seriedad qué es el amor.

Acto de la voluntad. El acto más perfecto de la libertad humana, porque es el acto por el que escogemos querer algo que vale por sí mismo y es por ese valor intrínseco por lo que lo amamos.

Amar no es sentir que se ama. Ya se dijo que el amor es un acto y el sentimiento es algo pasivo, algo que nos pasa, pero que no determinamos desde nosotros mismos. El amor, propiamente hablando, es un acto que surge desde mi propia intimidad, es algo que puedo manejar, a diferencia del sentimiento que no puede determinar cuándo viene y cuándo se va. Amar es querer amar, es autodeterminarse al ser amado.

Respecto de los sentimientos, podemos decir que se trata de una tercera raíz del comportamiento humano que no se identifica con el conocer, ni con el libre querer, sino con una difusa sensación de agrado o desagrado que impregna todo lo que conocemos y hacemos. Es por los sentimientos que nos sentimos alegres o tristes, deprimidos o animosos, y su tonalidad es definitiva para nosotros. La interioridad humana no está deshabitada. Los deseos, una tropa difícil de gobernar, ocupan el territorio sin pedir permiso. Nos mueven y conmueven desde dentro: por eso los llamamos emociones (del latín motus: movimiento) o pasiones (del latín passio: padecer o ser afectado). En todo momento nos acompañan, nos templan o destemplan. En forma de deseo, esperanza o temor, están en el origen de muchas de nuestras acciones. Siempre soñamos con un sentimiento lejano y perfecto: la felicidad.

Aunque no surgen de la nada, los sentimientos aparecen cuando y como quieren, disimulando su origen. Cuando el deseo sentimental se ofusca y se concentra en un solo objetivo, nos encontramos con una pasión hipertrofiada (y no son casos excepcionales).

Esa concentración de la atención se vive como ceguera para todo lo demás. Dejar la hegemonía al puro sentimiento es realmente peligroso. Don Quijote, Macbeth, Calisto, Baltasar Bux.... son personajes que se dejaron llevar por la pasión al punto de perder la cabeza.

Los sentimientos no son malos en sí. Por el contrario pueden ser nuestros mejores aliados. Una mujer, un niño, un hombre de la calle nunca ven a los demás como cuerpos neutros, sino como personas con una riqueza subjetiva que se capta mediante los afectos. El conocimiento de los demás está siempre coloreado por los sentimientos: aprecio o desprecio, amistad o indiferencia, admiración o envidia. Los sentimientos ponen la primera nota de cualquier relación interpersonal: algo nos atrae de otra persona, cierta belleza en su caminar, en su modo de hablar, en su vestido, en lo que me han dicho de ella... el corazón se inclina ante esa persona. Pero quedarse en este primer escalón de mera inclinación sería quedarse en una ilusión pasajera. El que se entrega sólo a la belleza sensible cae en una trampa. Desear no es amar; en rigor, no es amado quien es

Resulta importante destacar que el amor se dirige siempre a personas, porque los objetos inanimados o los seres vivos inconscientes no pueden responder al amor, no pueden ser amados en sí mismos o por sí mismos. La persona es, en cambio, un fin en sí, alguien por quien vale la pena darlo todo, porque su riqueza es infinita. Respecto de los seres no personales, podremos sentir afecto, pero nunca nos autodeterminaremos a dar nuestra propia intimidad a esas cosas. Ya se ha dicho que la intimidad sólo se entrega a otra intimidad y sólo en el caso de que haya un diálogo, una cierta garantía de comprensión, recepción y acogida.

Puede resultar útil distinguir la tendencia hacia otro en un plano irracional o meramente natural, tal como todo objeto tiende a su perfección (la piedra tiende a caer, la flor tiende a abrirse al sol, etc.), de una tendencia racional que implica conocer aquello hacia lo que se tiende.

Dentro del modelo racional, podemos quedarnos en un nivel meramente sensible o elevarnos a lo voluntario y, dentro de lo voluntario, podemos desear, aprobar o rechazar, dominar, crear o amar.

En el nivel voluntario, los tipos que se distinguen se dan simultáneamente, pero dentro del acto de amar, podemos distinguir la elección, el deseo y la benevolencia. Primero, porque amar es elegir al amado. Quizá no como se elige una blusa entre muchas blusas, sino como quien decide desde su interior dar a éste algo propio: mi amor. Luego, tal elección se puede ver motivada por un mero deseo o concupiscencia, porque éste me da cierto placer, porque me hace un bien, porque me acompaña. Pero el nivel más alto es la elección por benevolencia, porque deseo el bien del otro, porque me doy al que amo, incluso si ese darme implica dolor y sacrificio. El amor más propio es, entonces, la elección por benevolencia: la afirmación del otro en su valor único, porque vale en sí. “Qué bueno que existas”, dice Piepper para graficar lo que significa el amor de benevolencia.

Dentro del amor, encontramos una clase de amor muy singular que es la amistad. Acto que implica tres aspectos:

benevolencia

reciprocidad

diálogo

La amistad surge de algo común descubierto entre dos personas. No es raro que muchas veces las amistades hayan comenzado con frases como: “¡Ah, tú también!”. Eso común lleva a compartir todo lo demás que llevamos dentro y a comunicar lo que no hay de común para enriquecer al otro y recibir, recíprocamente, un enriquecimiento desde el otro. En este querer el bien del otro y saberse querido por el otro es central el diálogo. El amigo es como otro yo y la comunicación entre ambos es casi perfecta, porque todo lo que él me dice yo lo capto en mis coordenadas y viceversa.

La amistad, además, necesita tiempo. No surge inmediatamente, sino que crece poco a poco, día a día, después de haber hecho muchas cosas juntos, después de haber compartido muchas experiencias y de haber conversado acerca de muchos aspectos de nuestras vidas. La amistad no puede forzarse. Pero esto no significa que se la deba esperar pasivamente. Podemos provocar amistad, descubriendo lo que hay de común con otras personas y luego podemos trabajar la amistad, otorgándole el tiempo oportuno y necesario. En todo trato de amistad, es imprescindible la actividad, el estar atento a lo que el otro pueda requerir. Si no estamos activos, la amistad decae y puede llegar a morir.

Así, el amor se manifiesta como amistad, como afecto, como eros, como familia. Pero siempre significa la elección libre del bien para otro. Y con el amor tenemos ya las notas de la persona: desde su dentro, la intimidad, hacia fuera, la manifestación, la persona es libre, capaz de dialogar y amar.

La Dignidad de la Persona

¿Qué significa el que el hombre posea una dignidad?

¿Cuál es el fundamento de esa dignidad humana?

¿Qué exigencias plantea la dignidad humana dentro de la vida social?

Estas son algunas de las preguntas que hemos de plantearnos al tratar el tema de la dignidad humana. Además, hemos de considerar que no sólo es un “tema” sobre el cual reflexionar, sino que es la verdad más profunda del hombre y de la sociedad. En el respeto y defensa que se haga de la dignidad humana, se fragua la vivencia de una vida verdaderamente humana, indispensable para el perfeccionamiento de las personas y por ende de la sociedad.

La dignidad consiste en la posición de superioridad que posee el hombre frente al resto de los seres creados. Esta superioridad radica en la racionalidad del ser humano.

Lo que diferencia al hombre del resto del mundo corpóreo y dentro del reino animal, es su racionalidad.

La persona humana ha sido definida por Boecio como: “Substancia individual de naturaleza racional.” Lo específico del ser humano radica en el poseer una inteligencia que le posibilita el conocer la verdad, y una voluntad que lo lleva a amar el bien, con ello el hombre es un ser libre. Esta condición del ser humano, lo coloca por encima de los seres determinados e irracionales.

Todos los hombres de todos los tiempos, han sido, son y serán personas dignas, desde el momento de su concepción hasta el de su muerte. Además esta dignidad es irrenunciable e inviolable. El hombre no puede renunciar ni verse forzado a negar lo que es, el valor incalculable que posee.

La dignidad del ser humano deriva del hecho de ser persona, por lo tanto todas las personas tienen la misma dignidad, es una condición ONTOLÓGICA. No Es la raza, la posición económica, el trabajo que se desarrolla, la belleza física, la edad, la salud, lo que determina la dignidad de la persona y las consecuentes exigencias, sino el hecho mismo de ser una persona.

Este punto adquiere especial relevancia cuando constatamos situaciones en donde la persona se ve anulada por no tener los atributos exigidos por la moda en una sociedad, cuando en el trabajo se subordina a la persona frente al capital, cuando se niega la vida porque, al no tener salud, se considera de poco valor o cuando no se reconoce la dignidad de la persona en estado fetal.

Todos estos ejemplos de la sociedad contemporánea nos muestran lo lejos que estamos de un verdadero respeto y promoción de la dignidad humana.

“Hay que considerar íntegramente y hasta sus últimas consecuencias, al hombre como valor particular y autónomo, como sujeto portador de la trascendencia de la persona. Hay que afirmar al hombre por él mismo, y no, por ningún otro motivo o razón: únicamente por él mismo. Más aún, hay que amar al hombre porque es hombre, hay que reivindicar el amor por el hombre en razón de la particular dignidad que posee.”

Todos los seres humanos somos dignos ontológicamente, sin embargo, tenemos la tarea de comportarnos como lo que somos, es decir, de ser dignos también en el plano operativo. Esta congruencia está encuadrada por la ley natural y no por meros criterios subjetivos. Todas las personas somos dignas, pero no todas nos comportamos con dignidad. Este es el desafío y la grandeza del hombre, comportarse como lo que está llamado a ser.

De la dignidad de la persona derivan unos derechos y unos deberes naturales. " Estos derechos y deberes están inscritos en la naturaleza humana y como tales, son anteriores a las leyes civiles. Se puede decir que son para la persona una exigencia y una responsabilidad y para la sociedad también, ya que está formada por personas. Lo anterior implica que la dignidad de la persona debe estar tutelada en los diversos terrenos de la existencia.

Todas las dimensiones de la existencia humana son dignas y exigen un respeto acorde con esa dignidad

La vida, el trabajo, la economía, la religiosidad, el descanso, la información, la educación, la cultura, la recreación, la política, la familia, los hijos, y todos los campos en donde se desarrolla la vida de la persona, implican unos derechos y unos deberes esenciales, universales, irrenunciables e inalienables.

Resulta especialmente el señalar que la dignidad de la persona dentro de la dignidad humana, implica que el principio, la medida y el fin de la vida social, es la persona humana. La persona es el agente de la vida social y el bien de las personas es lo que constituye propiamente el bien común.

¿Qué es un principio?

En sentido ético o moral llamamos principio a aquel juicio práctico que deriva inmediatamente de la aceptación de un valor. Del valor más básico (el valor de toda vida humana, de todo ser humano, es decir, su dignidad humana), se deriva el principio primero y fundamental en el que se basan todos los demás: la actitud de respeto que merece por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, es decir, por su dignidad humana.

Vamos a examinar a continuación este valor fundamental (la dignidad humana), el principio ético primordial que de él deriva (el respeto a todo ser humano), y algunos otros principios básicos.

Principio de Respeto

«En toda acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno - a ti mismo y a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona»

Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser humano. El valor de los seres humanos difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen un valor de intercambio. Son reemplazables. Los seres humanos, en cambio, tienen valor ilimitado puesto que, como sujetos dotados de identidad y capaces de elegir, son únicos e irreemplazables.

El respeto al que se refiere este principio no es la misma cosa que se significa cuando uno dice “Ciertamente yo respeto a esta persona”, o “Tienes que hacerte merecedor de mi respeto”. Estas son formas especiales de respeto, similares a la admiración. El principio de respeto supone un respeto general que se debe a todas las personas.

Dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de efectuar elecciones, deben ser tratados como fines, y no únicamente como meros medios. En otras palabras: los hombre no deben ser utilizados y tratados como objetos. Las cosas pueden manipularse y usarse, pero la capacidad de elegir propia de un ser humano debe ser respetada.

Un criterio fácil que puede usarse para determinar si uno está tratando a alguien con respeto consiste en considerar si la acción que va a realizar es reversible. Es decir: ¿querrías que alguien te hiciera a ti la misma cosa que tu vas a hacer a otro? Esta es la idea fundamental contenida en la Regla de Oro: «trata a los otros tal como querrías que ellos te trataran a ti

Principio de Solidaridad.

La solidaridad es un principio rector de la vida social.

Tiene como fundamento la igualdad de origen, naturaleza y fin de los seres humanos. Este principio implica:

 El reconocimiento de las demás personas como seres humanos, siendo conscientes de la igualdad de dignidad que a todos corresponde.

 La recíproca unión que deriva del ser personas.

 La recíproca responsabilidad y obligación que plantea la convivencia con las personas.

 Tener como fundamento la verdad de las personas, es decir, responder a los requerimientos auténticos de la naturaleza humana.

La solidaridad supone, además de la cooperación, la unión moral de las personas y todo ello enmarcado por la justicia. La acción solidaria no puede ser un mero activismo externo, ser solidario significa reconocer en el otro a una persona igual que mí mismo. Tiene su origen en la persona y no solo en la acción de la persona, de tal manera que si se “ayuda” mucho a los demás pero no se les reconoce anticipadamente como personas, no existiría un elemento fundamental de la acción solidaria. Además tampoco existiría un comportamiento que no va conforme con la naturaleza humana. (De ser así, la mafia sería el mejor ejemplo de solidaridad que se pudiera encontrar).

La solidaridad explica la acción conjunta de participar todos los miembros de la sociedad, en la consecución del bien común. “El principio de solidaridad representa la unión de la acción humana a través de la participación de todos los miembros de la sociedad en la tarea del conjunto que será lo que alcance el fin de la sociedad, y, por tanto, el bien personal”.

Las relaciones sociales que se dan dentro del marco de la solidaridad tienen como punto de partida a las personas ubicadas en un plano de igualdad (a diferencia de las relaciones conforme al principio de subsidiariedad). Se trata en este caso de personas que cooperan con otras personas, conforme a las aptitudes particulares, para la obtención del bien común.

Algunas personas piensan que la solidaridad es un “gusto” de “personas buenas”, para aquellas que tienen un carácter especial de disposición en tareas asistenciales. Es importante señalar el que la solidaridad es fundamentalmente una exigencia humana que no depende de: personalidades, criterios altruistas, religiosos o políticos, sino que deriva de la dignidad de la persona y de la exigencia humana de buscar el bien de todo el hombre y de cada hombre con quien se convive.

Sin relaciones de solidaridad no es posible alcanzar el bien común dentro de la sociedad ni por lo tanto, lograr una convivencia pacífica, ordenada y justa, acorde con la dignidad humana. La oportunidad que significa para el hombre el vivir en sociedad, debe de ir acompañada del esfuerzo recto y serio de vivir la solidaridad, como una de las maneras de ser consecuente con la grandeza de ser una persona y vivir en sociedad.

La solidaridad es una tarea y una responsabilidad para cada una de las personas que vivimos en sociedad.

Principio del Bien Común

Las Personas vivimos en sociedad, y dentro de esa convivencia, aquello que nos unifica y orienta es el bien común. El bien común es la causa final de la sociedad y por ello la persona se ordena al bien común. A la vez, la sociedad se ordena a la persona porque no hay auténtico bien común si no va conforme a las exigencias de la persona humana.

Este principio se puede definir como: “un conjunto de condiciones materiales y espirituales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección.” El bien común consiste en todas aquellas condiciones que necesita la persona, y no sólo las materiales, que permitan a todos y cada uno de los ciudadanos, el desarrollo expedito y pleno, esto es, el que las personas tengan la oportunidad de ser íntegramente personas dentro de la vida social conforme a las exigencias que plantea el hecho de que la sociedad esté formada por personas que tienen unas exigencias intrínsecas.

Conviene señalar algunas consideraciones con respecto al bien común:

 El bien común es, antes que nada, un bien. Esto significa que no puede hacerse una separación entre el verdadero bien común y el bien moral de las personas. El bien común no es sólo una categoría cuantitativa, sino que es fundamentalmente una realidad moral. Si se pretende imponer dentro de una sociedad, medidas aparentemente justificadas por un “bien común”, pero que vayan en contra de la dignidad y exigencias de las personas, lo único que existirá será un mal común.

 El bien común se distingue del bien particular porque se caracteriza por ser participable y participado por todas las personas. No todos los bienes son participables por todas las personas. Tener un alto coeficiente intelectual es un bien del que no todas las personas participan, lo mismo podría decirse de la belleza física, de aptitudes y habilidades. Sin embargo, el bien común hace referencia específica a aquellos bienes que son universales y más esenciales para la persona humana. Estos bienes son tanto de carácter material como espiritual. Todas las personas necesitamos comer, vestirnos, educarnos, practicar una religión, descansar.

En este sentido puede afirmarse que el bien común no es la suma de bienes individuales o particulares porque la suma de estos bienes no implica:

 Que estos bienes son participables y participados por todos los hombres que forman una sociedad.

 Que todas y cada una de las personas tengan lo que necesiten para satisfacer sus necesidades.

 Que se abarque a todo el hombre y no sólo a una dimensión del mismo.

 Porque la suma de bienes no los hace comunes ni accesibles para todos los hombres.

 El bien común exige que todos los miembros de una sociedad participen en su obtención según las condiciones y posibilidades con que cuente cada individuo.

 Siendo el bien común la causa final de todas las sociedades, resulta que el contenido histórico del bien común varía de sociedad en sociedad. Esto no quiere decir que se modifica su esencia en tanto que bien común, sino que las exigencias de una sociedad son diferentes de la otra en cuanto a contenidos concretos, no en cuanto a su moralidad.

“Tres principios fundamentan y salvaguardan la dignidad o superioridad de la persona frente a la colectividad:

En primer lugar, sólo la persona individual es substancia (lo que existe por sí) mientras que la sociedad es una unidad real, relación y de orden dependiendo de la persona. En otras palabras, la sociedad se da en tanto en cuanto existe una unión moral o intencional entre las personas y no antes.

En segundo lugar, la primacía del bien común sobre el bien particular vale sólo en la medida en que el hombre es miembro de una determinada estructura social. En otras palabras, al hombre no se le puede ver sólo como trabajador o determinado por su relación con la empresa como si fuera única y exclusivamente miembro del equipo o empresa total o únicamente como ciudadano -Estado total-, porque la persona humana es del Estado en todo lo que es y posee.

En tercer lugar, tenemos que decir que el principal sentido de toda sociabilidad es la plenitud de la personalidad humana.

“En definitiva la sociedad sólo está y existe en servicio de la persona, ya que sólo el ser espiritual ha sido querido en el plan del mundo por sí mismo y todo lo demás por él. En otras palabras, el hombre es pináculo del cosmos corpóreo espiritual que debe ser dominado por el hombre y estar al servicio del hombre. La sociedad es un medio natural del cual el hombre puede y debe servirse para conseguir su fin...

La anterior afirmación está estrechamente relacionada con el señalamiento de que la sociedad tiene su propio fin, que es el bien común, sin olvidar la primacía de la persona. El bien común puede exigir que algunos bienes particulares se le subordinen. Y es pertinente el hacer énfasis en el término subordinación, ya que, como se expuso anteriormente, no puede hablarse de anulación ni destrucción de los bienes particulares. Un ejemplo de lo anterior puede ser el sistema de impuestos vigentes en una sociedad. La propiedad privada se ve ordenada a una función social. Si esa ordenación destruye a la propiedad privada, no puede hablarse de un legítimo bien común, pero si se trata de un recto ordenamiento, que no anula sino regula subordinando un bien particular al legítimo bien común, se trata de algo válido y deseable. La persona es capaz no sólo de ver por sus intereses particulares sino también por los intereses y necesidades de los demás hombres; cuando el hombre vive conforme a ello, no solo no se degrada sino que vive en plenitud.

El bien común exige el respeto a la dignidad de la persona, la existencia de relaciones de solidaridad y la vivencia del principio de subsidiariedad. En otras palabras, el bien común requiere de un orden en la convivencia que posibilite su plena y expedita obtención.

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