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Schopenhauer - Pensamientos


Enviado por   •  8 de Octubre de 2013  •  5.221 Palabras (21 Páginas)  •  297 Visitas

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Pensamientos

Arturo Schopenhauer

Presentación

En la brevísima recopilación de citas del afamado y supercontrovertido filósofo germano, Arturo Schopenhauer (1788-1860), encontramos prácticamente casi todas las pautas de su particular e interesantísima concepción filosófica.

Su sui géneris pesimismo, su aterrador solipcismo, su virulencia a favor del voluntarismo vitalista, única manera, según él, de acceder al conocimiento de la cosa en sí, su simpática proclividad hacia la felicidad, su interpretación del suicida y su acto crucial, en fin, casi todas las aristas de su concepción filosófica se encuentran reflejadas en esta recopilación que hemos titulado Pensamientos.

Quizá el único tema que no es aquí abordado, lo sea su increible misoginia. No sabemos con exactitud que mal de amores lo impacto, o con qué tipo de féminas acostumbraba revolcarse, pero lo que sí sabemos es que prefería jugar solito con su cosita que arrejuntarse con el viejerío, por el que sentía un auténtico desprecio.

Cosas de filósofos también lo son el andarse odiando entre colegas, y en el caso del maestrazo Schopenhauer, Hegel vendría a constituirse en el sujeto por el que sentía una enorme aversión y a quien le tundía cada que oportunidad tenía.

En fin, esperamos que esta breve recopilación de pensamientos no tan sólo sea del agrado del lector, sino incluso pueda devenir en útil herramienta para que con amigas, amigos, familiares y compañeros de escuela o trabajo, pueda discutir alguna o algunas de las citas aquí reproducidas, porque dígase lo que se diga, pensamos que siempre será mejor compartir con otros que encerrarse en sí mismo, aunque, ciertamente, a veces, un poco de soledad es lo mejor.

Sobre el mundo

Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor.

Cuanto más elevado es el ser, más sufre...

La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido.

La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir ... Y así sucesivamente por los siglos, de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas.

Nuestro mundo civilizado no es más que una mascarada donde se encuentran caballeros, curas, soldados, doctores, abogados, sacerdotes, filósofos, pero no son lo que representan, sino solo la mascara, bajo la cual, por regla general, se esconden especuladores de dinero.

Sobre el sentido de la vida

Los hombres se parecen a esos relojes de cuerda que andan sin saber por qué. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al mundo, se da cuerda de nuevo al reloj de la vida humana, para que repita una vez más su rancio sonsonete gastado de eterna caja de música, frase por frase, tiempo por tiempo, con variaciones apenas imperceptibles.

Me dicen que abra los ojos y contemple las bellezas que el sol alumbra; que admire sus montañas, sus valles, sus torrentes, sus plantas, sus animales y no sé cuantas cosas más. Pero entonces, ¿el mundo no es más que una linterna mágica? Ciertamente el espectáculo es espléndido, pero en cuanto a representar allí algún papel, eso es otra cosa.

No hay más que tres resortes fundamentales de las acciones humanas, y todos los motivos posibles sólo se relacionan con estos tres resortes. En primer término, el egoísmo, que quiere su propio bien y no tiene límites; después, la perversidad, que quiere el mal ajeno y llega hasta la suma crueldad, y últimamente la conmiseración, que quiere el bien del prójimo y llega hasta la generosidad, la grandeza del alma. Toda acción humana debe referirse a uno de estos tres móviles, o a uno o dos a la vez.

Sobre la bondad natural del ser humano

Imaginad suprimida la fuerza pública, sea, quitado el bozal. Retrocederíais con espanto ante el espectáculo que se ofrecería a vuestros ojos, espectáculo que cada cual se figura fácilmente. ¿No basta esto para confesar cuan poco arraigo tienen la religión, la conciencia, la moral natural, cualquiera que sea su fundamento?

Sólo la conmiseración es el principio real de toda justicia libre y verdadera. La conmiseración es un hecho innegable de la conciencia humana; es esencialmente propia de ésta y no depende de nociones anteriores, de ideas a priori, religiones, dogmas, mitos, educación y cultura.

Lo que la lluvia es para el fuego, eso es la lástima para la ira.

Sobre la amistad

Nada mejor en la ignorancia del mundo como alegar, cual prueba de los méritos y valía de un hombre, que tiene muchos amigos. ¡Como si los hombres otorgasen su amistad con arreglo a la valía y al mérito! ¡Como si, por el contrario, no fueran semejantes a los perros, que aman a quien les acaricia o solamente les hecha huesos que roer, sin mas halago! Quien mejor sabe acariciar a los hombres -aun cuando sean asquerosas alimañas-, ese tiene muchos amigos.

Debo confesarlo sinceramente. La vista de cualquier animal me regocija al junto y me ensancha el corazón, sobre todo la de los perros, y luego la de todos los animales en libertad, aves, insectos, etc. Por el contrario, la vista de los hombres excita casi siempre en mi una aversión muy señalada, por que con cortas excepciones, me ofrecen el espectáculo de las deformidades mas horrorosas y variadas: fealdad física, expresión moral de bajas pasiones y de ambición despreciable, síntomas de locura y perversidades de todas clases y tamaños; en fin, una corrupción sórdida, fruto y resultado de hábitos degradantes. Por eso me aparto de ellos y huyo a refugiarme en la naturaleza, feliz al encontrar allí a los brutos.

Sobre la sociedad y el Estado

El Estado no es más que el bozal que tiene por objeto volver inofensivo a ese animal carnicero, el hombre, y hacer de suerte que tenga el aspecto de un herbívoro.

No hay que desesperar a cada absurdo que se dice en público o en la sociedad, que se imprime en los libros y que se acoge bien, o al menos no se refuta; no hay que creer tampoco que quedará eternamente consolidado. Sepamos, para consuelo nuestro,

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