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Cocina Conventual


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2013  •  1.286 Palabras (6 Páginas)  •  361 Visitas

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“LA VIDA CONVENTUAL DE LAS DIFERENTES ÓRDENES RELIGIOSAS EN LA NUEVA ESPAÑA”

LAS ÓRDENES FEMENINAS

Las órdenes regulares, con excepción de la Compañía de Jesús, tenían la llamada “segunda orden”, que se dedicó especialmente a la EDUCACIÓN DE LAS NIÑAS Y LAS JÓVENES. En el bello lienzo que se encuentra en el Museo Nacional del Virreinato pueden apreciarse las diversas congregaciones que se establecieron en la Nueva España. Algunas de ellas también se dedicaron al CUIDADO DE LOS ENFERMOS y a la ATENCIÓN DE LAS MUJERES ABANDONADAS. Los hábitos de las monjas eran de los mismos colores de la orden masculina de la cual provenían y solían cubrir la cabeza con toca blanca y velo blanco, si eran novicias, o velo negro si ya eran profesas y ya habían hecho sus tres votos.

Otras más, como las Concepcionistas, habían sido fundadas sólo con el objetivo de recibir mujeres; tal fue el caso de esta orden, creada en España por Beatriz de Silva; Esta comunidad fue la primera orden femenina que llegó a la Nueva España en el siglo XVI. Su convento llegó a ser uno de los más grandes de la capital novohispana (aún se conserva el templo) ya que edificaron en su interior celdas particulares en las que se albergaban las monjas y damas seglares, lo cual rompió con la verdadera vida religiosa en comunidad, tanto así que se dice que el convento de La Concepción “observaba una regla que era como un suave yugo religioso”.

Las Capuchinas, al igual que las Clarisas (fundadas por Santa Clara de Asís), fue una de las órdenes femeninas derivadas de los franciscanos. La primera se distinguió por llevar una vida de mayor austeridad y pobreza que siempre se reflejó en su vestimenta.

Todos los aspectos de la vida cotidiana de una comunidad religiosa como: horas de comida y rezos, forma y color del hábito, elección de las autoridades y administración de la economía conventual entre otros muchos aspectos, se encontraban reglamentados con gran minuciosidad en las constituciones de cada orden.

A través de ellas se regulaba su funcionamiento interno y el control de sus miembros desde el momento mismo de su ingreso. El primer ámbito que pisaba un joven que pretendía pertenecer a cualquier comunidad religiosa era el noviciado, al que se ingresaba, comúnmente, entre los trece y los quince años. A partir de su ingreso el postulante vivía durante un año a prueba. En ese periodo era instruido en la espiritualidad de la orden y en la práctica de las obligaciones conventuales.

El ingreso al noviciado no requería más que la manifestación de la voluntad, sin la necesidad de hacer ningún pago y sin otros requerimientos que los de tener pleno uso de las facultades físicas y mentales y el de ser hijo de matrimonio legitimo.

Una vez transcurrido el año de noviciado, el postulante era aceptado como fraile, es decir como hermano de la comunidad. En la ceremonia, realizada en la iglesia conventual, se le tonsuraba rasurando un pequeño círculo de cabello en la coronilla y se imponía un hábito de paño del color que distinguía a su orden. Acto seguido el postulante pronunciaba los votos de POBREZA, CASTIDAD Y OBEDIENCIA que establecían todas las reglas conventuales.

Una vez hecha su profesión solemne, el fraile podía seguir dos caminos. Los menos, quedaban como hermanos legos para servir en labores manuales, pues por su condición social no podían aspirar a otro esta estatus.

La mayoría, en cambio, realizaba sus estudios de gramática latina, filosofía y teología para llegar a su consagración sacerdotal. Por ello, una sección importante del área habitacional de los grandes conventos urbanos estaba ocupada por los salones de clase de la casa de estudios y por la biblioteca, que en muchos casos, llegaba a contener miles de obras.

Junto con sus clases, los jóvenes frailes debían asistir a las horas conventuales en el coro, razón por la que también se les denominaba coristas. Ocupaban además un lugar especial en el refectorio y dormían juntos en celdas comunales. Al igual que los novicios, los coristas eran encargados a dos maestros “lectores” quienes escogían a uno de los estudiantes más virtuosos para que vigilaran el estudio, el sueño y el rezo de sus compañeros. Al paso del tiempo, el joven corista iba recibiendo las órdenes menores (hostiario, lector, exorcista y acólito) y las mayores (subdiácono, diácono

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