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Para No Perdernos En La Globalización: Una Reflexión Desde La ética

ledsillo4 de Diciembre de 2012

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Para no perdernos en la globalización: una reflexión desde la ética

Joan Fontrodona

La globalización es un proceso imparable al que la tecnología y el afán humano y económico por romper las barreras están impulsando de forma definitiva. En este entorno en el que la competitividad, el consumismo o la lógica de los resultados se erigen como principios generales de funcionamiento, los directivos necesitan afianzar algunos valores, creencias y su propia personalidad para no perder la orientación y las referencias necesarias.

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Cada época histórica tiene unas características propias que la hacen única y que permiten a quienes viven esa época sentirse parte de un momento culminante en la historia de la humanidad. Sólo el paso de los años y la necesaria distancia permiten juzgar con objetividad la importancia de esa época y de sus protagonistas en el conjunto de la historia. ¿Qué grupos de música serán recordados en el futuro?, ¿qué libros actuales se estudiarán dentro de un siglo?, ¿cuántos políticos que ahora ocupan las primeras páginas de los periódicos caerán en el olvido?

Ciertamente, hay algunas circunstancias que nos permiten suponer que somos protagonistas ¬o, más bien, espectadores¬ de uno de esos momentos de cambio en la historia de la humanidad. Hemos vivido un cambio no sólo de siglo, sino también de milenio, aunque es cierto que al cruzar la barrera de 2000 las cosas han seguido más o menos como estaban: ni hemos sufrido la fiebre de un milenarismo que asocia estos acontecimientos a grandes catástrofes, ni se han cumplido las imágenes de las películas de ciencia-ficción. Hemos vivido de primera mano la irrupción de grandes avances tecnológicos: hemos visto nacer Internet y, al paso que vamos, con los cambios sucediéndose exponencialmente, veremos aparecer otras muchas innovaciones.

Sólo dentro de muchos años sabremos ¬sabrán quienes nos sucedan¬ si de verdad nos encontramos en un momento histórico. No obstante, al menos es cierto que para vivir en este mundo y tener ciertas probabilidades de sobrevivir en él debemos ser conscientes de cuáles son las circunstancias con las que nos encontraremos. Los hombres prudentes ¬se dice¬ son aquéllos que saben prever los acontecimientos; los necios, tan sólo los constatan.

Quisiera que en este artículo nos detuviésemos a pensar por un momento en cómo es el mundo en el que vivimos, qué referencias nos pueden ayudar a orientarnos y con qué actitud deberíamos actuar en él. En el fondo se trata de una pregunta de gran contenido ético. Primero, porque la ética es la ciencia que estudia cómo las acciones humanas influyen en el desarrollo personal del propio hombre, modificando sus valores y creencias, y su propia personalidad. En segundo lugar, porque ¬como espero que se vaya viendo a lo largo del texto¬ la ética puede servirnos de punto de referencia para no perdernos en el agitado mundo en el que vivimos.

¿EN QUÉ MUNDO VIVIMOS?

Una pregunta así no puede tener una respuesta exhaustiva y, por tanto, no es ésta mi intención. Se trata de hacer una descripción suficientemente amplia de algunas características que den pie a la reflexión y a la discusión.

Una primera idea que aparece al caracterizar el mundo actual es la idea de globalización. Es un término habitual y recurrente en conferencias, congresos y artículos de prensa. Ya sabíamos que vivíamos en un globo terráqueo, pero hasta ahora era una realidad inabarcable. Durante siglos fue una realidad desconocida por el hombre; después, durante otros cuantos siglos ha sido una realidad conocida, pero, desde el punto de vista práctico, inalcanzable. Dar la vuelta al mundo era una de esas gestas que quedaban en los libros de historia o, al menos, en el libro Guinness de récords.

La historia moderna se ha escrito en buena medida a partir del desmembramiento de los imperios, la aparición de los estados, las guerras entre países y las uniones políticas. También desde el punto de vista económico, la historia se ha escrito a partir del comercio entre naciones, las políticas proteccionistas, la división entre países desarrollados y subdesarrollados, el poder económico de ciertas naciones o los tratados internacionales. Desde el punto de vista social, el llamado “choque de civilizaciones” ha puesto de relieve las diferencias culturales entre los hombres y ha pasado por distintas fases, hasta alcanzar hoy un entorno de respeto y mutua aceptación, no sin ciertas tendencias de colonialismo cultural por parte de las naciones más poderosas.

El afán por la globalización no debe hacernos perder de vista que el hombre es un ser espiritual y corpóreo, que necesita, para existir, una serie de coordenadas espacio-temporales, que le sirvan de referencia en su actuación, para no perderse, de igual modo que los hombres de la mar se guían por las estrellas para no perder el rumbo. Por eso el hombre necesita referentes para su actuación: la familia, el ejemplo de aquéllos que le merecen autoridad, la legislación o modelos a quienes imitar.

La globalización tiene muchas cosas a favor; nos abre infinitas posibilidades de actuación. La supresión de barreras y de límites es siempre algo bueno para favorecer la libertad humana, pero, al mismo tiempo, podemos correr el peligro de perdernos ante un mundo que de pronto se nos torna inmediato. Ésta es la idea del global village: el mundo entero se nos vuelve del tamaño de una aldea. Todo está al alcance de la mano ¬bricks and clicks¬, todo es inmediato, fácil, instantáneo.

Sin embargo, el problema es que podemos perder perspectiva, porque todo está a la misma distancia, como cuando uno utiliza gafas (no nos damos cuenta, pero las gafas quitan perspectiva, achatan el mundo). Entonces, lo cercano y lo lejano se confunden: hace unos años, la gente estaba perfectamente informada de lo que ocurría en su calle o a sus vecinos, y no tenía ni idea de lo que pasaba en África o en el Lejano Oriente; hoy día, podemos estar informados al momento de la cotización de la bolsa de Japón o de los problemas en Sierra Leona y desconocer lo que le pasa a nuestro vecino. Se empieza a confundir también lo real y lo virtual: un personaje de ficción, Ananova, que ha sido adquirido por 95 millones de libras esterlinas, nos lee las noticias durante las 24 horas del día. Y, más aún, se confunde lo importante con lo urgente: interrumpimos nuestro trabajo cuando el ordenador nos avisa de que hemos recibido un correo electrónico, o el teléfono móvil suena en las situaciones más comprometidas.

El tema de la globalización es ya un punto sin retorno, que está cambiando y va a cambiar nuestros hábitos de conducta y también las formas de hacer negocios. Conviene que nos sepamos adelantar para saber aprovechar las indudables ventajas que encierra, procurando reducir los peligros, que también existen. Para ello, necesitamos un cierto orden, para poner en la debida perspectiva las ventajas y los inconvenientes, las promesas y las realidades, las modas y las responsabilidades.

Una segunda característica evidente es el progreso tecnológico en el que estamos inmersos. Sin él, sería imposible la globalización. El mundo se nos hace cercano porque cada vez nos resulta más fácil hacernos con él. Los cambios tecnológicos crecen a una velocidad exponencial. Tenemos, incluso, la sensación de quedar desbordados por el avance de la tecnología.

El mandato divino de dominar el mundo quizá no ha tenido nunca un cumplimiento tan efectivo como hasta hoy. La mentalidad moderna supuso un cambio en la relación del hombre con su entorno. Hasta entonces había predominado la actitud contemplativa del hombre hacia el mundo. El humanismo renacentista, en el que el hombre estaba en el centro de los intereses intelectuales, cedió el paso al triunfo del método científico, al auge de las ciencias empíricas, a la transformación del mundo, como Marx sentenció en su famosa tesis undécima sobre Feuerbach. El paso del predominio del método empírico al auge de la tecnología no es más que la consecuencia lógica en este proceso derivativo desde la contemplación hasta la acción. El método nos ayuda a explicar las leyes de la evolución del mundo; la tecnología, en cambio, nos permite transformarlo.

El progreso tecnológico pone de manifiesto la enorme potencialidad de la inteligencia humana. Sin embargo, no deja de ser una técnica, que tiene, por tanto, una simple consideración de medio. Como tal, el progreso puede ser bien o mal utilizado, porque además no le corresponde a él determinar los fines. De ahí que se ciernan algunas sombras de duda sobre el progreso tecnológico, que a menudo quiere presentarse como un paisaje idílico. Puesto que el hombre no es capaz de prever todas las consecuencias de su acción, siempre queda abierta la posibilidad de la aparición de efectos secundarios no previstos. Que no los hubiéramos previsto no significa que no seamos responsables de ellos. No obstante, más responsabilidad tenemos todavía en aquellos efectos que sí eran previsibles y que no supimos o no quisimos prever.

Muchas de las preguntas que desde el punto de vista ético se suscitan con respecto al progreso tecnológico se encierran en una de estas dos situaciones: efectos secundarios no previstos a los que hay que dar solución o efectos previsibles que por omisión no se plantearon. Éstas son algunas de las cuestiones que recientemente se han planteado: ¿pueden ponerse límites a la libertad de expresión (censura de contenidos) en la red?, ¿cómo se puede proteger la privacidad en la red frente a la posibilidad de almacenamiento y comercialización de datos privados?,

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