Los filósofos ante el hombre
camejame83Tesis7 de Noviembre de 2014
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Los filósofos ante el hombre
VALVERDE, Carlos. Antropología filosófica. Valencia: Edicep, 1994.
II. LOS FILÓSOFOS ANTE EL HOMBRE
Se hace inevitable ahora una somera exposición sobre el fluir cambiante del pensamiento antropológico a lo largo de los siglos. Ella ayudará a una mayor iluminación del complejo ser humano y a su mejor comprensión. Por fuerza ha de ser muy concisa, incompleta y atenta solamente a algunos pensadores más representativos dado que sólo escribimos un Manual de Antropología Filosófica. Pero en cualquier caso es apasionante y aleccionador considerar el esfuerzo continuado del hombre, entre aciertos y errores, por descifrar el enigma de su propia naturaleza y de su propia experiencia.
1. Los filósofos griegos
Es un tópico recordar que la Filosofía occidental nace en aquella Grecia en la que se verificó un portentoso desarrollo cultural, sobre todo en el siglo V a.C., el siglo de Pericles. Del “milagro griego” vivimos todavía hoy, en muchas cosas, los europeos y no pocos otros pueblos. En la literatura más antigua, en la de Homero (siglo VIII-VII a.C.) falta todavía la conciencia de la unidad y la autonomía de la vida psíquica del hombre. Las decisiones humanas se relacionan inmediatamente con decisiones de los dioses. En los trágicos griegos, el hombre se debate entre sus pasiones, su conciencia de libertad y la sensación de un destino μοιρα, αναγκή, que se cumple inexorablemente y que acaba en la muerte siempre misteriosa.
Los filósofos llamados presocráticos no se plantearon directamente la pregunta por el hombre porque la primera admiración, origen del filosofar según Aristóteles, se la causaron los fenómenos de la Naturaleza, y con su característica curiosidad y profundidad se preguntaron cuál era la αρχή o principio último de fenómenos naturales tan distintos como los que observaban.
Es hacia la mitad del siglo V, por obra de Sócrates y de los sofistas, cuando se realiza la polarización de la atención filosófica en el tema del hombre hasta que Protágoras hace de él la “medida de todas las cosas”, πάντων χρημάτων μέτρον εστιν άνθρωπος. Sócrates no afirma tanto, pero, en realidad, fue su magisterio el que centró el pensamiento griego sobre el hombre, sobre la posible búsqueda y consecución de la verdad, sobre la dignidad humana, el conocimiento de sí mismo y la vida conforme a las normas morales que dictaba la razón.
La obra de Platón significa el esfuerzo más noble, en el mundo griego, de elevarse hacia lo absoluto y trascendente. Su filosofía no es una especulación desinteresada, sino una explicación de la realidad que culmina en una pedagogía, un modo de ascender de lo sensible a lo inteligible, de lo bajo a lo alto, para allí encontrar la felicidad en la contemplación de la verdad y el amor del bien. Esa es la razón de ser y el sentido de la vida del hombre inteligente. Por eso, para Platón el hombre es, ante todo, alma, de origen divino, inmaterial, eterna e inmortal, unida accidentalmente al cuerpo como consecuencia de un pecado y con la misión de gobernar y dirigir el cuerpo como el timonel a la nave, o el auriga al carro. El cuerpo es la cárcel del alma. La tarea del hombre en esta vida es prepararse para la definitiva liberación y para alcanzar la contemplación de las ideas en la otra, mediante la dialéctica. De no hacerlo, las almas volverán a reencarnarse y perderán su fin último. La antropología de Platón y de los platónicos posteriores, sobre todo Plotino (203-207 d.C.), que va en el mismo sentido, tuvo una gran influencia en el pensamiento cristiano y en el medieval, a pesar de que los Diálogos originales de Platón no se conocieron en su totalidad, en Occidente, hasta el siglo XV.
Aristóteles fue discípulo de Platón pero su potencia intelectual lo llevó a disentir del maestro en muchos temas y a construir una filosofía con no pocas influencias platónicas pero absolutamente original. Así sucedió también en la Antropología. Aristóteles escribe un tratado entero περι ψυχης [sobre el alma], con lo cual ya indica la importancia que el da al alma del hombre que está por encima de todas las cosas por su capacidad de razonar. Pero para Aristóteles alma y cuerpo se unen substancialmente como dos naturalezas incompletas, como materia (υλη) y forma (μορφη), en una sola naturaleza. Desaparece el dualismo platónico. El alma, o forma del cuerpo, es el principio esencial que da a la materia el ser cuerpo humano vivo. Aristóteles confiere el máximo valor a la mente (νους, λογος) por la cual el hombre supera a todos los otros seres. De ahí que defina al hombre como ζωον λογικον (animal racional) o como ζωον λογον εχων (animal que tiene razón o palabra). Especifica, pues, al hombre por el elemento cognoscitivo. El alma es ante todo pensamiento. Los elementos volitivos, emotivos, existenciales y desde luego históricos, pasan a segundo plano, o no existen. En cambio contempla también al hombre como animal sociable por naturaleza (φυσει πολιτικος ανθρωπος), según la mentalidad griega que tanta importancia daba a la vida social en la ciudad (πολις). Sólo en la comunicación social tiene el hombre asegurado un género de vida en el que puede satisfacer todas sus necesidades. En su Política afirma que aisladamente sólo podrían vivir una bestia o un dios[i].
De todas estas reflexiones filosóficas nació el ideal griego de educación humana, que se conoce con el nombre de παιδεια, y que significa el proceso por el cual el hombre conforma sus facultades según unas normas teleológicas que provienen del orden cósmico y del orden social. En la παιδεια tiene preferencia lo teorético (θεωρειν) que ha de orientar la praxis (πραττειν). Es la πολις, la ciudad, la que tiene que educar y realizar al hombre.
(…) En resumen: la filosofia griega dio el primer impulso para lograr una representación del hombre que le distinguiese de la Naturaleza y le colocase por encima de toda ella, gracias principalmente a su capacidad de pensar, de hablar y de convivir. La cultura griega, y sólo ella, es la que ha acuñado ese concepto dellogos, de la razón, que especifica al hombre y lo encumbra por encima de todos los demás seres, haciéndole capaz así de comunicarse incluso con la divinidad. El logos que libera la cultura de todos los mitos y abre al hombre el camino a la ciencia verdadera. Cayó además en la cuenta del dualismo constitucional de la persona humana, de la presencia en ella de un componente superior espiritual e inmortal, y de la ética de dominio y educación de sí mismo, es decir, de humanización que esa realidad exigía. Hay que recordar también que nociones tan importantes como las de substancia e individuo que servirán después para determinar la definición de persona son producto de la reflexión filosófica griega. La Antropología Filosófica occidental le debe mucho al pensamiento griego, creador de un alto humanismo del que se alimentaría posteriormente Europa.
2. Aportaciones del Cristianismo
Esa revolución arranca, en su raíz, de la cultura hebrea y alcanza su plenitud en el Cristianismo. La concepción hebrea de la existencia humana parte de una intuición personalísima y original de este pueblo: su concepción de Dios. Los pueblos orientales, babilonios, sumerios, egipcios, y también los griegos y los romanos tienen en sus tradiciones largas cosmogonías, y el primer acto de esas cosmogonías es una teogonía, una explicación de cómo habían sido engendrados los dioses a partir del Caos. En cambio, el Dios de Israel es un Dios personal pero además es el principio y el fundamento absoluto y único de todos los seres, también del hombre y de la mujer. La Biblia no contiene ninguna teogonía. Sí una cosmogonía. Es el cosmos el que nace por un libre acto creador de Dios.
El hombre es criatura de Dios. No es un elemento desprendido de la substancia divina, un alma encarcelada en la materia. No viene al mundo en castigo de una caída, es un ser que surge del acto creador de Dios que le transmite un aliento vital para entrar con él en una relación personalizante[ii]. Es un alma y una vida que empieza a ser cuando Dios la llama a este mundo. Pero el hombre es además carne. Es ajeno al pensamiento hebraico el dualismo radical platónico cuerpo-alma. Todo el ser humano es obra de Dios; todo el ser humano es imagen y semejanza de Dios[iii], no porque Dios sea materia o cuerpo sino porque el hombre, como tal, es persona, capaz de conocer y de amar, de ser conocido y de ser amado. Esta semejanza personalista con Dios es la razón del valor y de la dignidad de la persona. Dios, el Absoluto, mantiene relaciones de tipo personal con el hombre. Dialoga con él, le orienta, le declara lo que es bueno y lo que es malo, le ayuda, respeta su libertad, le premia o le corrige y con todo eso le dignifica. Porque es libre en sus decisiones fundamentales, el hombre es plenamente responsable de sus actos, no está sometido a ningún destino fatal. Esto da a la vida de cada persona una seriedad y un valor supremo, tanto más cuanto que la revelación judía niega toda reencarnación y el eterno retorno. Ni la persona, ni la historia vuelven a empezar. Sólo vivimos en la Tierra una vez y en el transcurso de nuestra vida decidimos nuestra suerte temporal y, como nos enseñará más explícitamente Jesucristo, también nuestra suerte eterna. El hombre crea su historia y su destino definitivo con el ejercicio de su libertad. La vida del hombre es algo absolutamente serio.
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