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Super Hombre

jenestey11 de Mayo de 2013

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Nietzsche manda el manuscrito de Ecce homo al editor a mediados de

noviembre de 1888, y hace sus últimas correcciones el 29 de diciembre, seis días

antes de su derrumbe, lo que le presta un sabor especial. En cierto sentido es un libro

autobiográfico; y no deja de ser curioso, y bastante expresivo, que Nietzsche inicie su

andadura literaria hablando de sí mismo (De mi vida, empezado a los 14 años) y la

termine del mismo modo.

Apenas iniciado su prólogo (Nietzsche, Ecce homo, Madrid, Alianza editorial, El

libro de bolsillo, 1996), lo primero que nos impacta es la desmesurada valoración de

sus propios méritos: “Como preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la

humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le haya hecho, me

parece indispensable decir quién soy yo. En el fondo sería lícito saberlo ya: pues no he

dejado de “dar testimonio” de mí. Mas la desproporción entre la grandeza de mi tarea y

la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni

me han oído ni me han visto siquiera.”

A continuación pasa a describir su quehacer de los últimos años: “La última

cosa que yo pretendería sería “mejorar” a la humanidad [...] Derribar ídolos (tal es mi

palabra para decir “ideales”) – eso sí forma parte de mi oficio. A la realidad se le ha

despojado de su valor, de su sentido, de su veracidad en la medida en que se ha

fingido mentirosamente un mundo ideal ... El “mundo verdadero” y el “mundo aparente”

– dicho con claridad: el mundo fingido y la realidad... Hasta ahora la mentira del ideal

ha constituido la maldición contra la realidad, la humanidad misma ha sido engañada y

falseada por tal mentira hasta en sus instintos más básicos – hasta llegar a adorar los

valores inversos de aquellos solos que habrían garantizado el florecimiento, el futuro,

el elevado derecho al futuro” (de nuevo rechaza el “mundo verdadero”, pero no por un

interés teórico, sino porque impulsa a acatar un sistema de valores que obstaculiza la

posibilidad de un futuro floreciente. Un futuro que queda abierto a todas las

interpretaciones... excepto a las que sólo supongan una “mejora” de la humanidad).

Para terminar proclamando su satisfacción por haber dado a la luz un libro

como Zaratustra, utilizando para ello frases un tanto intrigantes: “Entre mis escritos

ocupa mi Zaratustra un lugar aparte. Con él he hecho a la humanidad el regalo más

grande que hasta ahora ésta ha recibido. Este libro, dotado de una voz que atraviesa

milenios, no es sólo el libro más elevado que existe, el auténtico libro del aire de

alturas – todo el hecho “hombre” yace a enorme distancia por debajo de él -, es

también el libro más profundo, nacido de la riqueza más íntima de la verdad, un pozo

inagotable al que ningún cubo desciende sin subir lleno de oro y de bondad [...] Es

preciso ante todo oír bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para

no ser lastimosamente injustos con el sentido de su sabiduría”.

Porque de hacer caso a ese tener que afinar el oído “para no ser injustos con el

sentido de su sabiduría”, y sobre todo a esa “mayor profundidad”, deberíamos colegir

que su contenido no exactamente el mismo que el de los libros que le siguen. En éste

debe haber algo escondido (tenemos que prestar atención y escuchar atentamente),

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Nietzsche. El “Superhombre” de Ecce Homo. Santiago Lario Ladrón

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que no está en los otros, y que no se refiere sólo al estilo, pues afecta a su

profundidad y a su sentido.

Los capítulos “Por qué soy tan sabio”, “Por qué soy tan inteligente” y “Por qué

escribo tan buenos libros”, son desaforados autoelogios que chirrían al oído. Pero lo

más importante es que están repletos, para cualquiera que se haya asomado con

cierto interés a su vida, de afirmaciones más que dudosas. Aquel hombre que tiene

que dejar la cátedra extremadamente joven debido a su precario estado de salud,

fanático (según el diccionario, “aquel que defiende con exceso de celo sus ideas”)

donde los haya, que sufre como pocos por su extrema soledad [recordemos algunas

de sus expresiones: “cuando me he encontrado o he creído encontrar un rincón o un

palmo en común con alguien, me he sentido feliz hasta el ridículo” (carta escrita a su

hermana en la primavera de 1885); “casi siete años de soledad y en su mayor parte

una verdadera vida de perros” (carta a Overbeck en diciembre del mismo año); “Inter

pares: una expresión embriagadora, tanta es la dicha y desdicha que encierra para

quien ha estado solo durante toda una vida; para quien jamás encontró un igual, un

ser al que considerar suyo, por mucho que lo buscó por mil caminos” (fragmento

póstumo)], es capaz de escribir, sin el menor sonrojo frases como éstas: “Falta en mí

todo rasgo enfermizo; yo no he estado enfermo ni siquiera en época de grave

enfermedad; en vano se buscará en mi ser un rasgo de fanatismo [...] También el sufrir

por la soledad es una objeción; yo no he sufrido nunca más que por la muchedumbre.”

(Ibid, Por qué soy tan inteligente, fragmento 10). Y si esto ocurre con circunstancias y

sentimientos tan verificables, está claro que deberíamos ponernos en guardia para

todo lo que pueda decir sobre todo lo demás.

Aun a riesgo de cansar a los que hayan leído Zaratustra: el mito del

superhombre filosófico (colgado en este portal), me gustaría recordar algunas de las

ideas expuestas allí. Nietzsche confiesa su intención de enturbiar su doctrina cuando

está a punto de terminar la segunda parte de Así habló Zaratustra,: “Y disfrazado

quiero yo sentarme entre vosotros- para desconoceros y vosotros a mí: ésta es, en

efecto, mi última cordura respecto a los hombres” (De la cordura respecto a los

hombres). Una labor que, a tenor de lo que manifiesta en el capítulo En el monte de

los olivos, de la tercera parte, a esas alturas ya ha iniciado: “Mi maldad y mi arte

favorito están en que mi silencio haya aprendido a no delatarme por el silencio mismo.

Haciendo ruido con palabras y con dados, me entretengo en embaucar a mis

solemnes guardianes; a todos estos severos espías tengo que ocultarles mi voluntad y

mis fines.” Y me gustaría destacar que, en el tiempo que ha transcurrido entre esas

dos afirmaciones, sólo ha escrito siete capítulos de Zaratustra (y unas cuantas cartas);

¡precisamente aquellos en los que saca a relucir la idea del eterno retorno¡

Dejando de lado lo que esa coincidencia pueda significar, lo que no podemos

obviar es el hecho de que durante todo el año 1886 (en la primavera anterior ha

terminado Zaratustra) no cesa de mandar mensajes en el mismo sentido. En Más allá

del bien y del mal apunta: “Hay acontecimientos de especie tan delicada que se obra

bien al recubrirlos y volverlos irreconocibles” (aforismo 40)? “¿No se escriben libros

precisamente para ocultar lo que escondemos dentro de nosotros?”; Toda filosofía

esconde también una filosofía; toda opinión es también un escondite; toda palabra,

también una máscara” (aforismo 289). En el prólogo que en ese otoño añade a una

nueva edición de Aurora proclama: “¿Por qué tendríamos que decir a voz tan viva y

con tanto celo lo que somos, lo que queremos y lo que no queremos? [...] digámoslo

como si lo dijéramos para nosotros, tan secretamente que pase desapercibido a todo

el mundo”. En el que por esas mismas fechas escribe para la segunda edición de La

Gaya Ciencia afirma: “Se debería respetar más el pudor con que la Naturaleza se ha

ocultado tras enigmas e incertidumbres variopintas. ¿Quizá sea la Verdad una mujer

que tiene sus razones para no dejar ver sus razones?”. Y en el aforismo 381 de la

quinta parte que en esa edición agrega a ese libro defiende: “Cuando se escribe, no

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Nietzsche. El “Superhombre” de Ecce Homo. Santiago Lario Ladrón

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sólo se quiere ser entendido, sino también no ser entendido. El que uno encuentre

ininteligible un libro no es en modo alguno una objeción contra ese libro: quizá ésa era

una de las intenciones de su autor.” Y tras todas esas advertencias, la pregunta a

plantearnos es: ¿hasta que grado podemos fiarnos de lo que nos pueda decir?

Una desconfianza que aún debería hacerse mayor en lo que atañe a

Zaratustra, y en especial al contenido de sus dos últimas partes (y a sus “aclaraciones”

posteriores, puesto que es por esas fechas cuando se decide, utilizando sus mismas

palabras, a sentarse

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