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Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2014  •  2.895 Palabras (12 Páginas)  •  197 Visitas

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Lo primero que noto es el olor: piel, madera y cera con un ligero aroma a limón. Es

muy agradable, y la luz es tenue, sutil. En realidad no veo de dónde sale, de algún

sitio junto a la cornisa, y emite un resplandor ambiental. Las paredes y el techo son

de color burdeos oscuro, que da a la espaciosa habitación un efecto uterino, y el

suelo es de madera barnizada muy vieja. En la pared, frente a la puerta, hay una

gran X de madera, de caoba muy brillante, con esposas en los extremos para

sujetarse. Por encima hay una gran rejilla de hierro suspendida del techo, como

mínimo de dos metros cuadrados, de la que cuelgan todo tipo de cuerdas, cadenas

y grilletes brillantes. Cerca de la puerta, dos grandes postes relucientes y

ornamentados, como balaustres de una barandilla pero más grandes, cuelgan a lo

largo de la pared como barras de cortina. De ellos pende una impresionante

colección de palos, látigos, fustas y curiosos instrumentos con plumas.

Junto a la puerta hay un mueble de caoba maciza con cajones muy estrechos,

como si estuvieran destinados a guardar muestras en un viejo museo. Por un

instante me pregunto qué hay dentro. ¿Quiero saberlo? En la esquina del fondo

veo un banco acolchado de piel de color granate, y pegado a la pared, un estante

de madera que parece una taquera para palos de billar, pero que al observarlo con

más atención descubro que contiene varas de diversos tamaños y grosores. En la

esquina opuesta hay una sólida mesa de casi dos metros de largo —madera

brillante con patas talladas—, y debajo, dos taburetes a juego.

Pero lo que domina la habitación es una cama. Es más grande que las de

matrimonio, con dosel de cuatro postes tallado de estilo rococó. Parece de finales

del siglo XIX. Debajo del dosel veo más cadenas y esposas relucientes. No hay ropa

de cama… solo un colchón cubierto de piel roja, y varios cojines de satén rojo en un

extremo.

A unos metros de los pies de la cama hay un gran sofá Chesterfield granate,

plantificado en medio de la sala, frente a la cama. Extraña distribución… eso de

poner un sofá frente a la cama. Y sonrío para mis adentros. Me parece raro el sofá,

cuando en realidad es el mueble más normal de toda la habitación. Alzo los ojos y

observo el techo. Está lleno de mosquetones, a intervalos irregulares. Me pregunto por un segundo para qué sirven. Es extraño, pero toda esa madera, las paredes

oscuras, la tenue luz y la piel granate hacen que la habitación parezca dulce y

romántica… Sé que es cualquier cosa menos eso. Es lo que Christian entiende por

dulzura y romanticismo.

Me giro y está mirándome fijamente, como suponía, con expresión

impenetrable. Avanzo por la habitación y me sigue. El artilugio de plumas me ha

intrigado. Me decido a tocarlo. Es de ante, como un pequeño gato de nueve colas,

pero más grueso y con pequeñas bolas de plástico en los extremos.

—Es un látigo de tiras —dice Christian en voz baja y dulce.

Un látigo de tiras… Vaya. Creo que estoy en estado de shock. Mi subconsciente

ha emigrado, o se ha quedado muda, o sencillamente se ha caído en redondo y se

ha muerto. Estoy paralizada. Puedo observar y asimilar, pero no articular lo que

siento ante todo esto, porque estoy en estado de shock. ¿Cuál es la reacción

adecuada cuando descubres que tu posible amante es un sádico o un masoquista

total? Miedo… sí… esa parece ser la sensación principal. Ahora me doy cuenta.

Pero extrañamente no de él. No creo que me hiciera daño. Bueno, no sin mi

consentimiento. Un sinfín de preguntas me nublan la mente. ¿Por qué? ¿Cómo?

¿Cuándo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quién? Me acerco a la cama y paso las manos por

uno de los postes. Es muy grueso, y el tallado es impresionante.

—Di algo —me pide Christian en tono engañosamente dulce.

—¿Se lo haces a gente o te lo hacen a ti?

Frunce la boca, no sé si divertido o aliviado.

—¿A gente? —Pestañea un par de veces, como si estuviera pensando qué

contestarme—. Se lo hago a mujeres que quieren que se lo haga.

No lo entiendo.

—Si tienes voluntarias dispuestas a aceptarlo, ¿qué hago yo aquí?

—Porque quiero hacerlo contigo, lo deseo.

—Oh.

Me quedo boquiabierta. ¿Por qué?

Me dirijo a la otra esquina de la sala, paso la mano por el banco acolchado, alto

hasta la cintura, y deslizo los dedos por la piel. Le gusta hacer daño a las mujeres.

La idea me deprime.

—¿Eres un sádico?

—Soy un Amo.Sus ojos grises se vuelven abrasadores, intensos.

—¿Qué significa eso? —le pregunto en un susurro.

—Significa

...

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