ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Meditaciones Metafisicas Descartes

diegorocha71015 de Noviembre de 2012

10.289 Palabras (42 Páginas)1.019 Visitas

Página 1 de 42

PRIMERA DE LAS MEDITACIONES SOBRE LA METAFÍSICA, EN LAS QUE SE DEMUESTRA LA

EXISTENCIA DE DIOS Y LA DISTINCIÓN DEL ALMA Y DEL CUERPO

Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como

verdaderas en la primera edad de mi vida y de cuán dudosas eran las que después

construí sobre aquéllas, de modo que era preciso destruirlas de raíz para comenzar

de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna vez un sistema firme y

permanente; con todo, parecía ser esto un trabajo inmenso, y esperaba yo una edad

que fuese tan madura que no hubiese de sucederle ninguna más adecuada para

comprender esa tarea. Por ello, he dudado tanto tiempo, que sería ciertamente

culpable si consumo en deliberaciones el tiempo que me resta para intentarlo. Por

tanto, habiéndome desembarazado oportunamente de toda clase de preocupaciones, me he procurado un reposo tranquilo en apartada soledad, con el fin de

dedicarme en libertad a la destrucción sistemática de mis opiniones.

Para ello no será necesario que pruebe la falsedad de todas, lo que quizá

nunca podría alcanzar; sino que, puesto que la razón me persuade a evitar dar fe

no menos cuidadosamente a las cosas que no son absolutamente seguras e indudables que a las abiertamente falsas, me bastará para rechazarlas todas encontrar en

cada una algún motivo de duda. Así pues, no me será preciso examinarlas una por

una, lo que constituiría un trabajo infinito, sino que atacaré inmediatamente los

principios mismos en los que se apoyaba todo lo que creí en un tiempo, ya que,

excavados los cimientos, se derrumba al momento lo que está por encima edificado.

Todo lo que hasta ahora he admitido como absolutamente cierto lo he

percibido de los sentidos o por los sentidos; he descubierto, sin embargo, que éstos

engañan de vez en cuando y es prudente no confiar nunca en aquellos que nos han

engañado aunque sólo haya sido por una sola vez. Con todo, aunque a veces los

sentidos nos engañan en lo pequeño y en lo lejano, quizás hay otras cosas de las

que no se puede dudar aun cuando las recibamos por medio de los mismos, como,

por ejemplo, que estoy aquí, que estoy sentado junto al fuego, que estoy vestido

con un traje de invierno, que tengo este papel en las manos y cosas por el estilo.

¿Con qué razón se puede negar que estas manos y este cuerpo sean míos? A no ser

que me asemeje a no sé qué locos cuyos cerebros ofusca un pertinaz vapor de tal

manera atrabiliario que aseveran en todo momento que son reyes, siendo en realidad pobres, o que están vestidos de púrpura, estando desnudos, o que tienen una

jarra en vez de cabeza, o que son unas calabazas, o que están creados de vidrio;

/ 12 /www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.

pero ésos son dementes, y yo mismo parecería igualmente más loco que ellos si me

aplicase sus ejemplos.

Perfectamente, como si yo no fuera un hombre que suele dormir por la

noche e imaginar en sueños las mismas cosas y a veces, incluso, menos verosímiles

que esos desgraciados cuando están despiertos. ¡Cuán frecuentemente me hace

creer el reposo nocturno lo más trivial, como, por ejemplo, que estoy aquí, que

llevo puesto un traje, que estoy sentado junto al fuego, cuando en realidad estoy

echado en mi cama después de desnudarme! Pero ahora veo ese papel con los ojos

abiertos, y no está adormilada esta cabeza que muevo, y consciente y sensiblemente extiendo mi mano, puesto que un hombre dormido no lo experimentaría

con tanta claridad; como si no me acordase de que he sido ya otras veces engañado

en sueños por los mismos pensamientos. Cuando doy más vueltas a la cuestión veo

sin duda alguna que estar despierto no se distingue con indicio seguro del estar

dormido, y me asombro de manera que el mismo estupor me confirma en la idea

de que duermo.

Pues bien: soñemos, y que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particulares; como, por ejemplo, que abrimos los ojos, que movemos la cabeza, que extendemos las manos; pensemos que quizá ni tenemos tales manos ni tal cuerpo. Sin

embargo, se ha de confesar que han sido vistas durante el sueño como unas ciertas

imágenes pintadas que no pudieron ser ideadas sino a la semejanza de cosas

verdaderas y que, por lo tanto, estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las

manos y todo el cuerpo) existen, no como cosas imaginarias, sino verdaderas;

puesto que los propios pintores ni aun siquiera cuando intentan pintar las sirenas y

los sátiros con las formas más extravagantes posibles, pueden crear una naturaleza

nueva en todos los conceptos, sino que entremezclan los miembros de animales

diversos; incluso si piensan algo de tal manera nuevo que nada en absoluto haya

sido visto que se le parezca ciertamente, al menos deberán ser verdaderos los colores con los que se componga ese cuadro. De la misma manera, aunque estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá

de reconocer al menos otros verdaderos más simples y universales, de los cuales

como de colores verdaderos son creadas esas imágenes de las cosas que existen en

nuestro conocimiento, ya sean falsas, ya sean verdaderas.

A esta clase parece pertenecer la naturaleza corpórea en general en su extensión, al mismo tiempo que la figura de las cosas extensas. La cantidad o la magnitud y el número de las mismas, el lugar en que estén, el tiempo que duren, etc.

En consecuencia, deduciremos quizá sin errar de lo anterior que la física, la

astronomía, la medicina y todas las demás disciplinas que dependen de la consideración de las cosas compuestas, son ciertamente dudosas, mientras que la aritmé-

tica, la geometría y otras de este tipo, que tratan sobre las cosas más simples y

absolutamente generales, sin preocuparse de si existen en realidad en la naturaleza

o no, poseen algo cierto e indudable, puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, dos y tres serán siempre cinco y el cuadrado no tendrá más que cuatro lados; y

no parece ser posible que unas verdades tan obvias incurran en sospecha de

falsedad.

No obstante, está grabada en mi mente una antigua idea, a saber, que existe

un Dios que es omnipotente y que me ha creado tal como soy yo. Pero, ¿cómo

puedo saber que Dios no ha hecho que no exista ni tierra, ni magnitud, ni lugar,

creyendo yo saber, sin embargo, que todas esas cosas no existen de otro modo que

como a mí ahora me lo parecen? ¿E incluso que, del mismo modo que yo juzgo que

se equivocan algunos en lo que creen saber perfectamente, así me induce Dios a

errar siempre que sumo dos y dos o numero los lados del cuadrado o realizo cualquier otra operación si es que se puede imaginar algo más fácil todavía? Pero quizá

Dios no ha querido que yo me engañe de este modo, puesto que de él se dice que

es sumamente bueno; ahora bien, si repugnase a su bondad haberme creado de tal

suerte que siempre me equivoque, también parecería ajeno a la misma permitir que

me engañe a veces; y esto último, sin embargo, no puede ser afirmado.

Habrá quizás algunos que prefieran negar a un Dios tan potente antes que

suponer todas las demás cosas inciertas; no les refutemos, y concedamos que todo

este argumento sobre Dios es ficticio; pero ya imaginen que yo he llegado a lo que

soy por el destino, ya por casualidad, ya por una serie continuada de cosas, ya de

cualquier otro modo, puesto que engañarse y errar parece ser una cierta imperfección, cuanto menos potente sea el creador que asignen a mi origen, tanto más

probable será que yo sea tan imperfecto que siempre me equivoque. No sé qué

responder a estos argumentos, pero finalmente me veo obligado a reconocer que

de todas aquellas cosas que juzgaba antaño verdaderas no existe ninguna sobre la

que no se pueda dudar, no por inconsideración o ligereza, sino por razones fuertes

y bien meditadas. Por tanto, no menos he de abstenerme de dar fe a estos

pensamientos que a los que son abiertamente falsos, si quiero encontrar algo cierto.

Con todo, no basta haber hecho estas advertencias, sino que es preciso que

me acuerde de ellas; puesto que con frecuencia y aun sin mi consentimiento vuelven mis opiniones acostumbradas y atenazan mi credulidad, que se halla como

ligada a ellas por el largo y familiar uso; y nunca dejaré de asentir y confiar

habitualmente en ellas en tanto que las considere tales como son en realidad, es

decir, dudosas en cierta manera, como ya hemos demostrado anteriormente, pero,

con todo, muy probables, de modo que resulte mucho más razonable creerlas que

negarlas. En consecuencia, no actuaré mal, según confío, si cambiando todos mis

propósitos me engaño a mí mismo y las considero algún tiempo absolutamente

falsas e imaginarias, hasta que al fin, una vez equilibrados los prejuicios de uno y

otro lado, mi juicio no se vuelva a apartar nunca de la recta percepción de las cosas

por una costumbre equivocada; ya que estoy seguro de que no se seguirá de esto

ningún peligro de error,

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (58 Kb)
Leer 41 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com