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POR QUÉ HE ROBADO Alexandre Marius Jacob

ddffmm26 de Abril de 2015

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POR QUEÉ HE ROBADO

Alexandre Marius Jacob

Los trabajadores de la noche

Del 8 al 22 de marzo de 1905, tiene lugar en la audiencia de Amiens

(Francia) el proceso contra "los trabajadores de la noche", detenidos

desde 1903, detención que ponía fin a una actividad de tres años con

más de 150 robos en domicilios, hoteles, castillos e iglesias.

La banda que Alexandre Jacob formara con su compañera Rose

Roux, su madre Marie Berthou, y algunos otros camaradas se

proponía practicar el robo de manera científica -se dividen Francia

en tres partes según la red ferroviaria- no como medio de

reapropiación personal sino como una forma de ataque contra el

mundo de los poderosos y como perturbación social.

La audiencia de Amiens les condenó a muchos años de cárcel y, a

algunos, a Jacob, a trabajos forzados de por vida. Presentado recurso

de casación, Marius Jacob es condenado en Orleans, el 24 de julio de

1905, a veinte años de trabajos forzados, y será deportado al penal de

la Guayana francesa, donde permanecerá desde 1906 hasta finales de

1925, tiempo en el que intentará una veintena de evasiones, y pasará

nueve años en celdas de castigo.

"Por qué he robado" es el texto de inculpación que Jacob leyó ante

los jueces de la audiencia de Amiens, y que aquí reproducimos.

También incluimos la carta que escribió a su madre después de la

sentencia de la audiencia de Orleans.

Señores,

Ahora sabéis quien soy: un rebelde que vive del producto de sus

robos. Aun más: he incendiado hoteles y he defendido mi libertad

contra la agresión de los agentes del poder. He puesto al

descubierto toda mi existencia de lucha; la someto, como un

problema, a vuestras inteligencias. No reconociendo a nadie el

derecho a juzgarme, no imploro ni perdón ni indulgencia. Nada

solicito a quienes odio y desprecio. ¡Sois los más fuertes! Disponed

de mí de la manera que lo entendáis, mandarme al presidio o al

patíbulo, ¡poco me importa! Pero antes de separarnos, dejarme

deciros unas últimas palabras.

Ya que me reprocháis sobre todo ser un ladrón, es útil definir lo

que es el robo.

Para mí, el robo es la necesidad que siente cualquier hombre de

coger aquello que necesita. Esta necesidad se manifiesta en

cualquier cosa: desde los astros que nacen y mueren igual que los

seres, hasta el insecto que se mueve por el espacio, tan pequeño, tan

ínfimo que nuestros ojos pueden apenas distinguirlo. La vida no es

sino robos y masacres. Las plantas, los animales se devoran entre

ellos para subsistir. Uno no nace sino para servir de pasto al otro; a

pesar del grado de civilización, de perfeccionabilidad, el hombre no

se sustrae a esta ley si no es bajo pena de muerte. Mata las plantas y

los animales para alimentarse de ellos. Rey de los animales, es

insaciable.

Aparte de los objetos alimenticios que le aseguran la vida, el

hombre se alimenta de aire, de agua y de luz. Ahora bien ¿se ha

visto alguna vez a dos hombres disputarse, degollarse por estos

alimentos? No que yo sepa. Sin embargo son los alimentos más

preciosos sin los cuales un hombre no puede vivir. Podemos estar

varios días sin absorber substancias por las que nos hacemos

esclavos. ¿Podemos hacer igual con el aire? Ni siquiera un cuarto

de hora. El agua forma las tres cuartas partes de nuestro organismo

y nos es indispensable para mantener la elasticidad de nuestros

tejidos. Sin el calor, sin el sol, la vida sería imposible.

Luego, cualquiera coge, roba estos alimentos. ¿Se hace de ello un

crimen, un delito? ¡Cierto que no! ¿Por qué se reserva el resto?

Porque comporta un gasto de energía, una suma de trabajo. Pero el

trabajo es lo propio de una sociedad, es decir la asociación de todos

los individuos para alcanzar, con poco esfuerzo, el máximo de

felicidad. ¿Es ésta la imagen de lo que hay? ¿Se basan vuestras

instituciones en una organización de este tipo? La verdad demuestra

lo contrario. Cuanto más trabaja un hombre, menos gana; cuanto

menos produce, más beneficio obtiene. El mérito no se tiene pues en

consideración. Sólo los audaces se hacen con el poder y corren a

legalizar sus rapiñas. De arriba a abajo de la escala social no hay

más que bellaquería de una parte e idiotez de la otra. ¿Cómo

queríais que, lleno de estas verdades, respetara tal estado de cosas?

Un comerciante de alcohol o un dueño de burdel se enriquecen,

mientras que un hombre de genio va a morir de miseria en un

camastro de hospital. El panadero que amasa el pan lo tiene en

falta; el zapatero que confecciona miles de zapatos enseña sus

dedos del pie; el tejedor que fabrica montones de ropa no tiene con

que cubrirse; el albañil que construye castillos y palacios carece de

aire en su infecto cuartucho. Aquellos que producen todas las

cosas, nada tienen, y los que nada producen lo tienen todo.

Tal estado de cosas no puede sino producir el antagonismo entre

las clases trabajadoras y la clase poseedora, es decir holgazana.

Surge la lucha y el odio golpea.

Llamáis a un hombre "ladrón y bandido", le aplicáis el rigor de la

ley sin preguntaros si él puede ser otra cosa. ¿Se ha visto alguna vez

a un rentista hacerse ratero? Confieso no conocer a ninguno. Pero

yo que no soy ni rentista ni propietario, que no soy más que un

hombre que sólo tiene sus brazos y su celebro para asegurar su

conservación, he tenido que comportarme de otro modo. La

sociedad no me concedía más que tres clases de existencia: el

trabajo, la mendicidad o el robo. El trabajo, lejos de repugnarme,

me agrada, el hombre no puede estar sin trabajar, sus músculos, su

cerebro poseen una cantidad de energía para gastar. Lo que me ha

repugnado es tener que sudar sangre y agua por la limosna de un

salario, crear riquezas de las cuales seré frustrado. En una palabra,

me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo. La

mendicidad es el envilecimiento, la negación de cualquier dignidad.

Cualquier hombre tiene derecho al banquete de la vida.

El derecho de vivir no se mendiga, se toma.

El robo es la restitución, la recuperación de la posesión. En vez de

encerrarme en una fábrica, como en un presidio; en vez de

mendigar aquello a lo que tenía derecho, preferí sublevarme y

combatir cara a cara a mis enemigos haciendo la guerra a los ricos,

atacando sus bienes. Ciertamente, veo que hubierais preferido que

me sometiera a vuestras leyes; que, obrero dócil, hubiese creado

riquezas a cambio de un salario irrisorio y, una vez el cuerpo ya

usado y el cerebro embrutecido, hubiese ido a reventar en un rincón

de la calle. Entonces no me llamaríais "bandido cínico", sino

"obrero honesto". Con halago me hubierais incluso impuesto la

medalla del trabajo. Los curas prometen el paraíso a sus

embaucados; vosotros sois menos abstractos, les ofrecéis papel

mojado.

Os agradezco tanta bondad, tanta gratitud, señores. Prefiero ser

un cínico consciente de mis derechos que un autómata, que una

cariátide.

Desde que tuve conciencia me dediqué al robo sin ningún

escrúpulo. No entro en vuestra pretendida moral que predica el

respeto a la propiedad como una virtud mientras que en realidad no

hay peores ladrones que los propietarios.

Podéis estar satisfechos de que este prejuicio haya calado en el

pueblo ya que es vuestro mejor gendarme. Conociendo la

impotencia de la ley y de la fuerza, habéis hecho de él el más sólido

de vuestros protectores. Pero parad atención; todo tiene un tiempo.

Todo lo que se construye por la astucia y la fuerza, la astucia y la

fuerza pueden destruirlo.

El pueblo evoluciona cada día. Mirad que todos los muertos de

hambre, todos los miserables, en una palabra, todas vuestras

víctimas, instruidos por estas verdades, conscientes de sus derechos,

armados con palancas, no vayan a asaltar vuestros domicilios para

retomar las riquezas que ellos han creado y que vosotros les habéis

robado. ¿Creéis que serían más desgraciados? Creo que todo lo

contrario. Si se lo piensan bien preferirán correr cualquier riesgo

antes que engordaros gimiendo en la miseria. ¡La cárcel, el

presidio, el patíbulo! diréis. Pero qué son estas perspectivas

comparadas con una vida embrutecida, llena de sufrimientos. El

minero que gana su pan en las entrañas de la tierra, sin ver jamás

lucir el sol, puede morir de un momento a otro víctima de una

explosión de grisú; el pizarrero que deambula por los tejados puede

caer y hacerse mil pedazos; el marinero conoce el día de su partida

pero ignora si volverá a puerto. Un buen número de obreros cogen

enfermedades fatales durante el ejercicio de su oficio, se agotan, se

matan para crear para vosotros; y hasta los gendarmes, los

policías, que por un hueso que

...

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