Republica Platon
juanilabailarina3 de Noviembre de 2013
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X.
Y yo, que siempre había admirado, desde luego, las dotes
naturales de Glaucón y Adimanto, en aquella ocasión sentí sumo deleite
al escuchar sun palabras y exclamé:
-No carecía de razón, ¡oh, herederos de ese hombre!, el amante de
Glaucón, cuando, con ocasión de la gloria que alcanzasteis en la batalla
de Mégara, os dedicó la elegía que comenzaba:
¡Oh, divino linaje que sois de Aristón el excelso!
Esto, amigos míos, me parece muy bien dicho. Pues verdaderamente
debéis de tener algo divino en vosotros si, no estando persuadidos de
que la injusticia sea preferible a la justicia, sois empero capaces de
defender de tal modo esa tesis. Yo estoy seguro de que en realidad no
opináis así, aunque tengo que deducirlo de vuestro modo de ser en
general, pues vuestras palabras me harían desconfiar de vosotros y
cuanto más creo en vosotros, tanto más grande es mi perplejidad ante lo
que debo responder. En efecto, no puedo acudir en defensa de la
justicia, pues me considero incapaz de tal cosa, y la prueba es que no
me habéis admitido lo que dije a Trasímaco creyendo demostrar con
ello la superioridad de la justicia sobre la injusticia; pero, por otra parte,
no puedo renunciar a defenderla, porque temo que sea incluso una
impiedad el callarse cuando en presencia de uno se ataca a la justicia y
no defenderla mientras queden alientos y voz para hacerlo. Vale más,
pues, ayudarle de la mejor manera que pueda.
Entonces Glaucón y los otros me rogaron que en modo alguno dejara
de defenderla ni me desentendiera de la cuestión, sino al contrario, que
continuase investigando en qué consistían una y otra y cuál era la
verdad acerca de sus respectivas ventajas. Yo les respondí lo que a mí
me parecía:
-La investigación que emprendemos no es de poca monta; antes bien,
requiere, a mi entender, una persona de visión penetrante. Pero como
nosotros carecemos de ella, me parece -dije- que lo mejor es seguir en
esta indagación el método de aquel que, no gozando de muy buena
vista, recibe orden de leer desde lejos unas letras pequeñas y se da
cuenta entonces de que en algún otro lugar están reproducidas las
mismas letras en tamaño mayor y sobre fondo mayor también. Este
hombre consideraría una feliz circunstancia, creo yo, la que le permitía
leer primero estas últimas y comprobar luego si las más pequeñas eran
realmente las mismas.
-Desde luego -dijo Adimanto-. Pero ¿qué semejanza adviertes,
Sócrates, entre ese ejemplo y la investigación acerca de lo justo?
-Yo lo lo diré -respondí-. ¿No afirmamos que existe una justicia
propia del hombre particular, pero otra también, según creo yo, propia
de una ciudad entera?
-Ciertamente -dijo.
-¿Y no es la ciudad mayor que el hombre?
-Mayor -dijo.
-Entonces es posible que haya más justicia en el objeto mayor y que
resulte más fácil llegarla a conocer en él. De modo que, si os parece,
examinemos ante todo la naturaleza de la justicia en las ciudades y
después pasaremos a estudiarla también en los distintos individuos
intentando descubrir en los rasgos del menor objeto la similitud con el
mayor.
-Me parece bien dicho -afirmó él.
-Entonces -seguí-, si contempláramos en espíritu cómo nace una
ciudad, ¿podríamos observar también cómo se desarrollan con ella la
justicia a injusticia?
-Tal vez -dijo.
-¿Y no es de esperar que después de esto nos sea más fácil ver claro
en lo que investigamos?
-Mucho más fácil.
-¿Os parece, pues, que intentemos continuar? Porque creo que no va
a ser labor de poca monta. Pensadlo, pues.
-Ya está pensado -dijo Adimanto-. No dejes, pues, de hacerlo.
XI.
-Pues bien -comencé yo-, la ciudad nace, en mi opinión, por
darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo,
sino que necesita de muchas cosas. ¿O crees otra la razón por la cual se
fundan las ciudades?
-Ninguna otra -contestó.
-Así, pues, cada uno va tomando consigo a tal hombre para satisfacer
esta necesidad y a tal otro para aquella; de este modo, al necesitar todos
de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de
personas en calidad de asociados y auxiliares y a esta cohabitación le
damos el nombre de ciudad. ¿No es ast?
-Así.
-Y cuando uno da a otro algo o lo toma de él, ¿lo hace por considerar
que ello redunda en su beneficio?
-Desde luego.
-¡Ea, pues! -continué-. Edifiquemos con palabras una ciudad desde
sus cimientos. La construirán, por lo visto, nuestras necesidades.
-¿Cómo no?
-Pues bien, la primera y mayor de ellas es la provisión de alimentos
para mantener existencia y vida.
-Naturalmente.
-La segunda, la habitación; y la tercera, el vestido y cosas similares.
-Así es.
-Bueno -dije yo-. tY cómo atenderá la ciudad a la provisión de tantas
cosas? ¿No habrá uno que sea labrador, otro albañil y otro tejedor? ¿No
será menester añadir a éstos un zapatero y algún otro de los que
atienden a las necesidades materiales?
-Efectivamente.
-Entonces una ciudad constará, como mínimo indispensable, de
cuatro o cinco hombres.
-Tal parece.
-¿Y qué? ¿Es preciso que cada uno de ellos dedique su actividad a la
comunidad entera, por ejemplo, que el Labrador, siendo uno solo,
suministre víveres a otros cuatro y destine un tiempo y trabajo cuatro
veces mayor a la elaboración de Los alimentos de que ha de hacer
participes a los demás? ¿O bien que se desentienda de los otros y dedique
la cuarta parte del tiempo a disponer para él sólo la cuarta parte del
alimento común y pase Las tres cuartas partes restantes ocupándose
respectivamente de su casa, sus vestidos y su calzado sin molestarse en
compartirlos con Los demás, sino cuidándose él solo y por sí solo de
sus cosas?
Y Adimanto contestó:
-Tal vez, Sócrates, resultará más fácil el primer procedimiento que el
segundo.
-No me extraña, por Zeus -dije yo-. Porque al hablar tú me doy
cuenta de que, por de pronto, no hay dos personas exactamente iguales
por naturaleza, sino que en todas hay diferencias innatas que hacen apta
a cada una para una ocupación. ¿No lo crees así?
-Sí.
-¿Pues qué? ¿Trabajaría mejor una sola persona dedicada a muchos
oficios o a uno solamente?
-A uno solo -dljo.
-Además es evidente, creo yo, que, si se deja pasar el momento
oportuno para realizar un trabajo, éste no sale bien.
-Evidente.
-En efecto, la obra no suele, según creo, esperar el momento en que
esté desocupado el artesano; antes bien, hace falta que éste atienda a su
trabajo sin considerarlo como algo accesorio.
-Eso hace falta.
-Por consiguiente, cuando más, mejor y más fácilmente se produce es
cuando cada persona realiza un solo trabajo de acuerdo con sus
aptitudes, en el momento oportuno y sin ocuparse de nada más que de
él.
-En efecto.
-Entonces, Adimanto, serán necesarios más de cuatro ciudadanos
para la provisión de Los artículos de que hablábamos. Porque es de
suponer que el labriego no se fabricará por sí mismo el arado, si quiere
que éste sea bueno, ni el bidente ni los demás aperos que requiere la
labranza. Ni tampoco el albañil, que también necesita muchas
herramientas. Y lo mismo sucederá con el tejedor y el zapatero, ¿no?
-Cierto.
-Por consiguiente, irán entrando a formar parte de nuestra pequeña
ciudad y acrecentando su población los carpinteros, herreros y otros
muchos artesanos de parecida índole.
-Efectivamente.
-Sin embargo, no llegará todavía a ser muy grande ni aunque les
agreguemos boyeros, ovejeros y pastores de otra especie con el fin de
que los labradores tengan bueyes para arar, los albañiles y campesinos
puedan emplear bestias para los transportes y los tejedores y zapateros
dispongan de cueros y lana.
-Pues ya no será una ciudad tan pequeña -dijo- si ha de tener todo lo
que dices.
-Ahora bien -continué-, establecer esta ciudad en un lugar tal que no
sean necesarias importaciones es algo casi imposible.
-Imposible, en efecto.
-Necesitarán, pues, todavía más personas que traigan desde otras
ciudades cuanto sea preciso.
-Las necesitarán.
-Pero si el que hace este servicio va con las manos vacías, sin llevar
nada de lo que les falta a aquellos de quienes se recibe lo que necesitan
los ciudadanos, volverá también de vacío. ¿No es así?
-Así me lo parece.
-Será preciso, por tanto, que las producciones del país no sólo sean
suficiente para ellos mismos, sino también adecuadas, por su calidad y
cantidad, a aquellos de quienes se necesita.
-Sí.
-Entonces nuestra ciudad requiere más labradores y artesanos.
-Más, ciertamente.
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