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Agustin De Hipona


Enviado por   •  28 de Octubre de 2014  •  2.415 Palabras (10 Páginas)  •  249 Visitas

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San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en TAGASTE, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su madre". En Tagaste, Agustín comenzó sus estudios básicos, posteriormente su padre le envía a Madaura a realizar estudios de gramática.

FALLECIMIENTO

Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los vándalos de Genserico sometieron la ciudad durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, en fecha incierta, fue trasladado a Cerdeña y, hacia el 725, a Pavía, a la basílica de San Pietro.

APORTACIONES Aportaciones filosóficas de San Agustín de Hipona: Un pensador muy intenso y un ser humano muy humano, aunque no “demasiado humano”, puesto que su propia humanidad era una clave de acceso a la trascedencia, bajo el supuesto de que en nuestra propia humanidad se podría encontrar a Dios: es San Agustín. No es un filósofo, es un teólogo como los de las primeras escuelas cristianas; su objeto de estudio era la “realidad eterna”, pero el acceso metodológico será la experiencia de la finitud y de lo temporal, apenas conceptualizada en categorías formales -filosóficas-, pero hermosamente expresadas en lenguaje poético.

Todo su pensamiento se resume, como él mismo lo expresa en Soliloquios y Confesiones, en dos grandes problemas que desea enfrentar por encima de todo, a saber: conocer a Dios y al hombre: “ Deus semper idem, noverim me, noverim te“ (“¡Oh Dios, siempre idéntico, que me conozca, que te conozca!“);“Deum et animam scire cupio”, (“Deseo conocer a Dios y mi alma”);“Cognoscam te, cognitor meus, cognoscam, sicut et cognitus sum” (“Que te conozca, Conocedor mío, que te conozca tal como soy conocido“).

En san Agustín el problema de la existencia de Dios y el problema del conocimiento son inseparables. Conocer el procedimiento por el que alcanzamos la verdad y conocer «la existencia de la verdad» es un solo problema en su itinerario intelectual. Conocer el procedimiento para alcanzar la verdad es demostrar que es posible conocer la existencia de Dios, quien es la fuente de toda verdad. La prueba agustiniana de la existencia de Dios aparece en múltiples pasajes de sus obras Cfr., Confesiones VII 17 23ss; De div. Quaest.83, q. 45 ; Epist. 147 La exposición más completa se halla en De Libero Arbitrio, se complementa con su obra De vera religione. No obstante, el planteamiento está ya esbozado en las Confesiones (Liber X), como un doble movimiento: una ascensión y una interiorización. Procede de lo exterior a lo interior y de lo inferior a la superior (ab extra ad intra et ab infra ad supra).

Resumirlo en el siguiente esquema, tomando como punto de partida la interioridad agustiniana:

 a) ¿Puedo preguntarme por algo que ignoro absolutamente o por algo de lo que no tengo noción alguna?

 b) De ser así, no podría siquiera plantear la pregunta. De qué pregunto si ignoro absolutamente.

 c) Sólo puedo preguntarme por aquello que de algún modo ya conozco, por aquello de lo cual tengo cierta “precomprensión”.

 d) ¿Puedo hacerme la pregunta por Dios, por sus atributos, por su esencia?

 e) De hecho todos los seres humanos, en algún punto de nuestra existencia, nos hemos planteado tal pregunta porque en ella está en juego el sentido de la vida.

 f) Si nos hemos hecho la pregunta por Dios es porque de algún modo ya lo conocemos, tenemos una precomprensión de su él, tenemos en nuestro interior un rastro, una huella de él, y esa es la razón para tal interrogante.

a) La razón humana

En De Libero Arbitrio, empieza san Agustín por establecer tres certezas elementales e irrebatibles, que corresponden a tres grados de ser: a) que existo [esse], b) que vivo [vivere], c) que conozco [Intelligere]. Preguntemos: ¿cuál es el superior? Sin duda el conocimiento, porque conocer supone vivir y existir. Podemos ver aquí implícitamente formulado un principio de integración: entre varios grados de ser, el superior es aquel que incluye a los demás, los presupone, son su materia prima, y son perfeccionados por él.

Sigamos adelante. Nos hallamos en el nivel del conocer. Vamos a establecer ahora tres grados de conocimiento.

Están, en primer lugar, los sentidos externos. Hay cualidades sensibles captadas por un solo sentido (el color), y otras captadas por dos sentidos (la forma). Ahora bien, que la forma vista y la forma palpada sea una sola realidad, esto no lo sabe el ojo ni la mano. Hay que admitir un sentido interno, que recibe los datos de los sentidos externos y los compara entre sí. Finalmente hay que admitir un conocimiento racional, por el que sabemos, por ejemplo, «que no se pueden sentir los colores por el oído, ni los sonidos por la vista»De Libero Arbitrio, II 3, 8-9. El oído oye, pero no sabe que oye; el ojo ve, pero no sabeque ve; es por el conocimiento racional por lo que sabemos que vemos y oímos.

Preguntemos otra vez: ¿cuál de estos tres grados de conocimiento es el superior? Notemos ante todo que no podemos aplicar aquí el principio de integración. El sentido interno es superior a los sentidos externos y no obstante ambos están en el mismo nivel de conocimiento sensible. La razón de la superioridad hay que buscarla en un nuevo principio de regulación: el sentido externo depende en su actividad del interno, por esto le es inferior De Libero Arbitrio, II 5, 12.

La formulación exacta de este principio, que es la esencia de toda la prueba agustiniana, es la siguiente: «Nadie duda de que el que juzga es mejor que aquel del cual juzga». El sentido del verbo juzgar aparecerá claro en seguida en esta misma exposición.

Así pues, el sentido interior es superior a los sentidos externos. Ahora bien, es fácil ver que la razón «juzga» a ese sentido interior, y que por tanto le es superior. En efecto, todo lo dicho no lo sabemos por ningún sentido, sino por la razón: «que un sentido es mejor que otro, ¿quién nos lo dice sino

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