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Republica Platon


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2013  •  14.774 Palabras (60 Páginas)  •  683 Visitas

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X.

Y yo, que siempre había admirado, desde luego, las dotes

naturales de Glaucón y Adimanto, en aquella ocasión sentí sumo deleite

al escuchar sun palabras y exclamé:

-No carecía de razón, ¡oh, herederos de ese hombre!, el amante de

Glaucón, cuando, con ocasión de la gloria que alcanzasteis en la batalla

de Mégara, os dedicó la elegía que comenzaba:

¡Oh, divino linaje que sois de Aristón el excelso!

Esto, amigos míos, me parece muy bien dicho. Pues verdaderamente

debéis de tener algo divino en vosotros si, no estando persuadidos de

que la injusticia sea preferible a la justicia, sois empero capaces de

defender de tal modo esa tesis. Yo estoy seguro de que en realidad no

opináis así, aunque tengo que deducirlo de vuestro modo de ser en

general, pues vuestras palabras me harían desconfiar de vosotros y

cuanto más creo en vosotros, tanto más grande es mi perplejidad ante lo

que debo responder. En efecto, no puedo acudir en defensa de la

justicia, pues me considero incapaz de tal cosa, y la prueba es que no

me habéis admitido lo que dije a Trasímaco creyendo demostrar con

ello la superioridad de la justicia sobre la injusticia; pero, por otra parte,

no puedo renunciar a defenderla, porque temo que sea incluso una

impiedad el callarse cuando en presencia de uno se ataca a la justicia y

no defenderla mientras queden alientos y voz para hacerlo. Vale más,

pues, ayudarle de la mejor manera que pueda.

Entonces Glaucón y los otros me rogaron que en modo alguno dejara

de defenderla ni me desentendiera de la cuestión, sino al contrario, que

continuase investigando en qué consistían una y otra y cuál era la

verdad acerca de sus respectivas ventajas. Yo les respondí lo que a mí

me parecía:

-La investigación que emprendemos no es de poca monta; antes bien,

requiere, a mi entender, una persona de visión penetrante. Pero como

nosotros carecemos de ella, me parece -dije- que lo mejor es seguir en

esta indagación el método de aquel que, no gozando de muy buena

vista, recibe orden de leer desde lejos unas letras pequeñas y se da

cuenta entonces de que en algún otro lugar están reproducidas las

mismas letras en tamaño mayor y sobre fondo mayor también. Este

hombre consideraría una feliz circunstancia, creo yo, la que le permitía

leer primero estas últimas y comprobar luego si las más pequeñas eran

realmente las mismas.

-Desde luego -dijo Adimanto-. Pero ¿qué semejanza adviertes,

Sócrates, entre ese ejemplo y la investigación acerca de lo justo?

-Yo lo lo diré -respondí-. ¿No afirmamos que existe una justicia

propia del hombre particular, pero otra también, según creo yo, propia

de una ciudad entera?

-Ciertamente -dijo.

-¿Y no es la ciudad mayor que el hombre?

-Mayor -dijo.

-Entonces es posible que haya más justicia en el objeto mayor y que

resulte más fácil llegarla a conocer en él. De modo que, si os parece,

examinemos ante todo la naturaleza de la justicia en las ciudades y

después pasaremos a estudiarla también en los distintos individuos

intentando descubrir en los rasgos del menor objeto la similitud con el

mayor.

-Me parece bien dicho -afirmó él.

-Entonces -seguí-, si contempláramos en espíritu cómo nace una

ciudad, ¿podríamos observar también cómo se desarrollan con ella la

justicia a injusticia?

-Tal vez -dijo.

-¿Y no es de esperar que después de esto nos sea más fácil ver claro

en lo que investigamos?

-Mucho más fácil.

-¿Os parece, pues, que intentemos continuar? Porque creo que no va

a ser labor de poca monta. Pensadlo, pues.

-Ya está pensado -dijo Adimanto-. No dejes, pues, de hacerlo.

XI.

-Pues bien -comencé yo-, la ciudad nace, en mi opinión, por

darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo,

sino que necesita de muchas cosas. ¿O crees otra la razón por la cual se

fundan las ciudades?

-Ninguna otra -contestó.

-Así, pues, cada uno va tomando consigo a tal hombre para satisfacer

esta necesidad y a tal otro para aquella; de este modo, al necesitar todos

de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de

personas en calidad de asociados y auxiliares y a esta cohabitación le

damos el nombre de ciudad. ¿No es ast?

-Así.

-Y cuando uno da a otro algo o lo toma de él, ¿lo hace por considerar

que ello redunda en su beneficio?

-Desde luego.

-¡Ea, pues! -continué-. Edifiquemos con palabras una ciudad desde

sus cimientos. La construirán, por lo visto, nuestras necesidades.

-¿Cómo no?

-Pues bien, la primera y mayor de ellas es la provisión de alimentos

para mantener existencia y vida.

-Naturalmente.

-La segunda, la habitación; y la tercera, el vestido y cosas similares.

-Así es.

-Bueno -dije yo-. tY cómo atenderá la ciudad a la provisión de tantas

cosas? ¿No habrá uno que sea labrador, otro albañil y otro tejedor? ¿No

será menester añadir a éstos un zapatero y algún otro de los que

atienden a las necesidades materiales?

-Efectivamente.

-Entonces una ciudad constará, como mínimo indispensable, de

cuatro o cinco hombres.

-Tal parece.

-¿Y qué? ¿Es preciso que cada uno de ellos dedique su actividad a la

comunidad entera, por ejemplo, que el Labrador, siendo uno solo,

suministre víveres a otros cuatro y destine un tiempo y trabajo cuatro

veces mayor a la elaboración de Los alimentos de que ha de hacer

participes a los demás? ¿O bien que se desentienda de los otros y dedique

la cuarta parte del tiempo a disponer para él sólo la cuarta parte del

alimento común y pase Las tres cuartas partes restantes ocupándose

respectivamente de su casa, sus vestidos y su calzado sin molestarse en

compartirlos con Los demás, sino cuidándose él solo y por sí solo de

sus cosas?

Y Adimanto contestó:

-Tal vez, Sócrates, resultará más fácil el primer procedimiento que el

segundo.

-No me extraña, por Zeus -dije yo-. Porque al hablar tú me doy

cuenta de que, por de pronto, no hay dos personas exactamente iguales

por naturaleza, sino que en todas hay diferencias

...

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