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La Etica Y La Globalizacion

katya2012 de Enero de 2013

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LA GLOBALIZACIÓN Y LA ÉTICA EMPRESARIAL

INTRODUCCION.

Durante mucho tiempo, ética y empresa han sido conceptos que se han movido en planos de la realidad distintos. La ética se ha vinculado con lo que cada uno cree que está bien o mal. Otros la definían como un modo de ser, de estar y de actuar ante la realidad circundante. O incluso, como el arte de hacer las cosas bien desde todos los puntos de vista posibles. La empresa, por el contrario, se ha concebido como un ente objetivo, siendo una institución ligada al beneficio, y por tanto, que requiere de criterios económicos y no morales.

Hoy en día la situación ha evolucionado. Congresos, conferencias o medios de comunicación se ocupan de nuevo de unir las palabras ética y empresa, en concreto al hablar de la ética empresarial.

Alrededor de los años 50 del siglo XX, debido a la aparición de los modelos teóricos que desembocaron en las primeras escuelas de dirección de empresas, se produjo el primer encuentro entre la ciencia ética y las teorías de la dirección. Es entonces cuando se comienza a concebir a la empresa como una comunidad de personas. Se desarrollan las teorías de la responsabilidad social; se introducen los criterios de justicia en el reparto del valor económico añadido.

En los años siguientes en los que la oferta de formación empresarial creció, con el influjo de los modelos anglosajones de dirección que pasaron a dominar el mundo occidental —y en consecuencia, España también—, pareció que la ética estaba ausente, y el positivismo y el pragmatismo dejaban poco espacio a las teorías humanistas. Se puede afirmar que hay un paréntesis en el desarrollo de la ética empresarial en España y en el mundo occidental hasta los años setenta y ochenta del siglo XX.

Es a partir de este momento cuando se comienza a experimentar un proceso profundo y acelerado de cambios, sin precedentes en la historia de la humanidad. Este cambio es voraz, complejo, turbulento e imprevisible, que llega de forma avasalladora y alcanza todos los segmentos de la sociedad. Tales mutaciones imprimen un dinamismo tecnológico y científico, y las consecuentes revisiones de valores, de forma jamás vista que alcanzan en pleno nuestra vida cotidiana y el de las organizaciones empresariales.

La concepción de las empresas ha cambiado mucho en los últimos años, lo que ha llevado a considerar que tienen una seria responsabilidad moral para con la sociedad, independientemente de las responsabilidades individuales de sus miembros:

El papel de las organizaciones como núcleo básico de las sociedades poscapitalistas, que hace indispensable una ética de las organizaciones para devolver la moral de la sociedad.

La toma de conciencia de que la ética constituye una exigencia impuesta por la propia viabilidad del sistema económico en su conjunto. Si el comportamiento inmoral se convierte en norma acaba con la confianza y la lealtad, provocando importantes disfunciones en el mercado.

La existencia de una conciencia de la solidaridad (el mal que se hace siempre perjudica a alguien) y una conciencia de la alteridad, que no lleva a no hacer a los demás lo que no deseamos para nosotros.

El miedo a la mala imagen y a las sanciones legales, que pueden derivar para la organización el descubrimiento de su falta de ética, etc.

No puede por tanto concebirse la actividad de las organizaciones al margen de la ética o regida por unas reglas del juego diferentes que justifican actuaciones inaceptables desde la perspectiva de la moral individual.

La economía de la globalización.

Los grandes rasgos que caracterizan a la economía global y mundializada en la cual nos desenvolvemos hoy en día son los que se nombran a continuación:

La nueva situación económica se basa en el libre mercado de manera indiscutible.

El marco presente de la economía mundializada se centra en una dimensión internacional y en la apertura de los mercados (de productos, de factores y capitales), frente a posturas proteccionistas.

La globalización trae consigo un incremento de competitividad entre las empresas para conseguir adaptarse a las nuevas situaciones. Esta adaptación consiste en reducir todo tipo de costes, apostar por la innovación tecnológica, flexibilizar los contratos de los trabajadores, etc. Un claro ejemplo de este aumento de la competitividad aparece en la creciente ola de fusiones, adquisiciones y alianzas estratégicas y, en caso contrario, en el esfuerzo en crecer diversificando o invirtiendo en abrir nuevos mercados.

La velocidad a la que se dan los cambios tecnológicos y organizativos no tiene comparación a la de etapas pasadas. La microelectrónica, la biotecnología, los nuevos materiales, las nuevas herramientas de gestión hacen que las empresas teman el quedar anticuadas dado la rapidez a la que se producen los cambios.

Las economías industriales según entran en la dinámica de una competencia mundializada cobra mayor importancia el sector servicios.

Son las grandes empresas y globalizadas las que más facilidades tienen para integrarse en esta economía globalizada porque tales compañías son organizaciones con una coordinación centralizada de redes alrededor del mundo.

En definitiva, la economía globalizada se va a centrar en el mercado y se fundamenta en el sector privado, alcanza todo el mundo, más competitiva y conoce cambios más rápidos, y son las grandes empresas multinacionales las principales protagonistas ya que cuentan mayores posibilidades de operar en dicho escenario.

¿Es pensable una “Ética Mundial”, ante el claroscuro de la globalización?

El fenómeno de la globalización presenta una dimensión moral tan honda, que merecería ser tratado desde una Ética Económica amplia, rigurosa y sólidamente fundamentada. Porque, mezclados con las nuevas oportunidades que la globalización ofrece a las empresas y a los países (afluencia de capitales, creación de riqueza y de empleos), descubrimos también serios peligros (las debilidades, las amenazas ocultas en el sistema). Estas amenazas se tornan visibles por sus frutos (nueva división del trabajo, desigualdad creciente, al menos por el momento, entre países pobres y ricos) y al hilo de algunos de los impactos y consecuencias negativas que acompañan al proceso, crisis y desajustes, tal vez inevitables, pero que se saldan con elevados costes sociales a corto plazo, injusta y desigualmente repartidos.

Dicho en plata: que, como no podía ser de otra forma, no todo son luces en este nuevo escenario. Hay también, como contraste, bastantes oscuridades que no procede silenciar. A menos que estemos dispuestos a echar por la borda un objetivo que para muchos de nosotros constituye meta irrenunciable de toda política económica bien concebida. Dicha meta que ha de ser vista como complementaria de aquella otra primera, más obvia e inmediata, cual es la de la búsqueda del crecimiento económico, tiene un hondo calado ético y cristiano; a saber: la justicia social y la búsqueda de la equidad en el reparto, no sólo de los beneficios obtenidos, sino también de las contribuciones y los esfuerzos a realizar.

Desde un punto de vista ético, no nos está nunca permitida la complacencia fácil en el statu quo. Todo es mejorable y perfectible; no hay techo para la realización de la justicia y la humanización. Por eso, no es suficiente con que nos hayamos dotado a escala planetaria de un orden económico homogéneo, encauzado, en buena hora, desde la libertad de empresa y el mecanismo del mercado. Este orden económico necesita ser complementado con un orden social estable, fundamentado, a su vez, en los principios democráticos y en la lucha contra la corrupción y, sobre todo, con un sistema de reparto justo y equitativo.

Al margen de estas importantes consideraciones, otras circunstancias hacen necesaria la presencia de la Ética en el nuevo panorama. Enunciémoslas:

• En primer lugar, la conciencia de una interdependencia creciente entre todos los países. Como sabemos, lo que ocurre en una parte del mundo tarda escasos minutos en repercutir a miles de kilómetros.

En segundo lugar, un desasosegante aumento de la incertidumbre, derivado de la rapidez y la velocidad con que se producen los cambios.

En tal sazón, si no están firmes al menos algunos principios básicos -y muy particularmente, algunos principios éticos-, corremos el peligro de ser engullidos por el vértigo de este torbellino socioeconómico y cultural.

• En tercer término, el reconocimiento de que compartimos cada vez mayor número de problemas; o, más propiamente dicho: que un número creciente de problemas muy serios nos afectan a todos, y que no tendrán solución a menos que los ataquemos desde planteamientos globales.

Pensemos a este respecto en asuntos tales como, por ejemplo: el agujero de la capa de ozono, el efecto invernadero, la lluvia ácida, la amenaza a la biodiversidad, la desaparición de los bosques, la disminución de las reservas energéticas tradicionales, el aumento de la población... Por un lado, es obvio que se trata de problemas de hondo calado moral; son, por otra parte, problemas que se agudizan desde el punto y hora que se plantean en un contexto mundializado como el que nos toca vivir.

Consecuentemente no podrá haber solución posible para aquellos problemas, más que desde principios éticos que se plasmen en planteamientos globales y se traduzcan en acciones coordinadas a nivel mundial, pero ello será difícilmente posible.

Mucho antes de que MacLuham hablara de la “aldea global”, ya decíamos por aquí que “el mundo es un pañuelo”. Sin embargo, ese pequeño mundo nuestro es, sociológicamente hablando,

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