EL ESTADO DE GUERRA EN EL CAMPO DE LA SIGNIFICACIÓN
Enviado por mariacarmen1983 • 3 de Marzo de 2013 • Tesis • 3.562 Palabras (15 Páginas) • 504 Visitas
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Doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura Jeanette Amit
Seminario: Poder y procesos socioculturales
LA ALTERIDAD EN LA MODERNIDAD:
EL ESTADO DE GUERRA EN EL CAMPO DE LA SIGNIFICACIÓN
Comentario elaborado a partir de las primeras tres conferencias de
Enrique Dussel (1994) en diálogo con otros textos.
Es importante resaltar el hecho de que estas conferencias de Enrique Dussel, que en su
conjunto se titulan 1492 El encubrimiento del otro, tuvieron lugar en Frankfurt, Alemania, en
1992. Este año aporta un sentido obvio, como hito de los 500 años pasados desde el
descubrimiento europeo de América, coyuntura que permitió fortalecer el intento de
replantear ‐en suelo europeo‐ la comprensión eurocéntrica de la modernidad, para
referirse a una modernidad alterna desde la experiencia histórica de la periferia o, si se
prefiere, a la experiencia de la alteridad dentro del proyecto moderno europeo.
La tesis fundamental que propone Dussel en estas conferencias es que el cambio global que
inicia en 1492 es fundamental para comprender la modernidad. Precisamente, como señala
por su parte Quijano (2000), la percepción del cambio histórico es un elemento fundante de
la nueva subjetividad moderna.
El descubrimiento de América, como descubrimiento europeo del ‘Otro’ a quien se puede
conquistar, violentar, vencer y controlar, actúa como momento constitutivo del ego
moderno y de un nuevo sistema de relaciones intersubjetivas. Es en relación con esta
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alteridad que el ego europeo se descubre, se define y al fin internaliza su ego como
descubridor, conquistador y colonizador. Para Dussel, ese ego es la base para el devenir del
sujeto moderno. La nueva alteridad sometida se construye como la primera periferia
europea, con resultados altamente provechosos para quienes la dominan. El correlato de
este proceso es el encubrimiento de la alteridad descubierta.
La conquista y el encubrimiento que la acompaña hacen que la modernidad se construya
como un proyecto unívoco y hegemónico, en el que Europa pasa a ocupar el centro de un
nuevo orden mundial. Dussel define la modernidad como mito paradójico. Por un lado
racional, que difunde una promesa de emancipación; por otro, irracional y victimario, que
justifica la violencia y la destrucción ejercidas sobre la alteridad. La primera cara del mito
encubre a la segunda.
Pero la violencia y la destrucción no han sido solo materiales sino también simbólicas: el
‘Otro’ des‐cubierto ha sido en‐cubierto. Con violencia se le omite de la historia, se usurpa su
historia y cultura particulares en lo que Quijano, por su parte, ha denominado un proceso
de re‐identificación histórica en el que Europa se atribuye el poder de asignar nuevas
identidades geoculturales a las otras regiones del mundo. Surge así una nueva geografía del
poder que incluye una dimensión simbólica e imaginaria. El meridiano de Greenwich será
después la línea que divida esa geografía y que aún hoy coloniza el imaginario colectivo y
que se concreta en relaciones sociales, materiales e intersubjetivas.
Para Dussel, el resultado de este proceso es que ‘el Otro’ se convierte en “lo Mismo”. Pero se
trata de lo mismo devaluado frente al modelo superior europeo, a partir de una serie de
significados de inferioridad que se le atribuyen. Los europeos son los protagonistas activos
de la historia; mientras que todo otro es secundario, subordinado, sujeto pasivo modelado
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por la acción de los primeros. Al igual que las identidades y prácticas culturales alternas, las
historias del otro son removidas, reubicadas y encubiertas. En este sentido, Europa logra
imponer una visión de mundo en la que, como señala Quijano, ella representa la
culminación de la civilización (encarnada en el sujeto moderno); mientras que los otros son
ubicados en el pasado, en la infancia de la humanidad y en el estado de naturaleza original,
tal como han sido entendidos por el pensamiento de la Europa occidental.
Los europeos tuvieron enorme éxito al naturalizar su superioridad dentro de una jerarquía
racial, y fueron “capaces de difundir y de establecer esa perspectiva histórica como
hegemónica dentro del nuevo universo intersubjetivo del patrón mundial de poder”
(Quijano, 2000: 212). El discurso sobre el progreso y el desarrollo actuó como una falacia
legitimadora de la acción del ego moderno en su tarea de educar, civilizar y modernizar el
mundo, de someterlo por su propio bien para guiarlo hacia un futuro mejor (que ofrecía la
esperanza de ser más semejante a ‘lo Mismo’). La superioridad natural otorgaba el derecho
sobre ‘el Otro’. Con este discurso eurocéntrico se justifican las inequidades sociales y la
dominación, bajo
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