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Vicios Americanitos


Enviado por   •  11 de Abril de 2014  •  1.861 Palabras (8 Páginas)  •  194 Visitas

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La objetividad es: La subjetividad del mediocre

Gastón Bachelard

A Miriam Oviedo Córdoba y admiradores

Para los holgazanes, por consiguiente, con su bella filosofía de que “Nada importa al hombre que dice que nada importa”, algunos norteamericanos o mejor, algunos americanitos -pues ni identidad tenemos- ofrecen un extraño contraste. ¿Merece en verdad la vida toda esta molestia, hasta el extremo de convertir al alma en esclava del cuerpo? La espiritualidad de la filosofía del holgazán, del hombre patético que se ve en mí y del que se avergüenzan, lo veda. El anuncio más característico que jamás he visto es uno de una firma de ingeniería que tenía estas palabras, en caracteres enormes: “CASI BIEN, NO ES BASTANTE”. El deseo de una eficiencia calculada al cien por ciento parece casi obsceno. Lo malo de estos americanitos es que cuando una cosa está casi bien, quieren hacerla aún mejor, en tanto que para un holgazán casi bien es bastante.

Los vicios de estos americanitos parecen ser: La eficiencia, la puntualidad, el deseo de realización y el triunfo. Son los que hacen tan desventurados y tan nerviosos a estos americanitos. Les roban el inalienable derecho al ocio y les birlan más de una tarde buena, vaga y bella. Se debe partir de la creencia de que no hay catástrofes en este mundo y que, aparte del noble arte de lograr que se hagan las cosas, existe el más noble arte de dejar las cosas sin hacer. En general, si uno responde prontamente a las cartas, el resultado es tan bueno o tan malo como si jamás las hubiera contestado. Después de todo, nada sucede, y si bien se pueden haber perdido unas cuantas citas buenas, también se pueden haber evitado unas pocas desagradables. No vale la pena responder a la mayoría de las cartas, si se las guarda en un cajón durante meses: al leerlas tres meses después, puede llegar a ser un vicio, en realidad. Convierte a los escritores en notables vendedores de comisión y a los profesores universitarios en eficientes hombres de negocios. En este sentido, puedo comprender el desprecio de Thoreau por el norteamericano que va siempre al correo.

Mi rebeldía sin causa no es por la eficiencia con que logra hacer las cosas, y hacerlas muy bien. Este es un consuelo. Mi rebeldía sin causa es contra la vieja afirmación de que todos debemos ser útiles, ser eficientes, llegar a funcionarios y tener poder, y de tal manera, no sabemos como, los negocios de la vida podrían ser realizados y se realizaran. Lo único es saber quienes son más sabios, si los holgazanes o los buscavidas. Mí protesta contra la eficiencia no es porque hace hacer bien las cosas, sino porque es una ladrona del tiempo cuando no nos deja ocios para gozar de nosotros mismos y destruye nuestros nervios al tratar de lograr que las cosas estén debidamente hechas. Un director americanito encanece por la preocupación de ver que no aparezca un error tipográfico en las páginas de su revista. El director holgazán como lo llamo Yutang es más sabio. Quiere dejar a sus lectores la suprema satisfacción de descubrir por su cuenta unos pocos errores tipográficos. Aún más: una revista china por ejemplo; puede empezar a publicar una novela en folletín, y olvidarse a mitad de camino. En el cielo Gringo, una cosa así haría que se derrumbara el techo sobre los redactores, pero en el infierno Chino no importa, sencillamente porque no importa.

Los ingenieros americanitos, al construir puentes, calculan tan bien y tan exactamente que los dos extremos se juntan con un décimo de pulgada de diferencia. Pero cuando dos holgazanes empiezan a excavar un túnel de ambos lados de una montaña, los dos salen por el otro lado. La firme convicción de los holgazanes es que nada importa, mientras se excave el túnel, y que si tienen dos en lugar de uno, pues tendrán doble vía, que es mejor. Siempre que no se tenga prisa, dos túneles son mejor que uno, aunque nadie sepa como fueron excavados ni terminados, y si el tren puede pasar de algún modo por ellos.

Los holgazanes son sumamente puntuales, siempre que se les dé abundante tiempo para hacer una cosa. Siempre terminan las cosas a horario, con tal de que el horario sea bastante largo. El ritmo de la moderna vida en América prohíbe esta especie de ocio glorioso y magnifico. Pero, peor aún, nos impone un concepto diferente del tiempo, medido por el reloj, y, eventualmente, convierte al ser humano en un reloj. Esto ha de llegar a ocurrir en la holganza, como es evidente, por ejemplo en una fabrica de veinte mil obreros. La lujosa perspectiva de veinte mil obreros que lleguen a trabajar según les plazca, a cualquier hora del día, es naturalmente, algo que aterroriza. No obstante, aquel afán es lo que hace la vida tan dura y agitada. Un hombre que tiene que estar indefectiblemente en determinado lugar a las cinco en punto, ya se ha arruinado la tarde entera, de la una a las cinco. Todo americanito adulto arregla su tiempo según el modelo del estudiante: las tres en punto para hacer esto, las cinco para aquello, las seis y media para cambiarse; las siete menos diez para tomar el taxi y las siete para aparecer en el restaurante.

Con esto no se hace más que lograr que la vida no merezca ser vivida.

Y estos americanitos han llegado ahora a tan triste estado, que no solamente están comprometidos para el día siguiente, o la semana siguiente, sino hasta para el mes siguiente. Una cita con tres semanas de plazo es algo desconocido en

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