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America Latina Siglo XX

ValeSame28 de Septiembre de 2012

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América Latina siglo XX

económicos nacionales que les permitiesen superar los graves problemas sociales de sus respectivas naciones. En ese contexto, la búsqueda de la industrialización fue un objetivo común para la mayoría de ellos.

Desde EE.UU. comienza una fuerte intervención, no solo económica, sino también de orden político y social. Fue el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) quien pretendió complementar la antigua Doctrina Monroe (1824), que hablaba de América para los Americanos. Volvía a plantearse el tema de que era inaceptable la intervención europea en los países americanos justificando, así, la posible intervención norteamericana.

Por otra parte, los Estados Unidos luego de la Primera Guerra Mundial comienzan a establecer diversas áreas de influencia en América Latina. Una economía en expansión como la de aquel país requería de materias primas para su industria, y mercados para sus productos e inversión de capitales. Fue así como, bajo el imperativo de la dinámica del capitalismo, los norteamericanos comenzaron a penetrar con sus capitales y empresas primero en Centroamérica, y más tarde en toda América del Sur.

Con la crisis económica norteamericana, producida el jueves negro (25 de octubre de 1929) se produce un efecto en cadena que da a la crisis un carácter internacional. Desde la paralización bursátil se desencadenó una serie de eventos que paralizó la mayor parte de la producción industrial del mundo capitalista, con el consiguiente efecto sobre aquellos países exportadores de materias primas.

Asimismo, la crisis trajo consecuencias en todo el sistema. Se habla de consecuencias económicas, políticas y sociales. En el orden político, se generó un aislamiento e intervencionismo estatal. Todos los países generaron políticas de proteccionismo aplicadas a sus producciones locales. Se destacan fuertes críticas al sistema de libre mercado y al “laissez-faire”, estableciendo una nueva teoría que justifique la intervención activa del Estado para fomentar el empleo. A la vez, se produjo el descrédito de las democracias parlamentarias y el recrudecimiento de los nacionalismos. Finalmente, el desempleo generó un aumento de los movimientos obreros y el nacimiento de partidos políticos con base proletaria.

En consecuencia, la crisis del 1929 marcó el comienzo de una era que se caracterizó por la presencia creciente del Estado en los asuntos públicos y económicos con el objetivo de superar aquel tipo de situaciones.

En América Hispana se presentan algunos casos importantes de revoluciones populares que pretenden alcanzar para sus economías un desarrollo sostenido. Se trata de la Revolución Mexicana, el peronismo en Argentina y la Revolución Cubana.

En México se había vivido un gran desarrollo económico de manos de capitales extranjeros, pero se había descuidado las condiciones de vida de los trabajadores urbanos y de los campesinos mestizos e indígenas. Bajo el mando de Francisco Madero, el pueblo se levanta contra el gobierno de Porfirio Díaz. Destacan también figuras como Pancho Villa, con el estandarte de la Reforma Agraria y Emiliano Zapata al mando del improvisado ejército campesino. Porfirio Díaz renunció y Madero entra victorioso a la Ciudad de México. Pero su acción no trajo paz: se desarrolló una guerra civil entre los campesinos que exigían una reforma agraria total y los dueños de los latifundios, extranjeros y mexicanos, que no estaban dispuestos a aceptar cambios en la estructura social y económica del país. En 1911 el Plan de Ayala, firmado por zapatistas, declara traidor a Madero y establece la devolución de las tierras usurpadas a campesinos e indígenas. Sube al poder Huerta, quien no recibe apoyo de los norteamericanos por no ser un gobierno democrático. La intervención solo se produce para velar por los intereses de las compañías petroleras norteamericanas ubicadas en Veracruz. Así, la revolución mexicana se extiende hasta los años ‘30.

Otro caso americano fue el de Argentina. La oligarquía ganadera y cerealera pierde su poder político a comienzos del siglo XX, dando paso a los burgueses y proletarios, amparados por la modernización de la economía. En la década del ‘20, la política económica del estado es nacionalista, favoreciendo el desarrollo de la industria y de la agricultura nacional. Se dictan leyes que favorezcan las relaciones entre obreros y patrones, pero no sirven para detener las movilizaciones obreras. La Gran Depresión de 1930 permite la llegada de los conservadores al poder, luego, la Segunda Guerra Mundial fue un fuerte incentivo para el desarrollo industrial; pero aumentaban las revueltas y se produce un golpe militar. Luego, en 1946, llega al poder Juan Domingo Perón, con una buena economía puesto que abastecía a los mercados europeos. Favoreció el empleo, los altos salarios y un alto nivel de consumo, intervino la Confederación General del Trabajo, y creó el Partido Único. Para 1952 la crisis económica se volvió inmanejable y apareció la represión en la escena política. En 1955 caía el segundo gobierno de Perón y con él la revolución.

Cuba, independizada de España recién en el siglo XIX, permaneció ocupada militarmente por EE.UU. hasta 1902, extendiendo su influencia hasta 1959. No obstante, la base de Guantánamo fue producto de un arriendo por 99 años. Fidel Castro derroca al gobierno de Fulgencio Batista convencido de que la restauración democrática solo sería posible por la vía revolucionaria.

En síntesis, a partir de los años ‘30 nuestro continente experimenta una creciente industrialización a nivel local y regional. Ello se expresa en la intención de varios países por construir zonas de cooperación económica, como lo fue la experiencia del Pacto Andino (1969) que integraba a países con frontera en la Cordillera de los Andes. En muchos países latinoamericanos este proceso de industrialización se llevó a cabo bajo el concepto del “Estado Benefactor”, que consideraba la participación estatal en el impulso económico asociado a la industrialización, y que se pensó llevaría al desarrollo de los países americanos.

En la década de los 50, aún bajo los influjos de la industrialización, los problemas estructurales de los latinoamericanos (pobreza, marginalidad, analfabetismo) no estaban resueltos. Esta falta de solución llevó a algunos sectores de la izquierda latinoamericana a radicalizar sus discursos y estrategias de solución. A la luz de estos hechos, en la década de los ‘60, e inspirados en la experiencia cubana, en muchos países se organizaron proyectos políticos que proponían la instalación de gobiernos revolucionarios que modificaran de manera radical la realidad latinoamericana.

En este contexto, y sumados los aspectos relacionados con el mundo bipolar y la Guerra Fría, la situación interna del continente se polarizó. El escenario político se volvió crítico cuando en distintos países se organizaron movimientos militares apoyados por algunos sectores de las burguesías nacionales, que terminaron en la instalación de sistemas autoritarios. En muchos de estos casos, como lo indican investigaciones recientes, los movimientos militares contaron con el apoyo de algunos gobiernos de Estados Unidos, los cuales no veían con buenos ojos la instalación de otras “Cubas”, es decir, de regímenes de inspiración comunista amparados por la URSS.

En los comienzos de los años sesenta, la relación entre Estados Unidos y América Latina estuvo marcada por la llamada “alianza para el progreso” (1961 a 1970), una estrategia estimulada por el presidente Kennedy que consideraba apoyo económico y técnico a los países del continente americano con el objetivo que se generaran nuevos intentos para superar los principales problemas relacionados con la pobreza y la marginalidad. La ayuda se canalizaría tanto desde el gobierno de los Estados Unidos como por las empresas privadas, a través de la Fundación Panamericana de Desarrollo.

En este contexto, a comienzos de los años setenta en nuestro país, el presidente Salvador Allende (1908-1973) intentó implantar en Chile un socialismo que fuera compatible con las libertades políticas. Se convertiría, de esta manera, en el primer experimento socialista en llegar al poder ocupando el sistema electoral. Sin embargo, un golpe de Estado lo derribó en 1973. Asumió el mando de la nación una Junta Militar presidida por el general Augusto Pinochet.

Los años ochenta: el retorno al modelo liberal democrático

La represión a los opositores de los gobiernos militares de América del Sur favoreció un movimiento de opinión que proponía un regreso a sistemas democráticos y a sistemas económicos neoliberales, caracterizados por la eliminación del concepto de Estado de “bienestar”. En este contexto, en la mayoría de los países latinoamericanos se comienzan a privatizar distintas empresas que antes estaban en manos del Estado.

En un ambiente de mejoras económicas, de una mayor estabilidad, con el término de la Guerra Fría, la caída de los regímenes totalitarios, la sociedad comienza a exigir una mayor participación en la política. Se inicia, tanto por presiones internas de los diferentes actores sociales, como externas de países democráticos, un proceso de redemocratización de los gobiernos americanos.

A través de diferentes

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