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Para Que La Filosofia

RLUIS11 de Junio de 2012

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¿Por qué la filosofía?

“No pienso dejarlo al momento y marcharme,

sino que le voy a interrogar, a examinar y a refutar,

y, si me parece que no ha adquirido la virtud y dice que sí,

le reprocharé que tiene en menos lo digno de más

y tiene en mucho lo que vale poco.”

Platón: Apología.

“Debo vivir filosofando y examinándome

a mí mismo y a los demás” (Sócrates)

Platón: Apología

1.- ¿Qué es filosofía?

No es fácil dar una definición cerrada de filosofía, pues, implica un acto abarcadoramente humano (desde la vida común hasta la especialización científica). ‘Filosofía’ se puede decir de varias maneras. Etimológicamente, en una traducción excesivamente convencional, filosofía viene a ser amor a la sabiduría (philos = amigo o amante; sophía = sabiduría, saber teórico, entendimiento y/o ciencia).

Intentando una definición, en primer lugar decimos que la filosofía no constituye un cuerpo de doctrinas específico, propio y exclusivo; más bien es una actividad humana racional de reflexión sobre todos aquellos aspectos que se consideran fundamentales en distintos ámbitos de la vida humana. En esta reflexión, la crítica juega un papel imprescindible; es decir, la vida de la filosofía está dada por la actitud de crítica permanente a los supuestos, a las nociones fundamentales, a las teorías, a las creencias básicas, a los objetivos y métodos de la vida científica, a los prejuicios, e inclusive a la vida ordinaria. O sea, hacer filosofía viene del lado del esfuerzo para salir de nuestra ‘existencia perezosa’ (tomarlo todo como viene sin ponerlo en tela de juicio), de no quedarnos en nuestras certidumbres, en nuestros presupuestos recibidos, sino examinarlos y quizá superarlos. Esto no quiere decir que debamos rechazar lo sistémico y avanzado por los pensadores; claro que no, ellos también partieron de las preguntas cotidianas, sólo que, después de un trabajo fuerte de análisis-síntesis, lo sistematizaron.

2.- Por qué es importante la filosofía

(Pequeño fragmento de la entrevista de Bryan Magge al filósofo Isaiah Berlin)

Bryan Magee: ¿Qué razón puede usted dar a alguien para que se interese en la filosofía, si es que aún no lo ha hecho por propia iniciativa, o si el sistema educativo no le ha inculcado este interés?

Isaiah Berlin: En primer lugar, los problemas filosóficos son interesantes por sí mismos. A menudo se refieren ciertos supuestos, en los que se fundamenta una gran cantidad de creencias generalizadas. La gente no desea que tales supuestos se examinen demasiado; comienza a sentirse incómoda cuando se le obliga a analizar en qué se fundan realmente sus creencias; pero, en realidad son motivos de análisis filosófico gran cantidad de creencias ordinarias, de sentido común. Cuando se examinan críticamente, resultan, en ocasiones, mucho menos firmes, y su significado e implicaciones mucho menos claros y firmes que lo que parecían a primera vista. Al analizarlas y cuestionarlas, los filósofos amplían el autoconocimiento del hombre.

B.M.: A todos nos molesta que sondeen nuestras creencias y convicciones más allá de cierto límite y, pasado ese límite, nos negamos a hacer más sondeos. ¿Por qué somos así?

I.B.: Supongo que, en parte, porque a la gente no le gusta que se le analice en demasía; que se ponga al descubierto sus raíces y que se le inspeccionen muy de cerca, y en parte, porque la necesidad misma de la acción impide este escrutinio. Si se está activamente comprometido en alguna forma de vida, resulta inhibitorio y, quizá finalmente, paralizante, el que se le pregunte constantemente: “¿Por qué hace esto? ¿Está seguro que las metas que pretende lograr son verdaderas metas? ¿Está seguro de que lo que hace no va, de ninguna manera, en contra de las reglas, principio o ideales morales en los que pretende creer? ¿Está seguro de que algunos de sus valores no son mutuamente incompatibles, y de que no quiere confesárselo? Cuando se enfrenta a alguna disyuntiva, de cualquier índole, ¿no se encentra, en ocasiones, tan nervioso que no desee enfrentarse a ella, y que cierra los ojos e intenta pasar la responsabilidad a una espalda más ancha: al Estado, a la Iglesia, a la clase social, a alguna otra asociación a la que pertenezca, quizá al código moral general de la gente decente ordinaria, cuando debería pensar en el problema y resolverlo por usted mismo?” Muchísimas de estas preguntas desaniman a la gente, o la irritan; minan su confianza en sí misma y, por ende, suscitan resistencias.

Platón hace decir a Sócrates que una vida sin examen no merece vivirse. Pero si todos los integrantes de una sociedad fuesen intelectuales escépticos, que estuvieran examinando constantemente los presupuestos de sus creencias, nadie sería capaz de actuar. Sin embargo, si los presupuestos no se examinan y se dejan al garete, las sociedades corren el riesgo de osificarse; las creencias, endurecerse y convertirse en dogmas; distorsionarse la imaginación, y tornarse estéril el intelecto. Las sociedades pueden decaer a resultas de dormirse en el mullido lecho de dogmas incontrovertidos. Si ha de despertarse la imaginación; si ha de trabajar el intelecto, si no ha de hundirse la vida mental, y no ha de cesar la búsqueda de la verdad (o de la justicia, o de la propia realización), es preciso cuestionar las suposiciones; ponerse en tela de juicio los presupuestos; al menos, lo bastante para conservar en movimiento a la sociedad. Los hombres y las ideas avanzan, en parte, por parricidio; mediante el cual los hijos matan, si no a sus padres, al menos las creencias de sus padres, y adoptan nuevas creencias. De esto es de lo que dependen el desarrollo y el progreso. Y, en este proceso, tienen un papel preponderante quienes formulan estas preguntas inquietantes, y tienen una profunda curiosidad acerca de la respuesta. Cuando emprenden esta actividad de manera sistemática y utilizan métodos racionales (también expuestos al escrutinio crítico, se les denomina filósofos).

B.M: ¿En qué consiste la tarea del filósofo?

I.B: No es tarea del filósofo moral, como tampoco del novelista, guiar la vida de la gente. Su tarea es enfrentarla a los problemas; a la gama de los posibles caminos de acción; explicarle qué podría escoger y por qué. Debe tratar de iluminar los factores que están en juego; revelar la gama más amplia de posibilidades y sus implicaciones; mostrar el carácter de cada posibilidad, no aislada, sino como elemento de un contexto más amplio; quizá de toda una forma de vida. Más aún: debe mostrar cómo abrir una puerta puede hacer que otras se abran o se cierren; en otras palabras, revelar la inevitable incompatibilidad o choque entre algunos valores; a menudo, valores inconmensurables; o bien, para expresarlo de manera ligeramente diferente, señalar las pérdidas y las ganancias implicadas en una acción, en toda una forma de vida; a menudo no en términos cuantitativos, sino en términos de principios o de valores absolutos, que no siempre pueden armonizarse. Cuando, de esta manera, el filósofo moral ha situado una conducta en su contexto moral, ha identificado su posición en un mapa moral; ha relacionado su carácter, motivación finalidad con la constelación de valores a la que pertenece; ha obtenido sus consecuencias probables y sus implicaciones pertinentes; ha argumentado a favor o en contra de ella, o tanto a favor como en contra de la misma, con todo el conocimiento, comprensión, habilidad lógica y sensibilidad moral que posea, y entonces ha realizado su labor de consejero filosófico. Su tarea no es predicar, exhortar, alabar o condenar, sino sólo iluminar: de esta manera puede ayudar; pero entonces toca a cada individuo o grupo, a la luz (de la que nunca puede haber bastante) de lo que creen y de lo que buscan, decidir por sí mismos. El filósofo no puede hacer más que aclarar, lo más que pueda, lo que está en juego. Pero hacerlo es ya hacer mucho.

3.- Por qué leer filosofía hoy

La filosofía tiene la curiosa reputación de ser, al mismo tiempo, una actividad misteriosa y accesible. Se le atribuyen poderes de penetración en los secretos de la naturaleza o de la existencia, se asocia su ejercicio a la vida solitaria del pensador y se cree, desde tiempos remotos, que el filósofo anda, literalmente, en las nubes, desligado de las preocupaciones reales de la vida práctica. Es conocida la anécdota que relata Diógenes Laercio sobre la mujer que, viendo al filósofo Tales de Mileto tropezar y caer en un hoyo, le dice: “Oh Tales, tú presumes ver lo que está en el cielo, cuando no ves lo que tienes en tus pies”. Al mismo tiempo, sin embargo, se considera igualmente que la filosofía es una actividad accesible a todos, que cualquier persona posee la capacidad de expresar razonadamente sus pensamientos y que la filosofía debería ocuparse de los problemas reales de la sociedad y de su transformación. Escribe así Hegel, por ejemplo, que la filosofía es “la comprensión de la propia época en pensamientos”.

Esta contradictoria reputación es, en realidad, el rostro más interesante de la filosofía, y lo que produce, acaso, su mayor fuerza de atracción. Teniendo como su objetivo principal la comprensión del sentido de la realidad y

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