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La Verdad


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2013  •  5.325 Palabras (22 Páginas)  •  232 Visitas

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SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO EXTRAMORAL1

Friedrich Nietzsche

En algún apartado rincón del universo diseminado en innumerables siste-mas solares llameantes, hubo en tiempos una estrella, donde astutos animales in-ventaron el conocimiento. Fue ése el más altivo y engañoso minuto de la “historia universal”: y, sin embargo, no fue más que un minuto. Después de pocos resuellos de la naturaleza, helose la estrella y los animales astutos hubieron de morir. —Podría alguien ingeniar así una fábula, y no habría ilustrado suficientemente, sin embargo, cuán lamentable, cuán sombrío y efímero, sin fines y arbitrariamente, se presenta el intelecto humano en medio de la naturaleza. Hubo eternidades en que no era; cuando haya desaparecido, nada se perderá. Pues no hay, para ese intelec-to, una misión que vaya más allá de la vida del hombre. Sino que sólo es humano, y sólo su poseedor y engendrador lo toma tan patéticamente, como si los quicios del mundo girasen en él. Pero si pudiésemos entendernos con el mosquito, adverti-ríamos entonces que también él discurre por el aire con este pathos y siente dentro de sí el centro alado de este mundo. Y nada hay en la naturaleza, por despreciable y escaso que parezca, que no se hinche como un odre por un pequeño soplo de esa fuerza del conocimiento; y como cualquier ganapán quiere tener su admirador, así el hombre más orgulloso, el filósofo, piensa que todos los ojos del universo, desde todas partes, están dirigidos telescópicamente hacia sus actos y su pensamiento.

Es curioso que el intelecto provoque esto, él, que no obstante sólo ha sido suplido como medio auxiliar de la más infeliz, delicada y perecedera criatura, para afirmarla por un minuto en la existencia, de la cual, por lo demás, sin ese suple-mento, tendría toda razón para esfumarse tan rápidamente como el hijo de Le-ssing. Se engaña, pues, ese orgullo, ligado al conocimiento y la sensación, ponien-do una niebla cegadora sobre los ojos y los sentidos de los hombres, acerca del valor de la existencia, pues lleva en sí la más lisonjera valoración del conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño —pero también los efectos más particu-lares llevan en sí algo de igual carácter.

El intelecto, como medio para la conservación del individuo, despliega sus principales fuerzas en la disimulación; pues ésta es el medio por el que se conser-van los individuos más débiles, menos robustos, a quienes les está vedado llevar a

1 “Über Wahrheit und Lüge im außermoralischen Sinn”, en: Friedrich Nietzsche, Werke in drei Bänden (ed. Schlechta), III, 309-322, München: Hanser, 1966.

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cabo la lucha por la existencia con cuernos y agudos colmillos de fiera. En el hom-bre, este arte de la disimulación llega a su cima; aquí la ilusión, la adulación, la mentira y el engaño, el hablar a las espaldas, el representar, el vivir de un brillo prestado, el enmascaramiento, la convención encubridora, el juego escénico ante los demás y ante sí mismo, en breve, el mariposeo constante en torno a la única lla-ma de la vanidad, son de tal modo la regla y la ley, que nada hay casi más inconce-bible entre los hombres como el surgimiento de un instinto puro y sincero de verdad. Ellos están hondamente sumergidos en ilusiones e imágenes oníricas, su ojo sólo resbala sobre la superficie de las cosas y ve no más que “formas”, su sensa-ción jamás los conduce a la verdad, sino que se contenta con recibir nuevos estímu-los o, en cierto modo, con jugar a palpar la espalda de las cosas. A más de esto, déjase el hombre mentir, todas las noches de su vida, en el sueño, sin que nunca trate de evitarlo su sentido moral; mientras que ha de haber hombres que, por una voluntad vigorosa, han dejado de roncar. ¡Qué sabe el hombre realmente de sí mismo! ¿Y podría percibirse una vez íntegramente tal cual es, como expuesto en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, aun acerca de su cuerpo, para retenerlo fuera de los repliegues de sus entra-ñas, del rápido torrente de su sangre, de las trepidaciones complejas de sus fibras, encerrado en una conciencia orgullosa y quimérica? La naturaleza arrojó la llave: y desdichada la curiosidad fatal que quisiera atisbar por el ojo de la cerradura bien lejos fuera de la cámara de la conciencia, y bajo ella, y presintiera, entonces, que es sobre lo despiadado, lo ávido, insaciable y asesino, que reposa el hombre en la indiferencia de su no saber y como pendiendo de sueños sobre la espalda de un tigre. ¡Dónde hallar, entonces, en esta constelación, el instinto de verdad!

Mientras quiere el individuo conservarse frente a los demás individuos, utiliza el intelecto en un estado natural, a lo más para la disimulación: pero, puesto que el hombre, por necesidad y aburrimiento, quiere también existir en sociedad y como en una horda, requiere concertar un tratado de paz y se empeña en que por lo menos desaparezca de su mundo el enormísimo bellum omnium contra omnes. Este tratado de paz lleva consigo algo que parece como el primer paso para la consecución de ese enigmático instinto de verdad. Pues ahora se fija lo que desde ya ha de ser “verdad”, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uni-formemente válida y obligatoria, y el código del lenguaje suministra también las primeras leyes de la verdad: pues aquí nace, por vez primera, el contraste de verdad y mentira. El mentiroso emplea las designaciones válidas, las palabras, para hacer que lo irreal parezca realidad; dice, por ejemplo, “soy rico”, mientras que, para su condición, “pobre” sería precisamente la designación correcta. Abusa de las convenciones fijas a través de suplantaciones arbitrarias o aun inversiones de los nombres. Al hacer esto en provecho suyo y con perjuicio de los demás, ya la sociedad no confiará más en él y lo excluirá de sí. Por eso, los hombres no rehuyen

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tanto el ser engañados como el ser perjudicados por el embuste; en el fondo odian ellos, también en esta etapa, no el engaño, sino las consecuencias perniciosas, ad-versas, de ciertos géneros de engaño. Y sólo en un sentido parecidamente limitado quiere también el hombre la verdad: anhela las consecuencias agradables de la verdad, las que conservan la vida; frente al conocimiento puro y sin consecuencias es indiferente, y aun está enemistosamente dispuesto contra las verdades que pue-den dañar y destruir. Y por encima de esto, ¿qué ocurre con aquellas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del

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