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Las Ideas Reapetables


Enviado por   •  15 de Abril de 2015  •  1.249 Palabras (5 Páginas)  •  177 Visitas

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Por: Alfonso de la Serna

En la Universidad de Uppsala, y sobre el dintel de la puerta de su biblioteca -la famosa «Carolina Rediviva»-, hay una inscripción que hace muchos años me impresionó al leerla, y que por eso he citado más de una vez. Decía así: «Pensar libremente es bueno; pensar rectamente es mejor». Sencillas pero sabias palabras de quien, sin duda, había meditado con lucidez sobre la libertad, lo bueno y lo menos bueno.

Porque, al decir que hay algo mejor que la libertad de pensamiento -ese gran bien del hombre, y raíz de la libertad de conciencia-, el autor de la inscripción no coartaba tal libertad sino, simplemente, establecía una jerarquía esencial en su ejercicio, reconociendo que por encima de lo «libre» estaba lo «recto», lo no «torcido»; o quizás, para decirlo con otras palabras, está, elusiva y enigmática, la verdad.

(Mas ¿qué es la verdad? ¡Tremenda pregunta! Pero resultará arduo ignorar que, hace dos mil años, un prodigioso ser humano y divino, nacido en Belén de Judá, ya la había contestado con una sobrecogedora, misteriosa autoridad: «Yo soy la verdad»...)

Con frecuencia, en estos tiempos de crisis, debates y choques de ideas, se usa una frase que parece muy «políticamente correcta» pero que yo no entiendo bien: «En política, cualquier idea es respetable siempre que no se quiera imponerla por la violencia». No creo que todas las ideas sean, en principio, respetables, porque muchas de ellas entrañan, proclaman, se convierten inexorablemente en violencia. Las violencias mortales, destructoras, degradantes, antes de transformarse en «acto» han sido, muchas veces, ideas terribles, desmanes en «potencia», pensamientos que llevaban aquella encadenada. Y esas ideas, aunque broten libremente de la libertad con que el cerebro piensa, serán inevitables pero ya en su origen han dejado de ser respetables.

Nos preguntaremos cómo se calificarían los actos violentos nacidos de los ciegos fanatismos religiosos o políticos, o de la arrebatada pasión, la deformación intelectual o la pérdida, aunque sea pasajera, del buen juicio. Creo que ahí no estarán las ideas; solo oscuros impulsos biológicos que nublan la mente, subiendo del pozo insondable del hombre, al que ya se refería San Agustín cuando hablaba de la bestia que yace «allá abajo» de nuestro ser, y que quizás tenga algo que ver con lo que, modernamente, Sigmund Freud describía como oscuridades del «id» el «ello».

Y también ¿qué podríamos decir de la violencia en legítima defensa, o de la guerra misma? Hace largo tiempo que teólogos, filósofos, juristas se lo plantean, y todavía se discute sobre los límites justos de la autodefensa o sobre la guerra «justa» o «injusta». Lo que es la guerra es siempre una catástrofe; y la utopía de «la paz perpetua» sigue siendo, por ahora y para nuestra desgracia, una utopía, aunque no un imposible metafísico; por eso debemos perseguir denodadamente la paz.

Pero yo aquí quiero referirme a esa otra violencia, más individualizada, que procede inmediatamente de unas ideas pensadas en frío, organizadas en un plan, y que entraña, con indiferencia hacia el dolor ajeno, la muerte o el sufrimiento de seres humanos. Es la violencia que dice buscar, supuestamente, la «justicia», el «mundo mejor» o el «paraíso perdido», cuando lo único que encuentra es un mundo peor o un paraíso inexistente. Es, en fin, la violencia del terrorismo, que adopta múltiples formas pero que recientemente hemos contemplado, sobrecogidos, el 11 de septiembre pasado, en una de sus manifestaciones más espeluznantes con suicidios y matanzas juntos. El terrorismo es, además, ya inicialmente, una negación de la libertad ajena, pues el aterrorizado vive en la cárcel de su propio terror. Ideas que dan tales frutos no son, pues, ideas respetables.

En cambio ¡cuántas ideas «rectas» hay en el aire esperando ser respetadas por todos y sin embargo

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