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Programacion lineal


Enviado por   •  8 de Julio de 2013  •  835 Palabras (4 Páginas)  •  254 Visitas

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Mitch vio el sol azul danzar en torno a él y oscurecerse, y supuso que era de

noche, pero el aire era ligeramente verdoso y en absoluto frío. Sintió un pinchazo de

dolor en la parte superior del muslo y una sensación de malestar general en el estómago.

No estaba en la montaña. Parpadeó para aclarar la vista e intentó incorporarse para

frotarse la cara. Una mano le detuvo y una suave voz femenina le dijo en alemán que

fuese un buen chico. Mientras le ponía un paño frío y húmedo sobre la frente, la mujer

le dijo, en inglés, que estaba algo magullado, sus dedos y su nariz se habían congelado y

tenía una pierna rota. Unos minutos después volvía a dormir.

Inmediatamente después, despertó y consiguió incorporarse hasta quedar sentado

sobre una crujiente y dura cama de hospital. Se encontraba en una habitación con otros

cuatro pacientes, dos junto a él y otros dos enfrente, todos hombres, todos de menos de

cuarenta años. Dos tenían piernas rotas sobre cabestrillos como los de las películas

cómicas. Los otros dos tenían brazos rotos. Su propia pierna estaba escayolada, pero no

en cabestrillo.

Todos los hombres tenían los ojos azules, eran fuertes y enjutos, atractivos, con

rasgos aquilinos, cuellos delgados y mandíbulas alargadas. Lo observaban con atención.

Por fin veía la habitación con claridad: paredes de cemento pintadas, camas con

cabezales lacados en blanco, una lámpara portátil sobre un soporte cromado que había

confundido con un sol azul, suelo de baldosas jaspeadas de marrón, el aire cargado de

vapor y antiséptico, un olor general a alcanfor.

A la derecha de Mitch, un hombre joven muy tostado por el sol, con las rosadas

mejillas pelándosele, se inclinó hacia él y le habló.

—Eres el americano con suerte, ¿verdad? —La polea y las pesas que mantenían

su pierna elevada chirriaron.

—Soy americano —dijo Mitch con voz ronca—, y debo de tener suerte, porque

no estoy muerto.

Los hombres intercambiaron miradas solemnes. Mitch comprendió que su

experiencia debía haber sido tema de conversación durante un tiempo.

—Todos estamos de acuerdo en que es mejor que sean otros alpinistas los que te

informen.

Antes de que Mitch pudiese objetar que él no era realmente un alpinista, el joven

tostado le dijo que sus compañeros habían muerto.

—El italiano con el que te encontraron, en el serac, se rompió el cuello. Y a la

mujer la encontraron mucho más abajo, enterrada en el hielo.

Y luego, con ojos inquisitivos, ojos del mismo color que el cielo que Mitch había

visto sobre la cresta de la montaña, el joven preguntó:

—Los periódicos y la televisión lo han dicho. ¿De dónde sacó el cadáver del

bebé?

Mitch tosió. Vio una jarra de agua en una bandeja junto a su cama y bebió un

vaso. Los alpinistas le observaban como duendes atléticos arropados

...

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