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La herrumbre de los signos – Claudio Magris


Enviado por   •  2 de Mayo de 2016  •  Resúmenes  •  1.814 Palabras (8 Páginas)  •  708 Visitas

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La herrumbre de los signos – Claudio Magris

 En La torre (1925 – 1927), Hofmannsthal muestra que las contradicciones de la vida y la historia son irresolubles y que ninguna unidad superior del pensamiento puede conciliar o sanar las crueles heridas de la realidad (39).

 Según Hofmannsthal, las afirmaciones de inefabilidad de la vida o autonomía del signo, tan típicas en la literatura de fin de siglo, no son una definición rigurosa y tranquila de las capacidades del lenguaje, sino que expresan una pugna entre los límites de esas capacidades y las nostalgias de sobrepasarlos (47-48). Ver Tractatus y Conferencia de ética. 

 Lord Chandos narra en su carta la imposibilidad de relatar, denunciando la incapacidad de la palabra para contener el flujo de la vida, un flujo que destroza las palabras mismas (50).

 Lord Chandos descubre la insuficiencia de ese sistema de signos que es el lenguaje; la retórica se le revela incapaz de penetrar en el interior de las cosas (54).

 Tanto para Hofmannsthal como para Wittgenstein y Fritz Mauthner existe una verdad última irreductible a la expresión, por lo cual el primero, al menos, se resigna a hablar no de la vida, sino de su incapacidad de nombrarla (55).

 Las palabras son un mundo en sí y no expresan la vida (57).

 Pero Lord Chandos se siente abrumado no por el silencio o la insignificancia de la realidad, sino por la multiplicidad simultánea de sus voces, por la intensa y enervante epifanía que le asalta por doquier. El fluir de la vida penetra en él y le hace fundirse con los objetos, en una revelación del Todo que destruye la unidad de su persona en una sobresaltada mudanza de emociones (59-60). Ver qué posibilidad de paralelismo existe entre esto y el estado de pensamiento pre-articulado de Wilhelm von Humboldt. Hofmannsthal descubre con una sensación vertiginosa la identidad universal, el valor absoluto y la equivalencia de todas las cosas. En toda la existencia siente una gran unidad y todas las experiencias adquieren el mismo valor.

 Y entonces, el poeta que ya no domina los signos, que es testigo de esa exaltación dionisíaca, no puede plantearse deseo alguno (es incapaz de ejercer su voluntad, de desear con determinación), y sólo puede esperar y recibir una iluminación que no tiene la facultad de provocar ni retener (60).

 La presencia es de realidades absolutas, místicas. Cada instante y cada objeto revelan un sentido supremo, y por tanto no son susceptibles de ordenación ni generalización, lo mismo que le había ocurrido al cadete Törless cuando percibe la “segunda vida de las cosas, secreta y huidiza”. La esencia de los objetos es indecible y no puede percibirse mediante la racionalidad discursiva (60-61).

 Así, la renuncia de Lord Chandos a la literatura es la renuncia del sujeto como principio ordenador de la realidad, es decir, la crisis del sujeto poético (61).

 “El individuo de la crisis no es el burgués en decadencia, sino el aristócrata, agredido por la destrucción burguesa de los valores verticales y absolutos, por el vaciamiento burgués de la trascendencia barroca” (62).

 Cada cosa mínima adquiere valor absoluto; la inteligencia pasa a observarlo todo directamente. Por tanto, no existe criterio alguno para establecer una selección en el ámbito de lo múltiple (63-64).

 Ni siquiera la religión ofrece una respuesta segura a Lord Chandos, pues se le aparece solamente como una metáfora que no capta ninguna verdad, que usa las palabras en sentido impropio y va de un término a otro hasta el infinito (64).

 El signo desaparece, por tanto, y sólo quedan una serie de estímulos-respuestas. Y esa crisis del signo es ante todo crisis del sujeto, que ya no puede situarse a distancia del objeto para ordenarlo, sino que se encuentra frente a él, en primer plano, a una distancia cero, misma que “anula la diferencia entre la montaña y uno de sus granos de tierra” (65-67).

 Vivir el mundo a esa distancia cero, desde esa desintegración, significa estar trastornado y deslumbrado por él (lo místico de la existencia del mundo?). “La ruina de la perspectiva es la ruina del sujeto y del orden de la frase” (67-68).

 Presencia de Mach (Análisis de las sensaciones, 1886) en todos los pensadores de la Viena de entonces. Todo, incluso el yo, es descomponible en elementos. Hofmannsthal ni es la excepción, cuando señala que todo se descomponía en partes, y éstas en más partes. La anarquía de los átomos (Nietzsche, Musil) es la única realidad, fluctuante y lábil (68-69).

 Cada cosa remite sólo a sí misma y reposa en una inagotable e insondable plenitud de sentido. Una suerte de tautología mística: cada objeto es signo de sí mismo y está envuelto de una inmediatez sagrada, como señala Pasolini (69-70).

 Lord Chandos relata cómo los signos van disolviéndose en la nebulosa del elemento preverbal y precategorial, en lugar de organizar lo indistinto (aquí podemos ver cómo se recorre el camino inverso humboldtiano) (71).

 Para Lord Chandos, el signo corresponde ya sólo al significante; el concepto resulta inalcanzable para la palabra. Igualmente, Mach había dicho que una palabra no podía cubrir un Begriff, subrayando la mera necesidad psicológica de la designación. Toda clasificación categorial es infundada. Si únicamente existen los objetos de la experiencia concreta, no se puede hacer abstracción de su inmediatez y multiplicidad para agruparlos en clases denominadas por un signo que sea válido para todos los individuos de esa clase. Para Mach, la extensión categorial del signo obedece a un incierto señuelo analógico, no más lícito ni más riguroso que las asociaciones de los niños, quienes aplican una palabra recién aprendida a otros objetos que les parecen vagamente semejantes a los que oyen designar con aquella palabra. La influencia del fenomenismo empírico de Mach coincide en este punto con la de Nietzsche, quien denuncia el sistema lingüístico y la formalización categorial como instrumentos de dominio que anquilosan y esclerotizan la vida. Frente a este problema, la vanguardia del siglo XX se escindirá en dos posturas antitéticas: a) la tendencia que reivindica la pura coherencia del signo autosuficiente (por ejemplo, Kandinsky), y b) la tendencia que arremete contra esa coherencia semiológica para liberar la energía vital, primaria, que aquélla reprime y fosiliza en las estructuras jerárquicas del lenguaje. Hofmannsthal no se identifica con ninguna de ellas: por un lado persigue el secreto inefable de la vida y no cree que las palabras puedan captarlo; por otro lado está imbuido de gran respeto y gran amor hacia la palabra, hacia su orden y armonía, hacia el valor moral de su estilo (71-73).

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