Fiestas Y Deidades Aztecas
Kipppi24 de Febrero de 2015
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“¡Oh infelicísima y desventurada nación, que de tantos y de tan grandes engaños fue por gran número de años entenebrecida, y de tan innumerables errores deslumbrada y desvanecida! ¡Qué es esto, señor Dios, que habéis permitido, tantos tiempos, que aquel enemigo del género humano tan a su gusto enseñorease de esta triste y desamparada nación sin que nadie le resistiese, donde con tanta libertad derramó toda su ponzoña y todas sus tinieblas!”
Fray Bernardino de Sahagún
Fray Bernardino llegó desde España con un crucifijo en la mano, y la palabra del Dios católico en su corazón. Su misión era la más noble: regresar a las ovejas descarriadas a la mano de Dios. Y nunca se imaginó con lo que se encontraría al pisar el continente…
Su libro “Historia General de las cosas de la Nueva España” es la prueba de su coraje. Llegó a una tierra desconocida, se adentró a su cultura, se acercó a su gente, estudió de cerca lo que aún quedaba del Antiguo México y describió en lo que se estaba convirtiendo. Aprendió el idioma de los nativos, enseñándoles el castellano, observó sus vidas, sus costumbres, su sociedad, y llegó hasta la raíz del pueblo mexica, el cual era movido por sus propios dioses.
Sahagún descubrió que la religión de los aztecas estaba conformada por un gran número de divinidades, algunas principales y otras menos importantes. Cada una de ellas merecía una fiesta, que estaba calendarizada en cierto mes de los 18 existentes en el calendario náhuatl, cada uno de ellos de 20 días de duración. Pero sus fiestas no eran a las que él acostumbraba asistir; las festividades mexicas exigían de ellos cosas que para Sahagún, ningún dios podría justificar.
Después de leer y analizar el libro I y II de Sahagún, he descubierto datos que apelan a la razón y al concepto de ser humano que creía tener. Ha sido difícil analizar de una manera objetiva, renunciando a la influencia que el contexto de mi vida ejerce sobre mí, sin embargo, he llegado a entender lo que movió la tierra y el corazón de los antiguos mexicanos para vivir su religión como lo hicieron, que por supuesto, me ha ayudado a comprender mucho de mí y el mundo en el que vivimos hoy…
El panteón de dioses aztecas estaba conformado por 400 dioses, número que usaban para cuantificar aquello que no tenía cuenta, es decir que era imposible de contar. Sahagún aborda en su primer libro a las principales deidades a las que rendían culto, en las que no podemos evitar mencionar a Quetzalcóatl, el dios del viento, que preparaba los caminos para las lluvias, el mismo que era considerado un dios vivo, que habitaba entre ellos. Este dios, tenía la apariencia de una serpiente emplumada, tal como su nombre lo indica, y se caracterizaba por ser un dios benevolente, aquél que había rescatado los huesos sagrados del Mictlán para crear a los humanos y el mismo que les había dado el alimento sagrado: el maíz. También podemos encontrar a Tezcatlipoca, relacionado por Sahagún con el dios romano Júpiter, pues era el dios de dioses, de la Tierra y el firmamento. Estaba en todo lugar, mas era invisible y podía manipúlalo todo. Se dedicaba a crear guerra y discordia entre los habitantes pues era el dios más joven e inmaduro, y de igual manera podía llenarlos de riquezas y bienaventuranzas. Por otro lado, Tláloc, junto con Chalchiutlicue, su hermana y los Tlaloques, sus ayudantes, eran muy importantes, pues eran los encargados de propiciar las lluvias, mediante la cual podían darle mantenimiento a las necesidades de los habitantes, sustentando al ganado y la agricultura. Y por supuesto, el más importante, que representa una justificación a su forma de vida, Huitzilopochtli el colibrí zurdo, dios de la guerra y el Sol, relacionado con Hércules por su apariencia robusta, fuerte y belicosa. A él se le ofrecían las almas de los guerreros que muertos en batalla, que acompañaban al Sol en su diario recorrido al Mictlán, para después de 4 años convertirse en colibríes y mariposas. Por la misma causa, se realizaban sacrifios a nombre de Huitzilopochtli para que el Sol volviera a salir al día siguiente, y continuara su recorrido un día más. El fuego era muy importante, no solo para los aztecas, sino desde que se descubrió, por lo que los antiguos mexicanos adoraban a Xiuhtecutli, el dios viejo creador del Sol, que mantenía su fuego sagrado, constante en la mayoría de sus festividades y siempre presente en sus hogares.
Dentro de las divinidades femeninas más importantes tenemos a la diosa Cihuacóatl, o mujer serpiente, también llamada Tonantzin, que tiene cierta relación con la Virgen de Guadalupe. Esta diosa era considerada la madre de todos los hombres, por lo que Sahagún la relaciona con Eva, la primera mujer. Esta diosa sembraba adversidad, llanto, pobreza, tristeza y angustia, y se dice que su sollozo se escuchaba entre las calles de Tenochtitlan, característica que la dota de cierto parecido con la leyenda de la Llorona, recurrente en gran parte de la República Mexicana. Cihuacóatl era la gobernante de las Cihuapipiltin; mujeres que tras morir en el parto eran elevadas a diosas, y acompañaban al Sol en su recorrido al Mictlán igual que los guerreros que morían en batalla. Estas diosas se manifestaban para hacer maleficios a los niños y a los hombres que se encontraban en los caminos, por lo que les ofrendaban altares para evitarlo. Por otro lado, se encuentra Chicomecóatl, muy importante al ser la diosa del maíz y los mantenimientos, que les proveía lo necesario para satisfacer sus necesidades. Tlazoltéotl supone una posición fuerte entre las diosas femeninas del panteón mexica, diosa de las actos y deseos carnales. Era la comedora de inmundicia, que tragaba los pecados cometidos por los seres humanos para limpiarlos de ellos. A ella se consagraban las mujeres embarazadas para que las socorriera con todo lo relacionado a su parto.
Los nahuas adoraban a sus dioses y recurrían a ellos también dependiendo de su posición social y sus necesidades. Ofrendaban a dioses de la medicina; a Tzapotlatena los enfermos de la piel, a Ixtlilton aquellos que tenían infantes enfermos, a Temazcalteci aquellos que recurrían a los temazcallis para curarse, entre otros. Ofrecían regalos a dioses que hacían prósperas sus fiestas y sus profesiones, tal como los mercaderes a Yiacatecutli, o los organizadores de fiestas a Omácatl, dios de las fiestas y los convites, o bien a Uixtocíuatl la diosa de la sal, que hacía prósperos los negocios de aquellos que comerciaban con la sal.
Los dioses regían la vida de los habitantes de la Gran Tenochtitlan. Algunos de estos dioses habían sido adoptados, o bien, reforzados por el contacto con otras culturas, tal es el caso de Quetzalcóatl, cuya acepción para los mayas era llamado Kukulkán. Otro ejemplo claro es Tzapotlatena, madre de Zapotlán Jalisco, que al morir fue elevada a diosa y adoptada por los mexicas como madre del uxitl. De una u otra forma, los dioses tomaban el papel principal en la vida diaria y en su totalidad. Muchos de ellos representaban una respuesta a sus preguntas, una promesa de que sus vidas eran útiles y llenas de sentido, y muchos otros los ayudaban a enfrentar lo que la naturaleza humana manifiesta en nosotros, tal el caso de la diosa Tlazoltéotl, que comprendía los deseos y las cosas carnales; tal vez todo aquello que supone suciedad en nosotros, es decir, que obedece a la carne y no al espíritu. De cierta manera esta diosa podía perdonar los pecados carnales que se cometían, por medio de una confesión y una penitencia, y se tragaba la suciedad que la persona se quitaba de encima, para que la misma quedara limpia. De manera parecida el dios Tezcatzóncatl dios del vino, absorbía la culpa de aquellos que en estado de ebriedad cometían fechorías, pues se culpaba al vino con sus 400 dioses que hacían el papel de demonios al poseer el cuerpo del ebrio para luego cometer toda clase de travesuras y cosas que se hacen estando borracho. Con respecto al amor, que desde siempre ha tenido un valioso papel en todas las culturas del mundo, Xochipilli príncipe de las flores, dios del amor, de las artes, de la alegría, de los músicos,de las fiestas y de la belleza guarda cierta relación con el estereotipado dios romano llamado Cupido. El amor junto a todo lo que implica es un tema universal que también afectaba en ciertas dimensiones a los nahuas, que ofrecían sus amoríos, sus pasiones, sus deseos y sus secretos a las divinidades, que podían librarlos de problemas, o bien podían llenarlos de ellos.
Algo constante entre los dioses estudiados y descritos por Sahagún, es que ninguno se acerca al concepto católico de Dios, el cual el perfecto, benevolente, paciente, compasivo y misericordioso. Los dioses mexicas no llegaban a ser completamente buenos ni en su totalidad malos; todos ellos guardan alguna característica que les impide llegar a ser perfectos. Algunos fueron humanos, otros se dedican a sembrar adversidad, y algunos otros demandan cosas que para el ojo contemporáneo caen en lo salvaje y endemoniado. Sin embargo, y sin duda alguna, los mexicas no adoraban a sus dioses buscando que fueran perfectos; creían en ellos y les ofrecían todo lo que tenían porque cada una de sus divinidades llevaba a cabo un papel fundamental en la vida de todos los habitantes y en conjunto, representaban una solución a los males que los aquejaban.
Sahagún se expresa de los dioses que describe en su libro como demonios que llenan de tinieblas la vida de los habitantes, y se asombra de la fuerte devoción que los mismos tenían para con ellos. Es normal saberlo horrorizado al profundizar en las prácticas religiosas de la Gran Tenochtitlan que bien podrían pasar por satánicas.
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