Meditaciones Metafisicas Descartes
Enviado por diegorocha710 • 15 de Noviembre de 2012 • 10.289 Palabras (42 Páginas) • 940 Visitas
PRIMERA DE LAS MEDITACIONES SOBRE LA METAFÍSICA, EN LAS QUE SE DEMUESTRA LA
EXISTENCIA DE DIOS Y LA DISTINCIÓN DEL ALMA Y DEL CUERPO
Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como
verdaderas en la primera edad de mi vida y de cuán dudosas eran las que después
construí sobre aquéllas, de modo que era preciso destruirlas de raíz para comenzar
de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna vez un sistema firme y
permanente; con todo, parecía ser esto un trabajo inmenso, y esperaba yo una edad
que fuese tan madura que no hubiese de sucederle ninguna más adecuada para
comprender esa tarea. Por ello, he dudado tanto tiempo, que sería ciertamente
culpable si consumo en deliberaciones el tiempo que me resta para intentarlo. Por
tanto, habiéndome desembarazado oportunamente de toda clase de preocupaciones, me he procurado un reposo tranquilo en apartada soledad, con el fin de
dedicarme en libertad a la destrucción sistemática de mis opiniones.
Para ello no será necesario que pruebe la falsedad de todas, lo que quizá
nunca podría alcanzar; sino que, puesto que la razón me persuade a evitar dar fe
no menos cuidadosamente a las cosas que no son absolutamente seguras e indudables que a las abiertamente falsas, me bastará para rechazarlas todas encontrar en
cada una algún motivo de duda. Así pues, no me será preciso examinarlas una por
una, lo que constituiría un trabajo infinito, sino que atacaré inmediatamente los
principios mismos en los que se apoyaba todo lo que creí en un tiempo, ya que,
excavados los cimientos, se derrumba al momento lo que está por encima edificado.
Todo lo que hasta ahora he admitido como absolutamente cierto lo he
percibido de los sentidos o por los sentidos; he descubierto, sin embargo, que éstos
engañan de vez en cuando y es prudente no confiar nunca en aquellos que nos han
engañado aunque sólo haya sido por una sola vez. Con todo, aunque a veces los
sentidos nos engañan en lo pequeño y en lo lejano, quizás hay otras cosas de las
que no se puede dudar aun cuando las recibamos por medio de los mismos, como,
por ejemplo, que estoy aquí, que estoy sentado junto al fuego, que estoy vestido
con un traje de invierno, que tengo este papel en las manos y cosas por el estilo.
¿Con qué razón se puede negar que estas manos y este cuerpo sean míos? A no ser
que me asemeje a no sé qué locos cuyos cerebros ofusca un pertinaz vapor de tal
manera atrabiliario que aseveran en todo momento que son reyes, siendo en realidad pobres, o que están vestidos de púrpura, estando desnudos, o que tienen una
jarra en vez de cabeza, o que son unas calabazas, o que están creados de vidrio;
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pero ésos son dementes, y yo mismo parecería igualmente más loco que ellos si me
aplicase sus ejemplos.
Perfectamente, como si yo no fuera un hombre que suele dormir por la
noche e imaginar en sueños las mismas cosas y a veces, incluso, menos verosímiles
que esos desgraciados cuando están despiertos. ¡Cuán frecuentemente me hace
creer el reposo nocturno lo más trivial, como, por ejemplo, que estoy aquí, que
llevo puesto un traje, que estoy sentado junto al fuego, cuando en realidad estoy
echado en mi cama después de desnudarme! Pero ahora veo ese papel con los ojos
abiertos, y no está adormilada esta cabeza que muevo, y consciente y sensiblemente extiendo mi mano, puesto que un hombre dormido no lo experimentaría
con tanta claridad; como si no me acordase de que he sido ya otras veces engañado
en sueños por los mismos pensamientos. Cuando doy más vueltas a la cuestión veo
sin duda alguna que estar despierto no se distingue con indicio seguro del estar
dormido, y me asombro de manera que el mismo estupor me confirma en la idea
de que duermo.
Pues bien: soñemos, y que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particulares; como, por ejemplo, que abrimos los ojos, que movemos la cabeza, que extendemos las manos; pensemos que quizá ni tenemos tales manos ni tal cuerpo. Sin
embargo, se ha de confesar que han sido vistas durante el sueño como unas ciertas
imágenes pintadas que no pudieron ser ideadas sino a la semejanza de cosas
verdaderas y que, por lo tanto, estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las
manos y todo el cuerpo) existen, no como cosas imaginarias, sino verdaderas;
puesto que los propios pintores ni aun siquiera cuando intentan pintar las sirenas y
los sátiros con las formas más extravagantes posibles, pueden crear una naturaleza
nueva en todos los conceptos, sino que entremezclan los miembros de animales
diversos; incluso si piensan algo de tal manera nuevo que nada en absoluto haya
sido visto que se le parezca ciertamente, al menos deberán ser verdaderos los colores con los que se componga ese cuadro. De la misma manera, aunque estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá
de reconocer al menos otros verdaderos más
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